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7 de octubre del 2001

LA NUEVA GEOGRAFÍA DE LOS CONFLICTOS INTERNACIONALES

Michael T. Klare
Vía Alterna

En octubre de 1999, en una rara alteración de la geografía militar de Estados Unidos, el Departamento de Defensa cambió el mando general de las fuerzas estadounidenses en Asia Central al trasladarlas de la Comandancia del Pacífico a la Comandancia Central. Esta decisión no produjo titulares en la prensa ni otras muestras de interés en Estados Unidos, y sin embargo representó un cambio significativo en el pensamiento estratégico estadounidense.

Asia Central se había considerado antaño un asunto periférico, un rincón alejado de las principales áreas de responsabilidad de la Comandancia del Pacífico (China, Japón y la península de Corea). Pero esa región, que se extiende desde los Montes Urales a la frontera occidental de China, se ha convertido hoy en importante objetivo estratégico debido a las grandes reservas de petróleo y gas natural que se cree yacen bajo el Mar Caspio y sus alrededores. Como la Comandancia Central ya tiene a su cargo las fuerzas de Estados Unidos en la región del Golfo Pérsico, su toma del control sobre Asia Central significa que esta área recibirá ahora una atención más cercana de parte de aquellos cuya tarea primaria es proteger el flujo de petróleo hacia Estados Unidos y sus aliados.

La nueva preeminencia de Asia Central y de su potencial riqueza petrolera no es sino un signo de una transformación mayor en el pensamiento estratégico estadounidense. Durante la Guerra Fría, las áreas de mayor interés para los planificadores militares eran las de confrontación entre Estados Unidos y el bloque aliado soviético: Europa Central y del sureste y el Lejano Oriente. Sin embargo, desde el fin de la Guerra Fría, estas áreas han perdido mucha de su importancia estratégica para Estados Unidos (salvo, quizás, por la zona desmilitarizada entre Corea del Norte y Corea del Sur), en tanto que otras regiones - el Golfo Pérsico, la cuenca del Mar Caspio y el Mar de la China Meridional - están recibiendo cada vez mayor atención del Pentágono.

Tras ese cambio de la geografía estratégica hay un nuevo énfasis en la protección al suministro de recursos vitales, sobre todo, el petróleo y el gas natural. Mientras en la era de la Guerra Fría se creaban divisiones y se formaban alianzas siguiendo lineamientos ideológicos, en la actualidad la competencia económica rige las relaciones internacionales y, por lo mismo, se ha intensificado la competencia por el acceso a esas vitales riquezas económicas. Como cualquier interrupción en el abastecimiento de recursos naturales tendría graves consecuencias económicas, los principales países importadores consideran hoy que la protección de ese flujo es una importante preocupación nacional. Además, con un consumo global de energía cuyo aumento se estima en 2% anual, la competencia por el acceso a las grandes reservas de energéticos sólo puede ser más intensa en los años venideros.

Por consiguiente, los funcionarios de seguridad han empezado a prestar una atención mucho mayor a los problemas que origina la creciente competencia por el acceso a materias primas cruciales, en especial aquellas que, como el petróleo, con frecuencia yacen en áreas en disputa o políticamente inestables. Como observó el Consejo de Seguridad Nacional en el informe anual sobre política de seguridad redactado en 1999 por la Casa Blanca: "Estados Unidos seguirá teniendo un interés vital en asegurar el acceso a los suministros de petróleo del exterior". Por tanto, concluía el informe, "debemos mantenernos conscientes de la necesidad de estabilidad y seguridad regionales en áreas clave de producción, a fin de garantizar nuestro acceso a esos recursos tanto como su libre circulación."

Líneas de falla

Desde luego, la preocupación por el acceso a los recursos globales ha sido durante mucho tiempo tema importante en la política de seguridad estadounidense. Por ejemplo, en la década de 1890, el capitán Alfred Thayer Mahan, destacado estratega naval de la nación, obtuvo un apoyo generalizado al sostener que Estados Unidos necesitaba una flota numerosa y capaz a fin de reforzar su posición como potencia comercial en el mundo. Esta perspectiva también moldeó el pensamiento geopolítico de los presidentes Theodore Roosevelt y Franklin Delano Roosevelt.

