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Repensar la globalización

y las realidades emergentes

Juan Carlos Andrade Castillo1

Universidad Pedagógica Nacional. Unidad 213 Tehuacán, México

En la actualidad, las relaciones y las prácticas sociopolíticas se encuentran inmersas en múltiples procesos de cambios que parecen acelerados. Las distancias se acortan de manera espectacular como resultado de revoluciones en las comunicaciones, que unen a personas distantes y desconocidas, propician el intercambio de cultura, luchas políticas y formas de concebir el mundo. De la misma manera, algunas concepciones como pueblo, comunidad, Estado, nación, colectividad, indianidad y libertad, por citar sólo algunas, se encuentran en crisis, en constante proceso de redefinición debido a las transformaciones sociales, políticas, culturales y económicas generadas en los últimos años.

Para Ricardo Petrella (1999) existen tres hechos históricos relevantes que permiten centrar, histórica y sociológicamente, las relaciones sociales contemporáneas. Primero, la nueva ola de revoluciones científicas y tecnológicas, principalmente en áreas como las de la información, comunicación y sus consecuencias en los sistemas de producción, empleo y el mercado de trabajo. Segundo, la caída de la tasa de crecimiento del capital dentro del marco de la economía capitalista occidental. Y tercero, el debilitamiento y la desaparición de los llamados países “socialistas” ha provocado nuevas re-configuraciones geoestratégicas a nivel mundial. Desde luego, estos tres acontecimientos históricos también han impactado en las sociedades locales, donde han provocado cambios en los ámbitos económico, político y cultural. En este mismo sentido, de alguna manera han propiciado la generación o el fortalecimiento de luchas sociales y reconsideraciones de identidad política y social.

Ante esta situación, las subjetividades producen, o reproducen, imágenes muchas veces con tintes proféticos y mesiánicos que cuentan con no muy pocos seguidores. En este contexto tiene cabida la pregunta ¿El futuro, cómo será? Para Jacoby (1999), los futuristas más pesimistas esperan, o idealizan, una era con guerra, dinero, violencia y desigualdad, aunque sus miradas futuras se enclavan en las objetivaciones del presente. De forma tangencial a ese futuro, algunos grupos indígenas latinoamericanos, y de manera especial los chiapanecos y oaxaqueños de México, han demostrado su deseo y esfuerzo por consolidar nuevas formas de relación social, de querer “cambiar el mundo” a través del cuestionamiento y la lucha contra el poder (Holloway, 2002). Estas comunidades indígenas, y otros grupos sociales, ofrecen la posibilidad de una enunciación diferente a la postulada por Jacoby. Claro, una posibilidad que no está exenta de las tensiones que representan la identidad, la libertad, la individualidad y la coerción, por citar sólo algunas probabilidades de conflicto, pues en su propia práctica y en el mismo deseo llevan inscrita, además de sus potencialidades, su propia negación.

Pero, ¿cómo podemos comprender los cambios sociales en el nivel mundial y en nuestra propia existencia como personas, como ciudadanos, como profesores, como amas de casa, como trabajadores? ¿Podremos ubicar nuestras prácticas en una red inextricable de relaciones mundiales? Desde la perspectiva de Touraine (2000: 91), la sociedad actual parece una carrera en el tiempo del capital contra el tiempo de los “subdesarrollados”. Es decir, parece “un maratón”; en el centro el capital corre más rápido, las estrellas de la mercancía atraen la atención del público. Atrás corren aquéllos mal alimentados y mal equipados, quienes son excluidos –o se excluyen voluntariamente- de la carrera, reproduciendo la dominación en su propia persona. Por esta razón, el modelo de “desarrollo” dominante que triunfa en América Latina y en la Europa pos-comunista como en el Occidente rico, exterioriza la violencia y el conflicto. ¿Compartimos esta propuesta de comprensión de nuestra realidad?, ¿podemos encontrar algunas pistas en los noticieros de la televisión?

