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Mayo 2014

ESCUELITA ZAPATISTA: APRENDER AUTONOMÍA ESTANDO EN ELLA

Francesca Gargallo

Compañeeera, la dulce dicción del tzeltal, que arrastra ligeramente las e, suena puntual a las cinco de la mañana. Mi guardiana, Elisa, con el bebé ya fajado en el reboso, me despierta. Primera lección zapatista: la puntualidad no es una obsesión capitalista tendiente al control. Más bien no es sólo eso: en comunidad, es también una buena costumbre que ayuda a la organización para hacer cosas en común.

Y a las cinco hay que levantarse para la cocina. Mi anfitriona, a esa hora, ya ha retirado el nixtamal, ha ido por agua y, su marido, por leña. El nixtamal debe ser molido dos veces y, las tortillas, preparadas, mientras hierve el agua del café que ayer terminó de secarse y en la noche fue tostado y molido. Mi anfitriona —no me atrevo a decirle mi mamá, como hacen mis compañeros más jóvenes con las mujeres que las hospedan en sus casas, porque Irma tiene tres años menos que yo— me sienta alrededor de una mesa pegada al fogón. En el caracol de Morelia, estoy hospedada en una comunidad cuyo nombre es un compuesto de nombres de respeto de lo más creativo: Moisés Gandhi. Por las mañanas, hace mucho frío y el fuego es un imán que atrae las pláticas y consolida la unión familiar. Entonces inicia mi segundo aprendizaje: la belleza es cotidiana, se despliega desde un acto y es efímera. Irma me extiende un círculo de plástico, me enseña a ponerle una bolita de masa en el centro y a dibujar una margarita perfecta, ese ojo de día cuyo disco central está en relieve y los pétalos parecen rayos. O es un sol. De todas formas, el dibujo de sus dedos en la masa es perfecto, bellísimo, y dura el tiempo de ser preparado y luego ser aplastado por el palmo de la mano que extiende la tortilla. Una, dos, treinta veces, todas las mañana, la tortilla es el más puro de los mandalas. Y convierte el sol en una luna llena.

Nuestras familias y nuestras guardianas son nuestras maestras de autonomía en este cuarto ciclo del primer grado de la Escuelita zapatista al que fui invitada. A los alumnos hombres también les han tocado guardianes. En la organización zapatista el estricto respeto del 50% de participación de compañeros y compañeras se extiende a todas las funciones políticas, incluidas la educación y la salud, para incidir desde el ámbito público en la transformación de los roles de género que parecen intocados en la vida familiar.

Como lo presentí en los inicios de mi vida feminista hace cuatro décadas, hay un nexo entre autonomía y no dependencia económica. Las comunidades zapatistas saben que la construcción de un mundo no capitalista pasa por la producción de sus medios de sustento. No depender económicamente de nadie más que de sí mismos, personal y colectivamente, es un prerrequisito de la libertad de pensamiento, acción y organización. El vínculo entre autonomía y sustento es obvio y su eje portante es el autoabastecimiento. Recibir donaciones, aceptar financiamientos, asumir proyectos externos es un riesgo que no vale la pena correr, porque implica dependencia.

En las comunidades zapatistas, el lema Todo para todos, nada para nosotros es tan profundamente incorporado a las prácticas vivenciales que ni siquiera podremos dejarle un regalo a nuestras familias: todo lo que entra a una comunidad se comparte y el afecto se construye sin vínculos de dependencia. Así, a todo trabajo colectivo para la comercialización de café, ganado, maíz, pollos o frutas corresponde un precio justo cuyo ingreso va a arcas comunes para la construcción de escuelas autónomas, sin correspondencia ni incorporación a los programas de la Secretaría de Educación Pública; de centros de salud locales y aun del Banco Popular Autónomo Zapatista y del Banco Autónomo de Mujeres Zapatistas, insólitos bancos anticapitalistas que sirven para garantizarse los préstamos para las emergencias, paliando la precariedad de la autosubsistencia.