No obstante, durante la Guerra Fría las preocupaciones por los recursos se subordinaron con frecuencia a las dimensiones políticas e ideológicas de la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Apenas ahora, cuando la Guerra Fría ha terminado definitivamente, la garantía de acceso a materias primas vitales vuelve a adquirir una posición central en la planeación de la seguridad estadounidense.

La prueba de esta reanimación del interés por los recursos fue especialmente clara el año pasado, durante la escasez global de petróleo y gas natural. En agosto de 2000 el presidente Bill Clinton voló a África con la esperanza de obtener petróleo adicional de Nigeria - en la actualidad uno de los principales abastecedores de Estados Unidos - y alentó a los estados del Mar Caspio a acelerar la construcción de nuevos oleoductos con destino a Europa y el Mediterráneo. Entre tanto, el entonces gobernador de Texas, George W. Bush, se valió de los debates de la campaña presidencial para exigir la exploración de petróleo y gas en los territorios vírgenes de Estados Unidos, a fin de reducir la dependencia nacional de los suministros del extranjero. Una vez electo, una de sus primeras iniciativas de política exterior fue su reunión con el presidente de México, Vicente Fox, para discutir propuestas destinadas a aumentar el flujo de energéticos de ese país a Estados Unidos.

Un enfoque similar sobre la adquisición o la protección de suministros de energía es evidente en el pensamiento estratégico de otras potencias. Grandes importadores de energía, como China, Japón y las principales potencias europeas, han hecho del aseguramiento de la estabilidad en sus suministros una de sus prioridades máximas.

Rusia muestra hoy mayor interés en su política exterior hacia las áreas productoras de energía de Asia Central. Aunque siga preocupándose por los acontecimientos que ocurren en sus fronteras occidentales, en áreas colindantes con la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, Moscú ha dedicado considerables recursos a fortalecer su presencia militar en el sur, en el Cáucaso (incluyendo Chechenia y Daguestán) y en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central.

Del mismo modo, el ejército chino ha desplazado su concentración de la frontera norte, con Rusia, a Xinjiang, en el oeste (fuente potencial de petróleo), y a áreas extracosteras en los mares de la China Oriental y Meridional.

Japón ha seguido a China a esos mares e impulsado en ellos su propia capacidad de operación, obteniendo y desplegando nuevas naves de guerra y una flotilla de aviones patrulla Orión P-3C armados con misiles.

Garantizar el acceso a suficientes suministros de petróleo y gas es también una gran preocupación de las naciones en reciente proceso de industrialización del mundo en desarrollo, como Brasil, Israel, Malasia, Tailandia y Turquía, muchas de las cuales, se espera, duplicarán o triplicarán su consumo de energía en los próximos veinte años.

Aunque la obtención de suficientes suministros de energía se esté convirtiendo en la máxima prioridad en recursos para algunos estados, para otros el foco principal estará en la búsqueda de agua adecuada. Los suministros de agua ya son insuficientes en muchas partes del Medio Oriente y del suroeste asiático; es probable que el continuo crecimiento de la población y la mayor posibilidad de sequía debida al calentamiento global provoquen una escasez similar en otras latitudes. Para complicar más el problema, los suministros del líquido no obedecen a fronteras políticas, por lo que muchos países de esas regiones deben compartir un número limitado de importantes fuentes de agua. Como todos los estados colindantes con esas aguas tratan de elevar los suministros que tienen asignados, es inevitable que aumente el peligro de conflicto por la competencia por esos suministros compartidos.

En otras partes del mundo han estallado conflictos localizados por el control de maderas y minerales valiosos. Por lo regular, esos conflictos implican una lucha entre élites o tribus que compiten por el ingreso derivado de los bienes de exportación. Por ejemplo, en Angola y Sierra Leona grupos rivales luchan por el control de lucrativos yacimientos de diamantes; en la República Democrática del Congo, el conflicto atañe tanto al cobre como a los diamantes; y en algunas partes del sureste asiático numerosos grupos luchan por ricas zonas madereras. En Borneo hubo recientemente un importante derramamiento de sangre por los enfrentamientos entre los dayak nativos, que durante mucho tiempo han ocupado extensas selvas de Borneo, y los colonos de Java y Madura que fueron llevados allí por el gobierno indonesio para recolectar toda esa madera. Aunque no sean una amenaza directa a la seguridad de las principales potencias, esos conflictos pueden llevar al despliegue de fuerzas de paz de la Organización de las Naciones Unidas, ONU - como en Sierra Leona-, para imponer así importantes demandas a la capacidad mundial para manejar la violencia étnica y regional.

