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Francesca Gargallo

LA CALLE ES DE QUIEN LA CAMINA

I

LA OTRA UNA MISMA

Achichiguar la cruda

tiernos cariñitos a la secuela de un alcohol

movimientos lentos

y un jugo que retrae

la emoción

un choque de copas

transparencia a 40 grados.

Palabra deseo y nada.

La mano tantea

el cuerpo agotado


      Ciudad de México, 16 de febrero de 2008

    Una guarapeta como de ocho mil pesos de vino bueno

    y se me olvidó que tuve padre, que tengo madre y todos los deberes.

    No fue la cruda

    me despertó la mañana de sol y sombras

    maíz cantado

    y voces que retumban en el valle de mis volcanes.

    Hasta me dio alegría el poco dolor de cabeza.

    Una marcha multitudinaria como de años buenos

    y recordé que tuve esperanzas, que tengo amigas y todas las ganas.

Para Alma Karla

Qué pasión la del espejo y el ira atenta

tu mirada

la violencia impúdica

hostil

cotidiana del asesino a sueldo.

Han golpeado a tu padre

su voz tiembla y en el temblor se hace fuerte

vence lo vivido

se abraza a tu cabeza.

El abuso

-lo sabe todo cuerpo de tierra caliente-

nunca es personal.

Te abalanzas a zancadas sobre la palabra

interno externo y real tu decir es ya un acto.

La cárcel empolla la injusticia y su denuncia

Matagalpa, 21 de febrero de 2008

    ESA QUE POR AHÍ ANDA

    Esa que por ahí anda es un hallazgo

    palabra difícil

    y andar descalzo

    Cuando me río juega, pero yo no tengo nada que ver

    porque juega cuando lloro, cuando como, cuando la olvido

    Esa que por ahí anda me dijo ayer que tuvo un sueño

    Y me lo contó

Huajuapan de León, septiembre de 1999

NO DIGAS

I

Cada vez que la noche baja y tú vuelves

no me digas, niña buena, que soy tu mejor amiga.

Nunca hables fácil

mejor di palabra sueltas

o canta o calla.

II

No digas una vez más que entendiste

No lo repitas con el hilo de voz

que las mujeres bastonadas usan para decir que sí.

Prefiero la ignorancia

la terca ignorancia de la rebeldía

los ojos cerrados ante los golpes.

Toda inteligencia esconde una razón para la entrega.

III

    ¿Qué ha sido de la duda

    de la posible renuncia, la imposible calma?

    Tu voz traiciona secretos, devela inconscientes;

    en el silencio de las tardes que se perseguían airadas

    había más fuerza que en tu ‘te amo’.

    Entre el amor y la nada un periodo intermedio

    -tiempo de tintes múltiples

    un escándalo aburrido y exaltado

    tal el ansia.

    Como si no fuéramos pero hiciéramos

    tu voz no dice lo que debe

    mis oídos escuchan por momentos.

    Es el andar a la pobreza de quien despierta temprano

    deja la cama

    camina aún sin luz y soporta la larga faena de la noche

    antes que las luchas se apaguen.

    Es también una fuerza de clorofila obligada:

    subimos a la luz

    donde nos espera la lluvia de un día seco.

    La lluvia es un adiós que rueda hacia las alcantarillas.

    Tu mano

    dos dedos de tu mano en realidad

    sobre mi pómulo:

    ni siquiera una caricia.

    La mirada pretende esconde nuestra tristeza.

    ¿Qué decirte, amiga mía?

    Apremian los chubascos de primavera

    largas horas entre un sol y otro.

    ¿Qué vamos a hacer de tus pasos al sur, los míos al este?

    Dos dedos

    la mano entera se extiende

    es el mar sobre mi rostro.

    La casa aún huele a tardes de cocina

    al libro que dejaste en la mesita.

    No hay tiempo para la nostalgia

la mano ya resbala por el pelo oscuro.

Ciudad de México, 10 de febrero de 2008

CIUDAD JUAREZ

La muerte es un zapato vacío de mujer

en el desierto indiferente

sequía de sueños

una madre que grita.

La violencia es el grito

el deber del grito

la telaraña de mentiras que sofoca el grito.

La violencia es la trampa donde cae

la mujer que pierde el zapato

trabaja doce horas sin afecto

y no puede abortar a pesar de la eclampsia

el abandono

la violación

el hambre mismo.

Un zapato sin mujer es testigo

un trozo de media

el pelo negro desparramado en el desierto que llora

que gime como la muerte.

La madre recoge el zapato

lo arranca de la mano de un policía indiferente

lo lee.


La hermana levanta el rostro

la amiga la mira, se miran, sueñan plantando sus pies en la tierra.

LA CALLE ES DE QUIEN LA CAMINA

Nací viajera

sombra de un tren sobre las zarzamoras

huella de barco.

Me vive lo que todavía desconozco y lo ya recorrido

el aire brioso de los Andes

el mar Caribe

la noche en una ciudad que desconozco.

Entonces tomo la mano que pinta las calles,

le ordeno un cartel que se vea desde muy lejos:

La calle es de quien la camina,

las fronteras son asesinas.