En los medios de comunicación nos presentan a la democracia como el punto de llegada de la civilización. Sin embargo, algunos vemos que el modelo de democracia capitalista, electoral e individualista, esconde entre sus anunciadas bondades el domino de los poderosos. En este tenor, la democracia instituida por los burgueses le vendió a la sociedad una “utopía” de igualdad, justicia y participación a través de la ciudadanía universal. Sin embargo, más que desear o representar lo universal, el burgués mantiene la obsesión de sus intereses y su símbolo, el dinero. El burgués capitalista reveló su verdadera ambición; instituir un mercado, no una ciudadanía. De ahí que sólo represente, para muchos, el lado oscuro de lo moderno, es el símbolo del capitalismo, no de la democracia (Furet, 1996). Por esta razón, el burgués fue el actor más sobresaliente del siglo decimonónico, puesto que sus intereses influyeron de manera decisiva en la conformación de la propia modernidad en todos los ámbitos: económico, social, político y cultural, incluidos los imaginarios y los símbolos. Pero, ¿cómo explicar todo esto con palabras más mundanas?

Desde los ámbitos académicos hasta las charlas de barrio y de personas que se encuentran en el mercado, la palabra mágica para la comprensión de la complejidad de nuestras nuevas realidades es la “globalización”. Cuando hablamos de problemas de escuela, del alza de los precios, del desempleo, de la guerra, de la política, de la competitividad, de la necesidad de aprender inglés y de otros asuntos, la culpable de todo eso es la globalización. Ahí parece estar la clave para disipar la complejidad y el enredo. De la misma manera, se ha convertido en la herramienta esencial para el avance de la democracia, la cultura, la ciencia y la civilización.

Globalización: la cura de todos los males

¿Qué es la globalización? ¿Nos ayuda a explicar las realidades cambiantes que vivimos día a día? ¿Es una palabra de moda que pierde su valor explicativo? Estas son sólo algunas preguntas que probablemente dejamos fuera de análisis cuando queremos dar a entender la complejidad de nuestras sociedades actuales. Sin embargo, la globalización se quedó a medio camino de lograr su proceso de conceptualización clara y convincente, situación que representa su talón de Aquiles en los debates académicos. Uno de los principales cuestionamientos gira en torno a la paradoja siguiente: el proceso de homogeneización gradual de una visión del mundo ha generado una intensificación de los regionalismos y el renacimiento de las identidades locales.

Intentando explicar esta paradoja, Santos, un sociólogo portugués (Citado en Featherstone y Lash, 1999), identifica cuatro formas de globalización: el localismo globalizado (el proceso por el que cualquier fenómeno local dado es exitosamente globalizado); el globalismo localizado (el impacto específico de prácticas transnacionales e imperativos en las condiciones locales); el cosmopolitanismo (la organización transnacional de Estados-nación, regiones, clases o grupos sociales subordinados para la defensa de intereses comunes); y la herencia común de la humanidad (la emergencia de preguntas globales y problemas como la biodiversidad y la protección de la capa de ozono). Este sociólogo plantea que estas cuatro formas integran una sola. A esta situación le podemos añadir que esa síntesis sólo forma parte de una perspectiva particular sobre lo que académicamente se ha producido y conocemos como globalización.

Desde nuestro punto de vista, tomando en consideración algunos trabajos relevantes sobre el tema, podemos identificar tres perspectivas sobre la globalización. En primer lugar la que plantea que este proceso tendrá como fin la homogeneización sustentada por las empresas trasnacionales que impulsan el consumo. Para quienes sustentan esta perspectiva, las fronteras han desaparecido y el Estado se ha convertido en un ente obsoleto, o al menos se cree que existe esa tendencia. Otra, la segunda, argumenta que este proceso, a la par de una constante homogeneización e integración de una idea del mundo, nos está llevando a una fragmentación gradual y al renacimiento de los regionalismos y lo local. Por último, la tercera, plantea que este concepto sólo ha usurpado el lugar de otras categorías de explicación de la realidad social.

Primera perspectiva

Se considera que la globalización es un proceso irreversible de integración impulsado por los mercados financieros, conducirá a la desaparición de las fronteras, al debilitamiento del Estado y a una gradual homogeneización cultural construida sobre la base del consumo. Se argumenta que esta situación podrá ser posible gracias al acortamiento de las distancias, a la creciente velocidad de las comunicaciones y a reformas radicales que rompen el nicho del pasado y que debilitan a las identidades culturales (genuinas e inventadas) y a las memorias de los pueblos.

