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Abril 2016

Un año de luchas laborales en México: ¿qué significan?


J.G.F. Héctor
PRAXIS en América Latina

2015 fue un año en el que atestiguamos varias luchas laborales en México: las cuales se extendieron desde San Quintín, en el norte del país, hasta Chiapas, en el sureste. ¿Cuál es su significado? ¿Qué nos dicen sobre el movimiento obrero contemporáneo?

DE BAJA CALIFORNIA A CHIAPAS

Los jornaleros de San Quintín


En marzo del año pasado, las protestas de los trabajadores agrícolas de San Quintín, Baja California, alcanzaron el máximo punto de atención pública. ¿Quiénes eran estos hombres y mujeres, de los que casi ninguno de nosotros había escuchado? Indígenas migrantes (principalmente, de Oaxaca) que trabajaban para empresas mexicanas exportadoras de fruta en el norte del país, y que vivían casi en condiciones de esclavitud.

A través de sus voces y acciones (una huelga, la organización de diversas marchas y manifestaciones, etc.), fuimos conociendo su realidad. Sus exigencias:
un salario de 300 pesos diarios, mejores condiciones laborales y de vida y el derecho a crear un sindicato independiente. La conciencia de su explotación queda resumida en las siguientes palabras: “La fresa y las moras son las frutas más caras [...] vale[n] dólares y no pesos [...] Las cajas de mora [se vendían en] 23.50 dólares [350 pesos] y a nosotros nos pagaba[n] 14 pesos por piscar [recoger frutas] y empacar las cajas” (Praxis en América Latina 3, p. 5).
Pero los jornaleros no sólo se quedaron en San Quintín, ni creyeron que fueran los únicos que estuvieran en esa situación de explotación, sino que viajaron a la ciudad de México en varias ocasiones el año pasado, donde les mostraron su solidaridad a otros trabajadores en resistencia y hablaron del carácter universal de su lucha: “Yo creo que el movimiento de los jornaleros es de todos, tanto nacional como internacional”.

A pesar de que las protestas de los jornaleros de San Quintín llegaron a nuestro conocimiento apenas el año anterior, en realidad, su resistencia data de los años 90, cuando pelearon por un lugar para vivir que estuviera separado del área de trabajo, así como por escuelas públicas para sus hijos. Su historia de lucha es larga y prolífica; en ella, las mujeres —en tanto madres, esposas, trabajadoras— han desempeñado un papel esencial (Praxis 4, p. 6).

Trabajadores de la maquila en Ciudad Juárez

En diciembre de 2015, la frontera norte de México volvió a ser escenario de la resistencia obrera, cuando distintos movimientos explotaron de manera simultánea en cuatro plantas ensambladoras en Ciudad Juárez, Chihuahua. Los trabajadores, mayoritariamente mujeres, demandaban ser devueltos a sus puestos laborales, luego de haber sido injustamente despedidos, así como sus pagos de tiempo extra, vacaciones y seguridad social.

Para sostener su protesta, los trabajadores organizaron plantones afuera de las cuatro fábricas, con los cuales buscaban ganarse el apoyo de sus compañero de trabajo, así como de la sociedad en general. De igual forma, viajaron a la ciudad de México, donde se dirigieron a otros trabajadores, compartiéndoles las razones profundas de su protesta. Como en el caso de San Quintín, los obreros de Ciudad Juárez exigían el derecho a formar un sindicato independiente, así como respeto en el espacio laboral: “Si no me equivoco, Ciudad Juárez es el lugar donde menos se paga de todo México. No es justo, porque nosotros trabajamos para los americanos, y allá pagan [en dólares]. Además, no tenemos sindicato [para defendernos] Exigimos también respeto dentro de la empresa, ya que muchas compañeras han sufrido incluso hostigamiento laboral” (Praxis 6, p. 7).

En sus palabras, encontramos además una fuerte crítica al capital y al Estado, así como una profunda creencia en el poder transformador de los trabajadores: “¿Por qué el gobierno permite esto, si somos los trabajadores los que sacamos adelante a Ciudad Juárez, con nuestra mano de obra?” Al igual que en San Quintín, la participación de las mujeres ha tenido aquí una importancia crucial.


Jornaleros de San Quintín



Trabajadores en Ciudad Juárez


Los maestros disidentes

A estas dos luchas debemos agregar la de los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), en marcha desde hace casi 30 años. Desde su separación en 1989 del sindicato oficial de maestros, la CNTE ha buscado ser una organización democrática, fundamentada en las acciones, pensamientos y decisiones de los profesores de base. A partir de 2013, cuando el Estado comenzó a imponer su “reforma educativa”, la CNTE ha redoblado sus esfuerzos por construir, al lado de estudiantes, padres de familia y sociedad en general, un modelo educativo alternativo, verdaderamente autónomo. A la par, se han pronunciado y manifestado fuertemente contra la “reforma educativa”, denunciándola como una reforma laboral que pretende ignorar los derechos de los profesores y convertirlos en fuerza de trabajo barata, fácilmente removible. La resistencia de la CNTE es, por tanto, la resistencia de todos los trabajadores en contra de la legislación laboral actual. No debe sorprendernos, entonces, que el gobierno le haya respondido a la CNTE con extrema represión y decenas de encarcelamientos.