Todos esos fenómenos -mayor competencia por el acceso a importantes fuentes de petróleo y gas, creciente fricción por la asignación de suministros de agua compartidos y guerra interna por valiosos bienes de exportación- han producido una nueva geografía de conflictos, una cartografía reconfigurada en la que los flujos de recursos, y no las divisiones políticas e ideológicas, constituyen las principales líneas de falla. Así como un mapa en que se muestran las fallas tectónicas del mundo es una útil guía sobre posibles zonas de terremotos, considerar el sistema internacional en términos de depósitos de recursos en disputa -yacimientos de petróleo y gas en problemas de adjudicación, sistemas hidrológicos compartidos, minas de diamantes asediadas- ofrece una guía a posibles zonas de conflicto en el siglo XXI.

Un mapa del mundo

Los analistas políticos aún no han creado un modelo que represente con precisión la dinámica de poder global del mundo posterior a la Guerra Fría. Una explicación amplia y con perspectiva de futuro de esa dinámica debe tomar en cuenta los diversos cambios en la política del poder y en las zonas de conflicto. La confrontación bipolar de la Guerra Fría se ha reconfigurado para crear una superpotencia global -Estados Unidos- enfrentada a un grupo de centros de poder más pequeños, de Europa Occidental a Rusia, China y Japón.

A principios de la década de 1990, la violencia en la antigua Yugoslavia, en Cachemira y en África Central hizo que la comunidad mundial se concentrara en la prevención de los conflictos étnicos e intercomunitarios, pero ese enfoque en la etnicidad no fue capaz de prever ni enfrentar la violencia en África por el control de yacimientos de diamantes, de minas de cobre y de tierras de labranza. La globalización económica viene convirtiendo algunas áreas pobres en centros de prosperidad y crecimiento, pero dejando a otras en la más abyecta pobreza, provocando conflictos que tienen más que ver con los recursos que con el nacionalismo. En suma, los asuntos del mundo contemporáneo desafían las definiciones exclusivamente políticas, económicas y de seguridad.

Un mejor análisis de las tensiones en el nuevo sistema internacional y un mejor pronóstico de los conflictos verían las relaciones internacionales a través del cristal de los recursos en disputa en el mundo y se enfocarían en aquellas áreas donde es probable que surjan conflictos por el acceso a materias primas vitales o por su posesión.

El análisis empezaría con un mapa que mostrara todos los principales yacimientos de petróleo y gas natural localizados en áreas en disputa o inestables. Entre esas zonas de conflicto potencial están el Golfo Pérsico, la cuenca del Mar Caspio y el mar de la China Meridional, además de Argelia, Angola, Chad, Colombia, Indonesia, Nigeria, Sudán y Venezuela, áreas y estados que en conjunto albergan alrededor de las cuatro quintas partes de las reservas de petróleo conocidas del mundo. El mapa también trazaría oleoductos y rutas de buques cisterna para transportar gas natural y petróleo de sus puntos de abastecimiento a los mercados de Occidente; muchas de esas rutas pasarían por áreas que a su vez experimentan una violencia periódica. Por ejemplo, antes de llegar a una salida segura al mar, los suministros de energía de la región del Mar Caspio deben atravesar el conflictivo Cáucaso (que abarca Armenia, Azerbaiyán, Georgia y partes del sur de Rusia).