Ahorro peso sobre peso y una primera mañana

giro la manija, cierro despacio la puerta

y me voy con el tiempo del paso sobre el suelo de todas.

Ciudad de México, 29 de abril de 2008

IRMA

Llegas como una palabra robada al viento

cuando el polvo oscurece mi garganta

y raspa la puerta el llanto.

Llegas, agua de cielo inesperada.

Del ombligo se levanta el dolor del desierto herido.

Quema como napalm

la mano que otro no puede tender.

Y con tu fuerza consuelas

aun lo que todavía no ha sido.


CUATRO MESES UNA SEMANA

29 de febrero de 2008

Todavía no tengo palabras para decir

el miedo la felicidad el ansia

Estoy en otro terreno

la misma tierra

ajena de mí.

Y no estoy

aunque todo parezca fértil de agua

Me pesa la casa

la vida

los sueños

Hay mucho trabajo que hacer

cargar la muerte de la infancia de mi hija

paliar las mañanas.

Bajo la línea del sol

me siento densa como una noche sin estrellas.

Decir te amo resultó más amenazador

que recordar mi nombre

mi vocación de muerte.

La luna roja me lanzó al abismo:

el inconsciente individual se hizo trizas

el colectivo no me sostiene.

El nacimiento y la muerte han de ser gemelos

paridos por una madre alcohólica

En medio, un deseo de fuga

4 de marzo de 2008

Es la noche algo más que un acceso de locura

un zapato verde que dobla la esquina

la moto que zumba muy lejos de aquí.

Espero la luz como quien pide absolución

a sabiendas y no

que vendrá

Como otra noche.

Ojalá entonces duerma.

8 de marzo de 2008

Pensé regalarte ese aliento

que se respira cuando calla el teléfono

y la oscuridad le inventa piel a los objetos.

Un aliento de reyes que han dado fin al día

el suspiro que bebo.

Una vela apacigua en el sofá las aventuras

puedo dormirme o imaginar la historia

mujeres de pies sangrados sobre la arena del desierto

resistencias aterradoras

tozudas como la pasión del niño.

Tu mano descansa sobre mi pecho.

Una palabra

de vez en cuando

suspendida donde pronto se desplazará tu pincel sobre la tela.

Mérida, 24 de marzo de 2008

De repente una emoción

el camino aguarda sorpresas para mis pasos

y un deseo por tu boca

que sabe a saliva sobre labios desgastados.

Lléname del fuego pequeño de las cosas que valen la pena

esa pasión tuya por la madera

el barómetro en la pared que escrutas con pericia de amante.

Tengo nostalgias de estudios encendidos

la perseverancia en las noches de libros.

No puedo echarme atrás

acepté la apuesta.

Bipolar me llama la hija que parí bajo la lluvia

la que he amado con exclusión hasta

verla partir del brazo de un novio cualquiera.

Bipolar. Y mi madre metereopática,

la enferma de estaciones.

Enferma de sol más bien

cuando añoro las noches entre las paredes abiertas de una casa grande

Enferma de estrellas mirando al mar volverse blanco en la luz.

Sólo tu cama me da sosiego.





México 14 de abril de 2008

Nuestro tiempo es una piscina oval

Soy diurna como las aves y los caballos

hay páginas al galope en mis horas de luz

tú vives detenidas pinceladas bajo la luna

Nos queda al medio día un hambre de pan

de cuerpo

de palabra

ahí donde mi sueño se despereza

y tu ansiedad se aquieta.

Para D.

Jugué tan limpio contigo

que el amor se hizo tierra pegada al fondo de mis pantalones.

Te otorgué la pasión eterna

rescoldo que se enciende por la paja del viento o la mañana

no permití que vivieras los celos incomprensibles de quien desconoce

la duda que se despeja feliz en el beso

Me fui

suelto el caballo palpitante enredado en mi tobillo

le ofrendé mi sumisión al camino

Me fui

dejándote un te amo

vestigio de un culto al todo sin remedio

Ningún hijo plan matrimonio

sólo un mundo que nos traicionaría cien veces

porque lo construimos a la medida de sueños

capaces de sobreponerse al temblor de la

entrepierna

Te dejé

la casa las calles la imagen de mi cuerpo a los 20 años

Luego

muchas veces

te olvidaste de mí para vivir

y yo de ti

para no pensar que el asesinato de la gallina de huevos de oro perdió sentido

Ahora nos reencontramos como niños

huérfanos al fin.

Ciudad de México, 27 de abril de 2008

La bicicleta, las calles, la lluvia detenida

y yo vestida de blanco en el fácil pedaleo de la ciudad plana.

Tus manos no recorren mi piel esta noche

no hay pezón erguido al tacto de tus yemas

ni un estómago hinchado que se estremece

ni defectos ni perfecciones

sólo el aire entra y sale

ni siquiera un pensamiento

Un taxi rojo frena

cruzo la avenida

las llantas ruedan levantando apenas el agua del asfalto

la imagen es ésta. No hay más

En las aceras tres muchachos tan jóvenes

dos hombres una mujer

a sus espaldas la luz de un cafecito abierto

una música incierta

muy lejos otro auto que corre

la ciudad más grande del mundo

Salí de tu casa ofendiéndote porque así terminan las cosas

una palabra demás y por demás estúpida.