En efecto, autores como MacDonald (2002: 31) definen este proceso como el conjunto de acontecimientos que se han desarrollado a finales del siglo XX, como la consolidación de mercados financieros globales, comercio internacional, migraciones, entre otros, y que implica cada vez más a los Estados-nación en los asuntos de otros Estados-nación. Al mismo tiempo que el mundo se hace más pequeño –prosigue- se introduce una mayor variabilidad en nuestras vidas, se reduce la previsibilidad e incrementa los riesgos, puesto que una crisis económica en una parte del mundo puede resentirse en pueblos ubicados a larga distancia. En este mismo sentido, Ignacio Ramonet (2001) considera que este proceso de dominación ha llegado a todos los rincones del planeta sin considerar derechos, independencia de los pueblos ni diversidad en los regímenes políticos.

El indígena zapoteco Martínez (2003: 35) afirma esta constatación: “Globalización es todo, es lo que implica tecnología, organización, comercialización y nación. Todo queda enclaustrado en un mundo controlado por empresas (…) La globalización es maquinaria para hacer dinero, para fabricar soldados, para realizar acciones que lo que provocan es violencia, como se vio recientemente en Irak, y antes en Nueva York y Washington, en Panamá, en Corea, en Bosnia, en Colombia”.

De esta manera, se afirma que la globalización tiende a crear una sola visión del mundo: el consumo. Esta cultura global del consumo “avanza en la medida en que algunos rasgos de carácter local de las culturas están siendo remplazadas por formas simbólicas transnacionales, originadas en otros tiempos y lugares (Flores, 1998: 139). Es decir, en contextos diferentes se está consumiendo un mismo producto.

En la introducción de su texto sobre el imperio, Hardt y Negri (2002) argumentan que el mercado mundial se está globalizando más allá de las capacidades institucionales de los Estados-nación, y su soberanía se encuentra en proceso de desaparición. Sin duda, las partes más debilitadas son las instituciones políticas, sobre las cuales recaía la regulación de la vida social y política. En este sentido, Beck (1998: 29) define la globalización como “los procesos en virtud de los cuales los Estados nacionales soberanos se entremezclan e imbrican mediante actores trasnacionales y sus respectivas probabilidades de poder, orientaciones, identidades y entramados varios”. De esta manera, se puede presenciar que uno de los significados del poder de la globalización económica son los límites que enfrenta en los espacios predominantemente nacionales y locales. Es decir, nos encontramos en una era de mayor permeabilidad del Estado, una era en la cual parece que los poderosos Estados nacionales ceden su poder, incluido el del uso legítimo de la violencia, a las ricas empresas trasnacionales que inciden en la política interior y exterior.

Segunda perspectiva

En ésta, se resalta que los procesos desatados por la globalización resultan paradójicos. García Canclini (2002: 48-49), que por cierto se define como argentino y mexicano a la vez –argenmex-, afirma que este proceso no es un paradigma, ya que la globalización es una mezcla de elementos contradictorios, ya que los Sujetos son parte activa de este mismo proceso. Es decir, la globalización es el conjunto de procesos de homogeneización y a la vez de fraccionamiento articulado del mundo, reordena las diferencias y las desigualdades sin suprimirlas. Con relación al Estado, el autor considera que éste pierde sus funciones estructurales y se transforma en un administrador y regulador de los conflictos.

El proceso homogeneizador conlleva en sí mismo un proceso de diversificación cultural, la integración de espacios–tiempo en una supuesta totalidad la conduce inexorablemente a un proceso gradual de fraccionamiento desde lo local. Sin embargo, ambos extremos se unen en el constante intercambio de imágenes y en las expectativas sobre futuros posibles.

Para Canclini, este fenómeno incluye las siguientes dimensiones: la interculturalidad, la construcción de imaginarios contrapuestos a la hegemonía y el diseño de espacios de intermediación cultural y política: “el mercado no puede crear vínculos societales, esto es, entre sujetos, pues éstos se constituyen en procesos de comunicación de sentido, y el mercado opera anónimamente mediante lógicas de valor que implican intercambios puramente formales, asociaciones y procesos evanescentes que sólo engendran satisfacciones o frustraciones pero nunca sentido” (2002: 197). El papel del Sujeto, individualmente y colectivamente, no cede su lugar a operaciones financieras ni a cálculos de ganancias o pérdidas. Por el contrario, re-construye su subjetividad, sus identidades y sus lazos de cooperación. El Sujeto no puede reducirse a una estadística porque sus especificidades no se pierden en este proceso globalizador, el cual a la par de una tendencia a la homogeneidad mantiene viva la diversidad.2