Un mapa de zonas de recursos en disputa también mostraría todos los principales sistemas hidrológicos compartidos por dos o más países en áreas áridas o semiáridas. Entre éstas se incluirían grandes sistemas fluviales como el Nilo (compartido por Egipto, Etiopía y Sudán, entre otros), el Jordán (compartido por Israel, Jordania, Líbano y Siria), el Tigris y el Éufrates (compartidos por Irán, Irak, Siria y Turquía), el Indo (compartido por Afganistán, India y Pakistán) y el Amú Daria (compartido por Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán). También incluiría acuíferos subterráneos que de manera similar cruzan fronteras, como el Acuífero de la Montaña, que se extiende debajo de la Margen Occidental del Río Jordán e Israel.

Finalmente, ese mapa indicaría las principales concentraciones de gemas, minerales y árboles maderables viejos del mundo en desarrollo. Entre esas preciosas riquezas se incluirían los yacimientos de diamantes de Angola, la República Democrática del Congo y Sierra Leona; las minas de esmeraldas de Colombia; las minas de cobre y oro de la RDC, Indonesia y Papua Nueva Guinea; y las selvas de Brasil, Camboya, la RDC, Fidji, Liberia, México, Filipinas y Brunei, Indonesia y Malasia en la isla de Borneo.

De trazarse adecuadamente, ese mapa realmente delinearía los lugares donde hay mayor probabilidad de que estallen luchas armadas en los años venideros. Desde luego, la sola presencia de recursos valiosos en un área determinada no significa que en ella sea probable el estallido de un conflicto. También deben considerarse otros factores, como la relativa estabilidad de los países o las regiones implicados, la historia de las relaciones entre ellos y el equilibrio militar local. Por ejemplo, Israel y Siria luchan por los Altos del Golán a causa de una disputa de soberanía que se remonta a la guerra de 1967, además de encontrarse allí algunas fuentes del Jordán. El conflicto por materias primas valiosas es característica importante de éste y de la mayoría de otros conflictos en todo el mundo, por lo cual un mapa de las zonas de recursos en disputa es un indicador de violencia potencial más confiable que cualquier otro factor.

Temblores premonitorios

Identificar áreas de conflicto potencial por recursos naturales también cobra creciente importancia a medida que aumenta la presión sobre esas líneas de falla. La presión deriva de diversas fuentes, empezando por la mecánica básica de la oferta y la demanda. Conforme crecen las poblaciones y se dilata la actividad económica en muchas partes del mundo, el apetito por las materias primas vitales aumentará con mayor rapidez de la que la naturaleza y las empresas de recursos del mundo pueden satisfacer. El resultado será una recurrente escasez de materias primas clave, que en algunos casos será crónica. Las tecnologías que introducen materiales y técnicas de producción alternativas ayudarán a superar algunas de esas insuficiencias, pero también pueden presentar problemas propios, como la creciente demanda de electricidad en Silicon Valley y otros centros de tecnología digital. A medida que la escasez de materias primas cruciales aumente en frecuencia e intensidad, será más fuerte la competencia por el acceso a los suministros restantes de esos bienes.

Es probable que la presión sobre los suministros de petróleo globales sea especialmente intensa. De acuerdo con el Departamento de Energía estadounidense, se espera que el consumo de petróleo global aumente de alrededor de 77 millones de barriles diarios en 2000 a 110 millones en 2020, o sea, un incremento de 43%. Si estas estimaciones son exactas, el mundo consumirá aproximadamente 670.000 millones de barriles entre ahora y 2020, o sea, alrededor de dos tercios de las reservas de petróleo conocidas del mundo. Desde luego, durante este periodo se descubrirán nuevas reservas y las tecnologías emergentes nos permitirán extraer suministros considerados previamente inaccesibles, como los del extremo septentrional de Siberia y de las profundidades del Atlántico. Pero no es probable que la producción de derivados del petróleo mantenga el ritmo de la creciente demanda; las insuficiencias periódicas como las experimentadas en el verano y el otoño de 2000 ocurrirán cada vez con más frecuencia.

De la misma manera es inquietante la situación del agua en el mundo. El agua se considera un recurso renovable porque regularmente recibimos nuevos suministros de la lluvia y las nevadas. Pero la cantidad de agua sustituible de que disponemos actualmente para el consumo humano en cualquier año determinado es bastante limitada. Por ahora usamos alrededor de la mitad de ese total (para bebida, baño, fabricación de alimentos, manufacturas, navegación y tratamiento de desperdicios), pero continuamente aumenta la demanda de suministros adicionales. Muchas áreas del Medio Oriente y de Asia padecen ya de persistente escasez de agua, y se espera que el número de países que experimenten estas condiciones se duplique en los próximos 25 años, conforme aumente la población y más gente se establezca en áreas urbanas. Para 2050 la demanda de agua podría acercarse a 100% del suministro disponible, produciendo una intensa competencia por esta sustancia esencial en todas las áreas del planeta, salvo las mejor irrigadas.