Las escuelitas zapatistas subrayan la relación entre diversidad en la educación y propuestas políticas de no alineación —y no enajenación— con la globalización hegemónica. Participé en la cuarta etapa de las escuelitas, después de que algunas estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México me comentaron su experiencia y aprendizajes. Sus palabras fueron estímulos que hoy agradezco desde lo más profundo del corazón. Organizadas para la convivencia entre “alumnas y alumnos” (las y los zapatistas nunca olvidan mencionar a las mujeres y los hombres; saben muy bien cuál es el precio de la exclusión de la mitad de la población de la visibilidad y la toma de decisiones), las escuelitas han dispersado en cuatro ocasiones a personas de México y de diversas partes del mundo en cinco caracoles, algo así como regiones con municipios autónomos y comunidades autorganizadas en tres niveles políticos (local, municipal y de Junta de Buen Gobierno) que se despliegan desde un centro al que vuelven concéntricamente, creciendo alrededor de un eje, lenta y constantemente: Oventic, Morelia, La Realidad, Roberto Barrios y La Garrucha. En los caracoles conviven pueblos tzeltales, tzotziles y tojolabales y hay todo tipo de clima y de producción, desde el frío que cobija al maíz y los camotes, hasta las cálidas áreas del café y los mangos.

El primer grado de la escuelita zapatista se estableció a los diez años de la organización de los caracoles y sus Juntas de Buen Gobierno; esto es, a los veinte años de la aparición pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y a más de treinta de su conformación en la clandestinidad. La escuelita, a pesar de que sus “rectores” sean el sub-comandante insurgente Marcos y el subcomandante David, es fruto de la organización civil y no militar de las y los zapatistas. Mujeres y hombres de base, muchas y muchos de ellos nacidos durante los treinta años de formación y presencia del neo-zapatismo en Chiapas, se han preparado para referirnos sus conocimientos prácticos acerca de los temas principales de la organización civil del zapatismo: el gobierno autónomo, la participación de las mujeres en el gobierno autónomo y la resistencia. Y sus enseñanzas son sinceras, hasta dolorosamente: nunca se ahorran una crítica a sus propios errores, así como son capaces de hacer balances de sus aciertos, sus problemas y de la búsqueda dialogada de sus soluciones. Sin lugar a dudas, hay zapatistas que han defeccionado a lo largo de veinte años: hasta hay menos tierras colectivas que las recuperadas de fincas y municipios después del levantamiento armado de enero de 1994. Sin embargo, quienes han permanecido en el zapatismo saben hoy cuál es el valor de la construcción colectiva de una alternativa a la violencia social y sexual, al control policiaco de las acciones ciudadanas y a la censura a la libertad de pensamiento, así como de lo que hace falta en el camino para la justicia. La autonomía civil zapatista incluye sistema de salud, proyectos productivos, medios de comunicación, educación y formas justas de comercialización de los productos. Se construye desde formas de gobierno locales que basan sus decisiones —desde las más simples a las más complejas— en la consulta y decisión colectiva de los pueblos.

La vida religiosa es libre. En un espacio, llamémosle iglesia, se reúnen católicas/os. miembros de diversas congregaciones neoevangélicas y aun testigos de Jehová. Se turnan, leen la Biblia, se respetan. En cada oficio hay mujeres. Desde que no se bebe en los territorios zapatistas, hay menos conversiones a las formas neoevangélicas de cristianismo que en otras zonas mayas. La propaganda religiosa no está permitida, a la vez que todos los cultos son respetados.