En este mismo sentido se expresa Paul James (2001: 11), quién alerta sobre el hecho de que vivimos confundiendo tiempos. Si la globalización se ha intensificado y propaga el capital -de una manera desigual- y la cultura comercial, también se registra una intensa fragmentación y re-configuración de las relaciones sociales al nivel de las comunidades: “los procesos sistémicos de racionalizar la homogeneización integran al globo a un nivel, mientras que las ideologías y prácticas de diferencias y la autonomía radical se anidan en el imaginario popular”. Esta paradoja es expuesta por Anthony Giddens: “la globalización es un fenómeno dialéctico, en el cual los sucesos que se producen en un extremo, no determinan de forma unívoca los acontecimientos que se producen en el otro, sino que muchas veces dan lugar a fenómenos o movimientos que pueden ser distintos y hasta opuestos al del lugar donde inicialmente se produjeron”. (Citado en Zabludoski: 2002: 73-76)

Podemos argumentar que las diferencias culturales anteriores a la época cuando la globalización adquiere intensidad, tienen significaciones importantes que podemos observar en el comportamiento de consumo de los individuos y grupos. Esta situación nos plantea observar la estructura simbólica–histórica de los sujetos: “todos necesitamos sentirnos identificados con algún grupo, con nuestra familia, con nuestra casa, con nuestro clan, con nuestro barrio” (Stavenhagen, 1998: 171). En este sentido, la cultura, (memorias, prácticas, tradiciones e imaginarios sociales) como proceso de construcción de pertenencias, adquiere un papel muy importante en la estructuración de las instituciones. La coexistencia de diferentes tradiciones en un ambiente de respeto es mucho más rica que una homogeneización universal construida a partir de los procesos económicos, cuyos mercados ignoran o parecen ignorar que las diferencias étnicas y culturales son elementos que se encuentran más allá de la aspiración de “calzar unos tenis Nike”. Kuri (2003) coincide con esta postura de Stavenhagen. A pesar de que se ha planteado la idea de “un solo mundo”, lo que realmente puede observarse es que “los pueblos, las comunidades, los distritos, las ciudades y las regiones siguen teniendo sus propias historias de desarrollo económico y cultural, así como sus rasgos sociopolíticos distintivos”.

Como paradoja al proceso homogeneizador de la globalización –que en su propio nombre lleva inscrito el oximorón de procesos antinómicos- la memoria histórica y las prácticas comunitarias tradicionales se mantienen vivas, puesto que aún cuando la tradición está limitada por la memoria y es la conservación de los resultados de la existencia de estados psíquicos inconscientes del pasado (Giddens, 1994: 163), la misma memoria presenta una manifestación excepcional, puesto que, como señala Matamoros (2003: 169). “es abierta y conflictiva, es una avenida larga y ancha de reinterpretación de las encrucijadas significativas de los mitos, conjugación desafiante de la realidad por sus valores y signos sociales e históricos y que denominamos tradición”.

Tercera perspectiva

Esta perspectiva gira en torno al uso del concepto de globalización. Roitman (2004: 109-110) considera que éste ha sustituido al de imperialismo sin haber pasado por un examen exhaustivo, sólo porque sus defensores argumentan que el concepto de imperialismo ya no puede explicar las nuevas realidades. Pero, según este autor, el objetivo de este nuevo concepto es enmascarar las desigualdades del mundo, mostrándonos que todos los países tienen las mismas oportunidades: “más que pensar en la evolución del imperialismo contemporáneo, se prefiere señalar su incapacidad como concepto para explicar las actuales transformaciones del mundo contemporáneo. Es este el problema que enfrentamos en el ámbito de las Ciencias Sociales cuando emergen conceptos que parecen querer explicar el nacimiento de realidades que ya no pueden ser definidas a partir de las ya existentes (…) Es esta neutralidad lo que a mi juicio ha provocado la sustitución del concepto de imperialismo por el de globalización. La definición de imperialismo presupone el desarrollo y existencia de un capital monopolista a escala internacional, del desarrollo del colonialismo global; mientras que el concepto de globalización presupone una realidad neutra, una fase o estadio de evolución del orden mundial en el cual están inmersos de igual forma países dominantes y países dependientes”. De esta manera, Roitman recupera la importancia de las intencionalidades y de los conflictos dentro de la vida cotidiana, y rebate la idea de neutralidad y armonía que abandera la globalización.