Las tendencias ambientales, como el calentamiento global, también afectarán la disponibilidad de muchos recursos a escala mundial, entre ellos, el agua y la tierra de labranza. Aunque temperaturas más altas producirán mayor precipitación pluvial en áreas localizadas cerca de los océanos y otros grandes cuerpos de agua, las regiones del interior generalmente experimentarán condiciones de mayor sequedad, con prolongadas sequías como fenómeno recurrente. Las temperaturas más altas también aumentarán la velocidad de evaporación de ríos, lagos y depósitos. Por tanto, es probable que se pierdan muchas áreas cultivables importantes, sea por sequía o ampliación de las extensiones desérticas del interior, sea por inundación de las costas y elevación del nivel de los mares globales en las regiones marítimas.

Los mecanismos de mercado pueden aliviar la mayor parte de las crecientes presiones en el suministro existente de materias primas vitales en el mundo. Junto con la elevación de precios, la demanda en aumento estimulará el desarrollo de nuevos materiales y procesos que permitan a las empresas de recursos buscar nuevos yacimientos y hacer disponibles los que antaño se consideraron inaccesibles. Pero la tecnología no puede revertir por completo las presiones demográficas y ambientales, y algunos países y regiones no podrán sufragar los elevados costos de las tecnologías alternativas. En tales circunstancias, la oferta y la demanda globales se volverán cada vez más desequilibradas.

Vecindades peligrosas

Lo que hace tan preocupante esta tendencia es el hecho de que muchas fuentes de materias primas vitales se localizan en áreas en disputa o crónicamente inestables. Algunas de las fuentes más prometedoras de petróleo y gas natural se localizan en áreas mar adentro, cuya propiedad es tema de feroces disputas. Por ejemplo, los cinco estados costeros del Mar Caspio todavía no se han puesto de acuerdo en cuanto a un plan para dividir sus zonas de recursos costeros; la situación en el Mar de la China Meridional es aún más caótica, pues siete estados reclaman toda la región o alguna parte de ella. También encontramos importantes desacuerdos con respecto a la propiedad de regiones fronterizas y yacimientos petroleros marítimos en las regiones del Golfo Pérsico, del Mar Rojo, del Mar de Timor y del Golfo de Guinea.

Aun cuando la propiedad de determinadas reservas no esté en disputa, como en los principales yacimientos continentales de Colombia, Irán, Irak, Arabia Saudita y Venezuela, no podemos dar por sentada la futura disponibilidad de estos suministros; sin embargo, la intranquilidad política y social, tal vez desvinculada por completo de los problemas de recursos, podría ponerlos en peligro. Aunque hasta ahora el régimen saudita haya tenido éxito en suprimir toda expresión de sentimiento antigubernamental, la oposición a la monarquía parece crecer (como se refleja, por ejemplo, en la frecuencia de los ataques terroristas), por lo que no hay garantía de que pueda contenerse para siempre. Las tensiones internas en Irán e Irak son más evidentes, y en ninguno de ambos casos parecen disminuir. Colombia se halla en medio de una guerra civil, y en Venezuela las condiciones políticas se han tornado sumamente volátiles. Muchos otros países con importantes suministros de petróleo y gas -Argelia, Angola, Indonesia, Nigeria y Sudán- también son propensos a desórdenes políticos y sociales.