A la comunidad de Moisés Gandhi, en el municipio autónomo Lucio Cabañas, caracol de Morelia, llegué con maestras, estudiantes y trabajadores mestizos mexicanos, así como con una mujer quich’é que había entregado su bastón de mando de autoridad de los 48 cantones de Totonicapán el día anterior a su viaje para Chiapas; también, con un joven plains cree, de 27 años, y con un doctorado en Estudios sobre Pueblos Indígenas obtenido en Canadá. Del 2 al 8 de enero, maestras y maestros zapatistas, haciendo pan o mostrándonos la organización de su vida colectiva, desde la ganadería en tierras comunales, hasta la pisca de café, el funcionamiento de las escuelas secundarias y los turnos en la atención de salud, nos han explicado en los tiempos lentos de la vida diurna el trabajo de autonomía que el EZLN ha realizado en sus comunidades desde hace dos décadas. No se bebe alcohol en los territorios autónomos y la drogadicción está prohibida. No obstante, nadie vive estos límites como restricciones, sino como prácticas para evitar la violencia; en particular, la violencia doméstica, que no es considerada un problema privado sino de la colectividad. En cuanto a la sexualidad, en teoría no hay discriminación; en la práctica, sólo nos encontramos con familias heterosexuales, organizadas en función de roles de género tradicionales.

Cuatro libros, llamados Cuadernos de texto de primer grado del curso La libertad según l@s zapatistas, fueron nuestra lectura indispensable, a realizar durante los días de aprendizaje: Gobierno autónomo I y II, Participación de las mujeres en el gobierno autónomo y Resistencia autónoma. En ellos aprendimos qué es el mal gobierno, qué son las autoridades que se autonombran para enfrentar las necesidades que toda comunidad tiene, qué es la resistencia, qué es la voluntad política de una práctica de superación de la marginación de y por género. Nuestras guardianas, así como las maestras y maestros que respondieron a nuestras preguntas el último día de clases, en las salas de reunión de nuestros caracoles, contestaron de manera coordinada a todas las preguntas que quisimos hacer sobre los temas tratados por los libros y la escuela. A las preguntas que no se centraban en los temas de la escuelita, disculpándose mucho, las desecharon.

Así, me abstuve de hacer preguntas sobre la superación de los roles de género en la vida cotidiana de las mujeres. Debido a la decisión política de las Juntas de Buen Gobierno, los cambios en la participación política de las mujeres tzeltales, tzotziles y tojolabales son evidentes, pero no así los cambios en las obligaciones laborales y afectivas ligadas a los roles de género en el ámbito de la economía y las querencias domésticas. Aún hoy las mujeres son las primeras en levantarse y las últimas en acostarse en cada casa de sus comunidades, debido a su responsabilidad con la alimentación de la familia y la cantidad de tareas no socialmente reconocidas que realizan. En mi caracol (aunque por lo visto no es así en La Garrucha), no hay mujeres vaqueras, porque eso implica demasiado esfuerzo físico. Las tareas que implican convivencia nunca son mixtas, sino siempre separadas (aunque equivalentes) entre grupos de mujeres y grupos de hombres (por ejemplo, en la atención de las clínicas los turnos son de 15 días por dos hombres y 15 días por dos mujeres, sucesivamente), cual si la enseñanza de la heterosexualidad y sus normas implicara una total falta de dudas acerca de la “natural” atracción entre mujeres y hombres.

Paralelamente, el gobierno autónomo sólo asume que las mujeres trabajan cuando tienen una actividad económicamente equivalente a la de los hombres en los trabajos colectivos, cual la cría de pollos que corresponde a las faenas masculinas en la ganadería. El trabajo propiamente femenino de subsistencia colectiva, que tiene que ver con la afectividad, el cuidado y la presencia, aun entre l@s zapatistas no está totalmente entendido en su importancia. Por supuesto, y de ello como feminista estoy convencida, eso tiene que ver con la diferencia que hay entre participar de una comunidad y construir la propia autonomía de mujer al interior de un colectivo mixto de mujeres y hombres.

Revista PRAXIS EN AMÉRICA LATINA. No. 11 –Sección especial: La Escuela Zapatista

http://www.praxisenamericalatina.org/indice-5-14.html

http://francescagargallo.wordpress.com/author/francescagargallo/







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