3,360 maestros que no se presentaron a la “evaluación docente” fueron despedidos a principios de marzo, y el Estado amenaza con hacer lo mismo con el resto de los profesores disidentes. A pesar de la represión, su resistencia continúa.

Otras luchas

No podemos cerrar este breve repaso a las luchas laborales en México sin al menos mencionar los distintos movimientos de resistencia que están teniendo lugar, sobre todo, en la región central del país. A pesar de ser más reducidos en número de trabajadores e influencia, no por ello dejan de ser significativos, ya que nos revelan la realidad del trabajo y de la resistencia obrera en México hoy:
1) La huelga en la fábrica de calzado Sandak, en Tlaxcala, ya de cuatro años de duración;
2) la de las trabajadoras de Maquilas Cartagena, al oriente de la ciudad de México (Praxis 4, p. 4);
3) la protesta, ya de ocho meses de duración, de los trabajadores de una gasolinera en Tasqueña (Praxis 6, p. 11), y
4) las diversas manifestaciones de empleados del gobierno de la ciudad, entre los cuales están comprendidos trabajadores del sector salud y energético (Praxis 7, p. 3).
Todos ellos han sido injustamente despedidos, ya por empresas privadas o del Estado, y luchan por recibir su liquidación —o, bien, por ser devueltos a sus puestos laborales.

Asimismo, podemos mencionar los varios grupos de trabajadores informales y desempleados que exigen un espacio para trabajar, así como el derecho a hacerlo sin ser molestados por la policía —tal como lo hace la Unión Popular de Vendedores y Ambulantes (UPVA) en Puebla (Praxis 7, p. 3).

Es de recalcar que, en muchos de estos movimientos, la participación de las mujeres es mayoritaria, a más de sustancial.

Todas estas luchas, presentes a lo largo y ancho del país, son un claro indicador de la resistencia de los trabajadores en contra del capital y el Estado. Su objetivo es ponerle un alto a la voracidad del capitalismo —y por ello son ya, en sí mismas, la más contundente crítica práctico/teórica a dicho sistema.

Sin embargo, no son sólo eso. Al mismo tiempo, estas luchas plantean implícitamente la necesidad de un nuevo tipo de trabajo: uno en que el obrero no sea únicamente un medio para producirle ganancias al capital, sino un fin en sí mismo; es decir: un tipo de trabajo en el que el ser humano no se vea reducido a un mero “apéndice de la máquina”, a un fragmento de sí mismo. Los obreros están clamando, con sus acciones, que el trabajo se convierta en la “primera necesidad vital”, en una “actividad propia” totalmente libre. En ese sentido, las luchas de los trabajadores no son sólo una negación, un ponerse en contra de la opresión del capital, sino el primer paso para superarlo. En otras palabras: hay una positividad que nace de la propia resistencia de los trabajadores, de su negación de la producción capitalista.

Esta positividad es ya, en germen, la realización práctica y teórica de una sociedad nueva, basada en fundamentos verdaderamente humanos. La pregunta clave es, entonces: ¿cómo podemos hacer que esta positividad —es decir: esta auténtica filosofía de la liberación humana, implícita ya en las acciones y pensamientos de los trabajadores— alcance su máxima expresión?

¿QUÉ HACER AHORA?

Comencemos con una afirmación polémica: no obstante su esencialidad, ninguna lucha obrera ha sido capaz, por sí misma, en ninguna parte del mundo, de dar origen a una sociedad nueva. Se necesita algo más. No nos referimos aquí, por supuesto, a la participación de otros sectores sociales —jóvenes, mujeres, indígenas, etc. —, la cual sin duda es necesaria, y que de una u otra forma siempre está presente. Más bien, nos referimos a la urgencia de una filosofía que sea “capaz de responder a los retos de la experiencia humana, de las nuevas sublevaciones, símbolos de la falta de libertades específicas”, como lo planteó la filósofa humanista-marxista Raya Dunayevskaya.

Los únicos sujetos revolucionarios son las masas —jóvenes, mujeres, trabajadores, entre otros—, quienes se rebelan en contra de la “falta de libertades específicas” encarnada por la sociedad capitalista. No hay ninguna duda sobre ello. Al mismo tiempo, hay algo fundamental que nosotros, colectivos/organizaciones de pensadores-activistas, necesitamos hacer. Planteado de otra manera: ¿cuál es nuestra responsabilidad ante todas estas protestas desde abajo que se están suscitando actualmente?