Las amenazas a los suministros de agua son más o menos similares. Como dos o más países comparten muchas de las fuentes importantes de agua en el Medio Oriente y Asia, es esencial que esos estados alcancen acuerdos mutuamente aceptables sobre la asignación de los suministros disponibles. No obstante, pocos gobiernos han optado por hacerlo. En 1959 Egipto y Sudán acordaron dividir el caudal del Nilo, pero declinaron proveer cualquier suministro a Etiopía y otros estados que dependen de las aguas fluviales, lo que constituye un arreglo obviamente inestable. Irak y Siria han llegado a un acuerdo sobre sus respectivos aprovechamientos del Éufrates, pero dicho río nace en Turquía, nación que a la fecha se ha negado a firmar cualquier pacto sobre el reparto de aguas. Israel no ha llegado aún a un acuerdo con Siria sobre las fuentes del río Jordán y todavía no ha cumplido la promesa hecha en 1994 a Jordania respecto a proyectos de irrigación cooperativos en la cuenca del río. El único convenio importante que ha mostrado algún grado de perdurabilidad es el Tratado de Aguas del Indo, llevado a cabo en 1960 entre la India y Pakistán, pero incluso este acuerdo precursor depende de la futura estabilidad en las relaciones de ambos países. Allí y en todas partes, las disputas internacionales por la asignación de suministros existentes será más intensa a medida que crezcan las poblaciones y que el proceso de invernadero acelere el calentamiento global.

La bolsa o la vida

Idear maneras de resolver pacíficamente la creciente competencia por recursos naturales es tanto más urgente por cuanto muchos estados todavía consideran el control de ciertos recursos naturales como una exigencia de seguridad nacional y algo por lo que vale la pena luchar. Por ejemplo, en Estados Unidos el presidente Jimmy Carter declaró en 1980 que cualquier intento de potencias hostiles por interrumpir la circulación de petróleo del Golfo Pérsico se "consideraría como un ataque contra los intereses vitales de Estados Unidos", ataque que este país repelería "por cualquier medio necesario, incluso la fuerza militar". Los mandatarios posteriores han hecho declaraciones similares, y en la actualidad están desplegadas permanentemente en el Golfo Pérsico nutridas fuerzas estadounidenses a fin de sostener esa política.

Otras naciones han sido menos explícitas respecto de sus políticas de protección de recursos, pero no hay duda de que sustentan ideas similares. Por ejemplo, China ha declarado al Mar de la China Meridional parte de su territorio marítimo nacional y ha afirmado su derecho a emplear la fuerza para protegerlo. Aunque sin mencionar a China por su nombre, Japón ha advertido sobre una amenaza a sus rutas de comercio vitales (aproximadamente 80% del suministro de petróleo a Japón llega por barcos cisterna a través del Mar de la China Meridional) y haprometido tomar medidas de protección en consecuencia. La agresiva postura de China ha estimulado a otros países vecinos, entre ellos, Indonesia, Malasia, Filipinas, Tailandia y Vietnam, a reforzar sus propias capacidades aéreas y navales.

Como el petróleo y el gas natural, el agua ha inspirado negociaciones de seguridad nacional. "Para Israel el agua no es un lujo", declaró en cierta ocasión el viceprimer ministro Moshe Sharett. "No es sólo un complemento deseable y útil a nuestros recursos naturales. El agua es la propia vida." En un tono similar, cuando era ministro de Estado para Asuntos Exteriores de Egipto, Boutros Boutros Ghali afirmó dramáticamente en 1988 que "la siguiente guerra en nuestra región será por las aguas del Nilo, no por política".

Algunos gobiernos también han amenazado con usar su control de suministros de agua como instrumento de coerción: por ejemplo, en 1989 el presidente turco Turgut Özal advirtió a Siria que su gobierno cortaría el flujo del Éufrates a menos que Siria frenara las actividades de los terroristas kurdos que operaban desde bases sirias. El actual recurso a la fuerza para resolver disputas de agua ha sido relativamente raro: por ejemplo, la guerra de 1967 en el Medio Oriente fue provocada en parte por el plan de los estados árabes de desviar las fuentes del río Jordán para hacer que éste circunvalara a Israel hacia Jordania. Pero combinada con el reducido número de acuerdos viables sobre reparto de aguas, la creciente presión sobre suministros vitales creará choques más frecuentes.