Entre los críticos más agudos del concepto de globalización se encuentra Justin Rosenberg,3 quien reclama severamente a los retóricos de la globalización (Giddens, principalmente) de querer presentarlo como proceso y como resultado al mismo tiempo: “en la estructura lógica de su argumentación, lo que al principio se presenta como el explanandum –la globalización como el resultado de un proceso histórico- se transforma poco a poco en el explanans: es ahora la globalización la que explica el carácter cambiante del mundo moderno y la que posibilita incluso ‘descubrimientos retrospectivos’ acerca de épocas pasadas en las que debe presumirse que no existía”. (Rosenberg, 2004: 15). Este autor argumenta que al querer elevar a la globalización a la categoría de explanans, se provoca una inflación conceptual del espacio que no se puede justificar desde el punto de vista ontológico y que no tiende a producir explicaciones, sino reificaciones (Rosenberg, 2004: 26)

Cabe señalar la similitud en algunas observaciones entre Roitman y Rosenberg, pues ambos coinciden que el concepto –además de enmascarar las desigualdades crecientes entre Estados-nación- explica una fase del capitalismo, que Roitman sugiere analizarlo desde la misma perspectiva del imperialismo. En el caso de Rosenberg, se argumenta que la globalización resulta -pero no de manera determinante- por el salto radical en la tecnología de la velocidad, aunque “lo que las mueve en la práctica es el uso que el ‘capital’ hace de ellas para asegurar, extender y oscurecer los mecanismos de explotación y de distribución por medio de los cuales se reproducen las desigualdades de riqueza y de poder en el mundo contemporáneo” (Rosenberg: 194).

Dentro de los resultados de su análisis, Rosenberg encuentra dos cosas valiosas de los retóricos: el primero es “el status que aún puede ostentar la teoría social clásica –representada en estas páginas por Marx, en primer término y luego por Max Weber- en la empresa siempre inconclusa de las ciencias sociales. (…) El segundo punto que ha puesto de relieve el debate sobre la Globalización es la idea de ‘lo internacional’ como una dimensión distintiva del mundo social de la modernidad, y la forma un tanto extrema como los autores citados ha desestimado la noción misma nos obliga a repasar su inventario con el fin de clarificar si hay algo en él que merezca preservarse (Rosenberg: 21-22).

Así, nos encontramos ante un concepto, aceptado de manera superficial, que explica de manera sencilla la complejidad de los cambios de la civilización moderna y contemporánea. Pero, al mismo tiempo es un concepto que presenta lagunas importantes de explicación y comprensión de esas realidades.

¿Entonces?

A pesar de las críticas que la globalización ha sufrido por no haber precisado de manera clara sus alcances y por encontrarse en proceso de construcción continua, es rescatable la producción académica basada en su modelo de análisis. En este rubro, destaca la producción de aquéllos que ven a la globalización como un proceso contradictorio: de homogeneización y fraccionamiento articulado, de la inclusión de otras dimensiones además de la económica y como una categoría que se encuentra en proceso de construcción teórica (Canclini, 2002; James, 2001, Stavenhagen, 1998; Giddens, 1994; Kuri, 2003; Buelens, 1999). De esta manera podemos observar el renacimiento de nacionalidades y la revitalización de viejas demandas de grupos étnicos que el concepto del imperialismo tampoco puede explicar de manera adecuada, puesto que se desbordan las nociones de extensión territorial de las soberanías de los Estados-nación en otros Estados-nación y de sometimiento económico.

Por esta razón, es imprescindible comentar que la globalización no es un proceso unívoco, como algunos autores y políticos lo han planteado, quiénes argumentan que conlleva inexorablemente a la destrucción de lo colectivo y a la apropiación de las esferas pública y social por el mercado y el interés privado (Ramonet, 2001), y que los mercados corroen las formas establecidas de la vida comunitaria y aniquilan a sus instituciones (Gray, 1998). Puesto que, siguiendo a Stavenhagen (1998), en este proceso de globalización todos necesitamos identificarnos con algo que no necesariamente tiene que ser la universalidad, pues necesitamos vivir en grupos y practicar la solidaridad, la pluralidad y la tolerancia. Desde la perspectiva de Martínez (2003: 36) la regionalización dentro de la globalización es más fructífera para las relaciones humanas, porque “regionalizar no es minimizar, es reconocer que cada sociedad tiene una muy particular forma de entender el mundo, una manera de entender a los otros. En esto radica la capacidad de entender que somos un mundo diverso y plural”.