Sin duda, no nos proponemos “educar” a los trabajadores, ni siquiera ayudarles a que pasen de su “crítica del sentido común” a una crítica conceptualmente organizada del capital y el Estado. Como ya lo apuntamos, sus acciones de resistencia son ya, en sí mismas, la mayor crítica práctico/teórica que se le pueda hacer al capital. Más bien, somos nosotros los que tenemos que aprender de los trabajadores. Es imprescindible, para ello, poner todos nuestros sentidos en sintonía con sus pensamientos y actividades, de modo que podamos captar el pleno significado emancipador de los mismos, así como el auto-movimiento de su subjetividad revolucionaria. Raya Dunayevskaya se refirió a este proceso de pensar las luchas desde abajo como el “movimiento de la práctica a la teoría, que es en sí mismo una forma de teoría”. Más aún: ella lo caracterizó como la única fuente de conocimiento revolucionario. No obstante, esto no constituye la totalidad del proceso.

Hay asimismo un movimiento de la teoría a la práctica, un “volver a la práctica” que va al encuentro del movimiento que nace desde abajo, y que es tan fundamental como éste. Sólo cuando tenemos a ambos juntos —teoría y práctica, práctica y teoría— es que algo verdaderamente nuevo puede surgir. Así pues, ¿qué es lo que nosotros, colectivos/organizaciones de pensadores-activistas, podemos aportarles o “de vuelta” a los trabajadores que están luchando contra la opresión del capital?

Nuestra relación con ellos no puede limitarse a brindarles un apoyo moral u operativo (es decir, a acompañarlos); tampoco, a darles asesoramiento jurídico o consejos sobre cómo deberían organizarse. Sin duda, todo esto puede ser necesario en el proceso de la resistencia, y habrá que hacerlo. Sin embargo, nuestro enfoque debe der más amplio: filosófico. Más concretamente: el movimiento teórico que va al encuentro de la práctica revolucionaria ha de estar anclado en una filosofía emancipadora total, que no puede ser sino la dialéctica hegeliano-marxista.

Los trabajadores van a descubrir, por sí mismos, la forma o formas de organización que más les ayuden a continuar con su lucha: comités descentralizados, sindicatos independientes, etc.

Ése no es el problema. La pregunta clave sigue siendo, en cambio: ¿Cómo podemos contribuir a que los trabajadores sigan desarrollando su potencial transformador, hasta el punto en que se convierta en una negatividad absoluta —que, al mismo tiempo que destruye (niega) al capitalismo, encuentra dentro de sí una negación de esa primera negación, o una positividad, que no significa sino la construcción en permanencia de una sociedad totalmente nueva?

Si hablamos con los trabajadores sobre esto, no de manera abstracta, sino tomando como substancia sus pensamientos y acciones, haciéndoles explícito el potencial revolucionario ya implícito en ellos, podríamos hacer grandes progresos. Esto sería así porque la filosofía de la liberación humana no es una idea que viva afuera de los cuerpos y mentes de los trabajadores concretos, y deba llegarles del exterior, sino que ellos mismos son esa filosofía —si bien todavía como posibilidad, no en su realización plena. Si los trabajadores llegan a “adoptar” a la filosofía, no como un “discurso filosófico”, sino como algo que está en sus propias ideas y acciones, y que es la fuente más íntima de auto- determinación y desarrollo, podríamos arribar no sólo a un nuevo momento de resistencia, sino a un nuevo comienzo en la historia humana.

Hegel, el filósofo de la libertad, se refirió al poder subjetivo/objetivo de la filosofía de la siguiente manera: “Cuando los individuos y los pueblos han acogido una vez en su mente el concepto abstracto de la libertad estante por sí, ninguna otra cosa tiene una fuerza tan indomable, precisamente porque la libertad es la esencia propia del espíritu y es su realidad misma”.

A fin de contribuir a realizar esta tarea crucial, es imprescindible que nosotros, colectivos/organizaciones de pensadores-activistas, seamos capaces de reconocer el poder absoluto de transformación (esto es, la dialéctica) en la realidad misma. Más concretamente: en las acciones de resistencia de las masas revolucionarias.

Al mismo tiempo, es esencial comprender intelectualmente a la dialéctica como el único método adecuado para interpretar y transformar la realidad. Las dos juntas: la realidad, dialéctica en sí, y la realidad dialécticamente aprehendida, dan origen a la unidad de teoría y práctica, filosofía y revolución, forma y contenido, que constituye la totalidad del movimiento de la historia. Es esta dialéctica marxista (humanista) la que debemos recrear en cada acción y pensamiento de resistencia que nace desde abajo.

Praxis en América Latina No. 7 marzo-abril 2016 p. 1-2.







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