Por último, la protección de ricas minas, pesquerías y explotaciones madereras se ha vuelto un asunto de interés vital para países pobres que cuentan con pocas fuentes más de riqueza. Por ejemplo, los gobiernos de Angola y Sierra Leona han dedicado gran parte de su ingreso nacional a esfuerzos prolongados por reafirmar su control sobre los yacimientos de diamantes ocupados en la actualidad por organizaciones rebeldes. Así mismo, el gobierno de Papua Nueva Guinea ha lanzado varias campañas para reconquistar la isla de Bougainville, territorio rebelde que alberga la mayor mina de cobre del mundo. Este tipo de contiendas seguirá presentándose en tanto los cabecillas de grupos insurgentes y otras facciones internas de esos países perciban un potencial beneficio por tomar y explotar importantes depósitos de materiales valiosos.

Acuerdos adecuados

Las insuficiencias y los conflictos por los recursos no representan más que una pequeña parte de la atiborrada agenda de los responsables políticos internacionales. Pero esas perturbaciones con frecuencia se vinculan con otros problemas, como la degradación del ambiente, el desorden económico, el crecimiento de la población y el crimen transnacional. Los problemas de recursos también figuran en muchos conflictos que se caracterizan de otro modo, como por ejemplo, las guerras étnicas o las rivalidades políticas. Por tanto, un análisis de las tendencias en cuanto a los recursos globales y sus fenómenos políticos y geográficos asociados ofrecería a los responsables de las políticas una poderosa lente a través de la cual examinar el conjunto más general de los problemas de seguridad.

Un análisis de este tipo también ayudaría a los líderes a elaborar prescripciones de política general. Los gobiernos deben dedicar un esfuerzo mayor al desarrollo de combustibles y sistemas de transporte alternativos, ya sea mediante un mayor apoyo financiero a la investigación y el desarrollo, o mediante incentivos al sector privado para que invierta en esas áreas. Es más, a fin de garantizar un suministro adecuado de agua, debe dedicarse más dinero al estudio de nuevas técnicas de desalinización e irrigación agrícola más eficiente. También necesitan más apoyo los esfuerzos por negociar un nuevo régimen internacional para la protección de las selvas tropicales.

Pero estas tareas deben ir acompañadas de iniciativas multilaterales encaminadas específicamente a reducir el riesgo de conflictos violentos por el uso de fuentes de materias primas vitales compartidas o en disputa. Por ejemplo, la comunidad mundial debería presionar a los estados que lindan con el Mar Caspio o el Mar de la China Meridional para que resuelvan de manera pacífica todas las disputas pendientes por la propiedad y el desarrollo de recursos de mar adentro. Las organizaciones e instituciones internacionales también podrían recomendar que disputas similares en torno al Golfo Pérsico, el Mar Rojo y el Golfo de Guinea se zanjaran de este modo. De manera simultánea, la comunidad mundial debe persuadir a los estados que bordean los sistemas fluviales del Nilo, el Jordán y el Tigris y el Éufrates a negociar un régimen cooperativo en la distribución de suministros de agua compartidos. En otro frente, la cooperación multilateral podría poner en marcha planes para la certificación de diamantes africanos, a fin de excluir a todos los que procedieran de áreas ocupadas por los rebeldes de Angola y Sierra Leona.

La anterior no es, de ninguna manera, una lista definitiva de recetas políticas, pero sugiere el tipo de pasos que los funcionarios deben dar para evitar crisis y conflictos futuros. Sin embargo, este tipo de progresos sólo puede darse si los responsables políticos ponen gran atención a los problemas relacionados con los recursos globales y abordan estos asuntos de manera coordinada y en forma de amplio frente. Pero ello implica, al menos, la elaboración de mapas de tendencias en cuanto a recursos globales y la identificación de las áreas problemáticas que exigen atención internacional. Además, implica desarrollar planes al más alto nivel para evitar futuras crisis de recursos y garantizar la permanente disponibilidad de materias primas vitales. Sólo de ese modo podemos confiar en que el planeta permita llegar a acuerdos que den viabilidad a los 9.000 o 10.000 millones de seres humanos que se espera lo habiten para 2050.

(*) Michael T. Klare imparte la cátedra Five College of Peace and World Security Studies en el Hampshire College y es autor de "Resource Wars: The New Landscape of Global Conflict".
(Publicado por la revista Foreign Affairs en español)