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Diciembre 2014

Desafíos organizativos


João Pedro Stedile

En diversos espacios de intercambio y reflexión entre nuestros movimientos, al analizar el período que estamos viviendo, hemos coincidido en que asistimos al ocaso del capitalismo industrial –y las construcciones sociales que surgieron con éste–, ante la hegemonía que ha establecido el capital financiero y especulativo, con un trasfondo marcado por la crisis estructural que tiene en primer plano a la dimensión financiera, pero con repercusiones en otros planos, ya que es sistémica.
 
Con esta transformación, lo que tenemos es una ofensiva del capital, nacional e internacional, que busca apropiarse de todos los bienes de la naturaleza (biodiversidad, tierra, agua, oxígeno, etc.), principalmente vía la minería, las usinas hidroeléctricas y nucleares, que causan graves problemas como la devastación de los biomas, el cambio climático, desalojos, etc.; pero que también afectan directamente a la soberanía de los países y de los pueblos.
 
Es en esta dinámica que se inscribe la crisis climática que se expresa en sequías, inundaciones, huracanes, incendios, falta de agua y una infinidad de problemas que están alterando las condiciones de vida en nuestro planeta, cuyas víctimas principales son los más pobres, cerca de 3 mil millones de personas en el mundo.  Y concomitantemente está la crisis energética, en la que la actual matriz energética basada en los combustibles fósiles prácticamente ha colapsado.
 
Además, tenemos una crisis alimentaria, debido a que los alimentos, fuente de nuestra vida y reproducción humana, fueron mercantilizados, estandarizados, dominados por solamente 50 empresas transnacionales en el mundo.  La consecuencia es que hay novecientos mil millones de hambrientos en el planeta y la seguridad alimentaria de todos los pueblos del mundo está amenazada.
 
En este orden de cosas, también asistimos a una mayor precarización del trabajo, al tiempo que se recorta los derechos de los trabajadores.  Tan es así que en la mayoría de los países el desempleo aumenta a cada año, sobre todo entre los jóvenes, al punto que en algunos países el desempleo juvenil llega al 50%.
 
En general se trata de una dinámica marcada por una creciente concentración de la propiedad de la tierra, de la riqueza, de la ciudad, de los medios de comunicación y de la política, en una minoría de capitalistas, que no pasa del 1% de la población mundial: 737 corporaciones, 80% del sector financiero y 147 empresas transnacionales.  Mientras el 70% de la población mundial tiene solo 2,9% de la riqueza.
 
No hay que perder de vista que Estados Unidos y sus aliados del G8, Organización Mundial del Comercio mediante, controlan la economía mundial con el poder del dólar, los tratados de libre comercio (TLC’s).  Como tampoco, que con la maquinaria de guerra y el control de los medios de comunicación imponen sus intereses a la humanidad.
 
Y en la medida que el poder corporativo a nivel mundial controla la economía y los gobiernos, ya que estos pueden tener sus reuniones para simplemente no decidir nada, se registra un deterioro de la democracia y de las formalidades de representación, pues dejaron de responder a los intereses ciudadanos.  Esto se registra tanto en los organismos internacionales, como en una mayoría de países donde, aunque mantengan elecciones, el pueblo no tiene el derecho de participación efectiva en el poder político.  Y, por lo general, las políticas públicas no priorizan las necesidades de los más pobres, o se restringen a políticas compensatorias que no apuntan a resolver los problemas desde la raíz.
 
Por otra parte, las guerras en curso son estúpidas e inaceptables, pues se traducen en la pérdida de millones de vidas inocentes, tan solo para atender los intereses económicos, energéticos, geopolíticos de los países imperiales, que muchas veces utilizan falsos motivos étnicos, religiosos o de “combate al terrorismo”.
 
En este escenario es gravitante el control monopólico de los medios de comunicación, para obtener no solo ganancias sino el control ideológico de las mentes de la población.  Cuanto más que por ahí se promueve y amplifica una cultura mercantilizada, de la defensa de los falsos valores del consumismo, del egoísmo y del individualismo.
 
Y cabe acotar que también entra en juego el hecho de que la academia y la ciencia han sido manipuladas y utilizadas solamente para aumentar la productividad y la ganancia del capital, y no al servicio de las necesidades de los pueblos.
 