La globalización –desde la segunda perspectiva- opera en dos direcciones, como proceso de homogeneización y a la vez de fraccionamiento, como puede verse en algunos ejemplos donde los indígenas latinoamericanos han utilizado los adelantos tecnológicos –una dimensión de la globalización- para intensificar sus demandas.

En Bolivia, algunos grupos usaron la identidad para confrontar a los Estados Unidos en la polémica sobre la coca y exigieron la responsabilidad estatal para salvaguardar sus derechos culturales contra las influencias extranjeras.

En Quito, los indígenas tomaron la Catedral en 1990 para protestar contra los ajustes neoliberales de la banca internacional, sustentándose en una “economía moral de protesta y en defensa de los derechos tradicionales y los poderes locales” (Brysk, 2000: 120-155).

Un ejemplo cercano a nosotros es el proceso que ha vivido el movimiento del ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), quienes aprovecharon el acortamiento de las distancias y la velocidad de las comunicaciones para legitimar su movimiento.

Así como estos ejemplos, podemos encontrar muchos más en las organizaciones de barrio, en artistas que se dedican al arte y no a la televisión comercial, en amas de casa y otros grupos sociales. Podemos verlos incluso caminando por la calle… pero tengamos en mente que la realidad es compleja y que la tarea de analizarla y comprenderla es inacabada. Consideremos también que una palabra mágica no es la llave para lograr una comprensión apropiada y que muchas veces las construcciones teóricas guardan otro tipo de mensajes y no sólo los más visibles. En alguna ocasión Michel Foucault ya nos había recomendado escarbar bajo los discursos, tarea que consideramos permanente en nuestras vidas.

Tomando en consideración las tres perspectivas comentadas, cabe cuestionarse lo siguiente: si la globalización ni siquiera alcanzó a madurar en el campo teórico y conceptual, ¿por qué hay globalifóbicos? ¿Por qué seguimos escuchando la palabra globalización como algo tan preciso y no reflexionamos que más bien podría ser un término ambiguo? ¿Cómo comprender las nuevas realidades sin poner énfasis en lo obvio? ¿Acaso podemos pensar el mundo de hoy sin los Estados y sin límites territoriales?


  1. Doctor en Sociología por el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. México.
  2. Como ejemplo se puede mencionar a los indígenas bolivianos y a los indígenas chiapanecos y oaxaqueños, quienes se encuentran inmersos en procesos de re-valorización de sus identidades sociopolíticas y culturales en un contexto global.
  3. La temporalidad de la globalización es otra de las críticas que este autor realiza a los retóricos, puesto que no encuentra sus orígenes en la época moderna de la historia sino en acontecimientos más cercanos. Argumenta que estos orígenes se encuentran en “la avalancha de reformas neoliberales en Occidente y el colapso de la Unión Soviética y de sus satélites de Europa oriental” cuya combinación provocó “una coyuntura histórica muy particular, y hasta cierto punto autocontenida, en la que el acto de llenar un gran vacío sociopolítico creo un sentido muy agudo de aceleración temporal y comprensión espacial que, no obstante, sólo podía ser pasajero. Cuando el proceso de llenar el vacío llegó a su fin, la supuesta prominencia de los fenómenos espacio-temporales comenzó a desvanecerse, ya que era el movimiento del proceso el que la generaba. Y así, valiéndose de una proyección estadística basada en la extrapolación incorrecta de la cresta del ciclo, los retóricos de la globalización interpretaron mal, una vez más, la dirección y el impulso del proceso histórico. Porque si el análisis empírico que hemos intentado construir resulta válido, el futuro no es 'global' en los términos propuestos por ellos”. (Rosenberg: 2004: 199-200). Cuando se habla de retóricos, se hace alusión a los retóricos de la globalización.
Referencias bibliográficas

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