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Septiembre 2016

Día de los desaparecidos


Carlos Ayala Ramírez

El 30 de agosto se conmemora el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas. La Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas —que entró en vigor en 2010 y ha sido firmada por 93 Estados y ratificada por 50—afirma de manera inequívoca que recurrir a las desapariciones forzadas es ilegal bajo cualquier circunstancia, incluida la guerra, la inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública. Así, la Convención proporciona una sólida base para la lucha contra la impunidad, la protección de las personas desaparecidas y sus familias, y el refuerzo de las garantías que ofrece el Estado de derecho: la investigación, el enjuiciamiento, la justicia y la reparación, entre otras.

Según Naciones Unidas, la desaparición forzada se ha convertido en un problema mundial, no afecta únicamente a una región concreta. Señala que, en su origen, fue el producto de las dictaduras militares, pero en la actualidad pueden expresarse en situaciones complejas de conflicto interno, sobre todo como método de represión política. En este sentido, la ONU llama especialmente la atención sobre el acoso a los defensores de los derechos humanos, los parientes de las víctimas, los testigos y los abogados que participan en casos de desaparición forzada.

Este atropello a los derechos humanos es descrito por la ONU en los siguientes términos:

Llegan unos hombres. Irrumpen en la vivienda, casa, casucha o choza de una familia, rica o pobre, en una ciudad o en una aldea, en cualquier lugar. Llegan en cualquier momento del día o de la noche, habitualmente de paisano, algunas veces en uniforme, siempre armados. Sin dar explicaciones, sin presentar ninguna orden de detención, a menudo sin decir quiénes son y en nombre de quién actúan, se llevan a rastras a uno o más miembros de la familia hacia un automóvil, haciendo uso de la violencia de ser necesario.

En consecuencia, la desaparición forzada se define por tres situaciones: la privación de libertad, la participación de agentes gubernamentales (directa o indirectamente) y la negativa a revelar la suerte o paradero de la víctima. Como se sabe, las desapariciones forzosas son un fenómeno que se ha registrado en la historia reciente de varios países. Para citar algunos casos cercanos y muy conocidos, en Guatemala se calcula que han desaparecido entre 40 mil y 45 mil personas, la mayoría durante la guerra civil. En México, según cifras oficiales, entre 2006 y 2012 se presentaron casi 20 mil denuncias de desapariciones, pero la cifra real podría ser mayor. Y en El Salvador, miles de personas fueron detenidas-desaparecidas durante el conflicto armado de los ochenta, incluyendo a cientos de niños y niñas. Sin embargo, ni las partes firmantes de los Acuerdos de Paz ni el informe de la Comisión de la Verdad abordaron de forma aceptable el desafío de los desaparecidos.

En este contexto, Jon de Cortina, sacerdote jesuita, afectado profundamente por el dolor de las familias de niños pequeños sustraídos por el Ejército salvadoreño en el marco de operativos militares, creó en 1994 la Asociación Pro-Búsqueda, como instrumento para localizarlos y facilitar el reencuentro familiar. El trabajo de Pro-Búsqueda, decía Cortina, “es restaurar la identidad de los jóvenes, explicarles de dónde vienen, quiénes son, cómo se llaman realmente. La mayoría quiere conocer y reencontrarse con su pasado”. “Puede ser un proceso doloroso, pero es un gran esfuerzo por una verdadera reconciliación entre hermanos”, enfatizaba.

En el día dedicado a los desaparecidos, es justo reconocer y agradecer a personas como Jon de Cortina e instituciones como Pro-Búsqueda. Esta última ha posibilitado el reencuentro de muchas familias salvadoreñas. Sus procesos de investigación han restaurado memoria e identidad, o han constatado la pérdida definitiva de una vida. De Jon se dice que trabajó por la defensa del sector de la población más vulnerable, los niños. Por su derecho a no ser separados de la madre y a vivir bajo el amparo de sus padres. En definitiva, la causa de Jon de Cortina se caracterizó por su compromiso con la defensa de los más débiles frente a instituciones gubernamentales con larga trayectoria de autoritarismo e impunidad.

Es memorable la inserción de este jesuita en la vida del pueblo. Sus siguientes palabras son el fruto de esa opción: “Lo más importante es acompañar a la gente. Nunca podremos hablar si no estamos con ellos. Y una vez con ellos, nuestro trabajo tiene que ser dar esperanza, aliento”. También fue notable su sentir y pensar desde el sufrimiento de madres y familiares de desaparecidos: “Las víctimas tienen derecho a una reparación moral y material. Lo material va a ser muy difícil, pero al menos que se les pida perdón”. De esa coherencia testimonial surge la memoria entrañable que lo hace presente como el “Jon de los desaparecidos”.

En su libro Los hijos de los días, Eduardo Galeano habla de los desaparecidos como “muertos sin tumba”, y “tumbas sin nombre”. Y recuerda otro tipo de “desapariciones” que hoy amenazan la vida y por las que también debemos ocuparnos:

Los bosques nativos, las estrellas en la noche de las ciudades, el aroma de las flores, el sabor de las frutas, las cartas escritas a mano, los viejos cafés donde había tiempo para perder el tiempo, el fútbol de la calle, el derecho a caminar, el derecho a respirar, los empleos seguros, las jubilaciones seguras, las casas sin rejas, las puertas sin cerradura, el sentido comunitario y el sentido común.



http://www.uca.edu.sv/noticias/opinion-4374







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