La necesidad de articularnos
 
Para encarar esta realidad, es preciso reconocer primeramente que estamos ante una crisis de proyecto alternativo, lo cual dificulta la construcción de procesos unitarios y de programas orientados a modificar la correlación de fuerzas.  Esto es, las organizaciones populares, infelizmente, están aún débiles, con muchas dificultades en sus acciones, pues estamos en un período histórico de reflujo del movimiento de masas.
 
En términos generales, las luchas sociales aún están en la fase de “protestas” y no en la construcción de un proyecto de sociedad que involucre a los trabajadores y movimientos sociales que tenga como bases la solidaridad, la igualdad y, especialmente, la justicia, punto clave, pues sin justicia no hay futuro.
 
En este sentido, destacamos el Encuentro Mundial de Movimientos Populares (EMMP), realizado en Roma y el Vaticano (27-29 octubre 2014), con el auspicio del Papa Francisco[1], en la medida que fue una exitosa experiencia que evidenció, una vez más, la necesidad de mantenernos organizados y articulados para avanzar en la unidad de los trabajadores en todo el mundo, pero con un sentido de autonomía respecto a los Estados-gobiernos, partidos, iglesias e instituciones afines, sin que implique abstenerse de establecer relaciones y espacios de diálogo.
 
Por lo mismo, acordamos seguir aglutinando a los más amplios y distintos sectores organizados alrededor de las luchas por la tierra y la soberanía alimentaria, por la vivienda y los derechos humanos en las ciudades, por los derechos de todos los trabajadores y trabajadoras, por el fin de las guerras genocidas y por el derecho a la soberanía de los pueblos, por los derechos de la naturaleza y del medio ambiente.
 
Por supuesto que esto nos debe llevar a afinar una plataforma a partir de lo acordado en la Declaración Final del EMMP que señala: “debe buscarse en la naturaleza inequitativa y depredatoria del sistema capitalista que pone el lucro por encima del ser humano la raíz de los males sociales y ambientales.  El enorme poder de las empresas transnacionales que pretenden devorar todo y privatizarlo todo –mercancías, servicios, pensamiento- son primer violín de esta destrucción”[2].
 
En este sentido, el desafío pasa por la construcción de un proyecto alternativo al capitalismo con una amplia convergencia de fuerzas de los diversos sectores sociales a nivel mundial.  Esto implica, por cierto, elaboración teórica que permita profundizar el entendimiento de la realidad vigente pero en consonancia con las luchas sociales, pues solamente éstas construyen y alteran la correlación de fuerzas en la sociedad; y organicidad entre los luchadores del pueblo.
 
A nuestro entender, esto nos remite a la importancia del trabajo de base y la formación como procesos permanentes, en tanto allí se conjuga la relación práctica-teoría-práctica, que se nutren mutuamente.  Por lo mismo, no da espacio al activismo sin reflexión de lo que hacemos, como tampoco a la teoría distante de las luchas y las prácticas cotidianas.  Después de todo, los cambios que queremos no dependen de nuestra voluntad personal, sino de nuestra capacidad como clase trabajadora para organizarnos, pelear y disputar.  De ahí que asumimos el compromiso de construir escuelas de formación política para elevar el nivel de conciencia de nuestras bases.
 
Otro eje fundamental para nuestras organizaciones y la articulación internacional tiene que ver con el desafío que enfrentamos ante el poder mediático que se ha convertido en el articulador político de los poderes establecidos, ante el desgaste de los partidos políticos, y por tanto en puntal de la formación ideológica de nuestras sociedades con las ideas de los poderes hegemónicos.
 
Vale decir, enfrentamos a un poder mediático altamente concentrado que a nivel global y en los espacios nacionales busca controlar las ideas, los deseos y la opinión pública, por lo cual ejerce una virtual represión ideológica contra cualquier lucha social.  Es por eso que en nuestra lucha por una verdadera democracia, donde el pueblo realmente pueda participar activamente en la definición de sus destinos, reclamamos, en primer lugar, la democratización de los medios de comunicación.
 
En esta línea nos incumbe la tarea de propiciar y potenciar nuestros propios medios de comunicación y conectarlos en red, a la vez que articularnos con los medios alternativos y populares y la lucha por la democratización de la comunicación para disputar la hegemonía comunicacional y cultural.
 
- João Pedro Stedile es miembro de la Coordinación Nacional del MST y de la Vía Campesina Brasil.  Integrante del Consejo de ALAI.


Publicado en América Latina en Movimiento, No. 500: http://alainet.org/publica/500.phtml





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