Si la pronuncié ahí estaba

nada se crea de la nada

y nada perturba el pedaleo suave de la noche mojada que atenúa

los chirridos de la cadena

el latido de mis sienes

la culpable gana de sentir algo

La pierna derecha gira en redondo

luego la izquierda

no iría tan lejos de no estar dando vueltas.

La puerta, las duelas de madera, la cama.

La verdad es que esta noche huyo de ellas

Siento

Lo siento todo

la densidad del aire

el ahogo húmedo.

Sube por la carne la alegría

la rabia

la noche

la triste pérdida de una amiga al partir.

Todo.

Tus ojos ansiosos sobre mi respiración agitada

el rechazo que nos hiere

la terquedad de un hacer que renace.

Porque estás

cubriré con mis hojas el sueño del gusano.

PEREIRA 7:15 A.M.

Será que las ciudades son siempre lluvia sobre adoquines

la sombrilla en fuga

una mujer flaca y otra gorda igual de empapadas?

La policía no complace:

el hombre que limpia las calles en su buzo de plástico amarillo

se retrae frente a tres uniformados.

Más allá una joven cambia de zapatos

los adoquines resbalan

Bolívar desnudo cabalga su llama de libertad.

Salgo a la calle.

Tú nunca sabrás qué es una ciudad

porque duermes sus lluvias mañaneras.


Hoy funcionas amor.

Mientras el sueño devora mis horas

y yo me agazapo entre el cojín y el alma

tú andas perfecto como una vieja ama de llaves

cargas con la ropa y la hora de la cena.

Hoy funcionas cual programa doméstico

te eclipsas silencioso por el pasillo

llenas la lavadora planchas.

Ni entre los dos jamás hacemos tanto.

Será que el cansancio me ha caído encima

como un oyamel herido en el humus

y siento que podrirme es mi destino.

Ni siquiera ese miedo de raíz

-el pánico infantil frente a mi madre deprimida

el terror a la nada que devora la gente-

nada puede levantarme y tú funcionas


LAS ÚLTIMAS ESTRELLAS DE LA NOCHE DESDE EL ADOQUÍN QUE SE ACABA

No hubiera dormido contigo

ni inventado el juego de amor que desgasta el aire de la madrugada

cargado de vacío.

Voy soltando paso tras paso la noche

-se tiñe de despertares

enfermeras apresuradas.

¿Por qué la ausencia de tu mano se ha convertido en insulto

cuando la saliva amarga de tu boca se cargó de nostalgia?

La estrella se difumina en un azul todavía nocturno

pero ya no hay paz

y un ansia de hacer me devora.

Necesito aquietar la mente

tornar silencio esta idea fija de no saber cómo amarte.

Por mí pasa la estela de un cigarro

recodo de pasión, consuelo de tabaco:

no me enciende el deseo

tan sólo la añoranza del día fumando frente al puerto.

Una mujer en la esquina espera que alguien venga por ella

la miro en el desvelo

y me veo sentada con mi libreta entre manos.

Nunca sabrás qué es una mañana

y mientras te alejas lo lamento por ti:

este sonido de acera barrida

de tos

de auto que arranca

y los buenos días por una voz aguda de mujer.

No tendrás suspiros por las luces que se apagan en el celeste

mientras los pájaros despiertan en bandada.

Ya no puedo esperar a tu lado el movimiento de la sábana

un beso malhumorado

necesito pasos, incendios de rojo sobre las dunas del desierto.

Voy llegando a la casa.

No arrastro los pies como imaginé haría:

tengo sueño y un vecino que me saluda.


TARDES EN LA CASA DE MONTSE

Benque Viejo del Carmen, 18 de marzo de 2008

I

Sabe la tarde a tiempo que escurre

- vagamente añil

y con olor a tierra quemada.

Luego vendrá la luna

inaugurará otro tiempo la noche.

En el monte, a lo lejos, fuegos

para recordarnos que las personas velan

la soledad se calma al espantar el sueño.

Mas la tarde sabe a tus palabras

Te miro hablar

los perros lamen tu voz

y mi hija, ya grande, acomoda las fotos de tu amor difunto.

II

En tu casa cultivo más recuerdo que en la mía propia

calores agobiantes en la hora ansiosa de los moscos

mi hija vestida de blanco

mi hija en el techo

mi hija entre buganvillas.

Bajo la fuente de los perros digerimos mi divorcio

el tuyo

tu nuevo amor.

Por tu casa pasaron las horas

los amigos

muchos planes

y recuerdos más antiguos.

Pensé por momentos que el tiempo aquí se detendría

que tú y yo cruzaríamos la vida como mujeres sanas de mediana edad.

Mas ahora Manolo es polvo para el aire que dispersa los tiempos

yo me he enamorado nuevamente

Helena está a punto de emprender el vuelo

Tu casa me duele como una utopía

y la miro envejecer en la humedad del trópico

las plantas maltratadas por los perros.

Tu casa.

Siento un deseo enorme de sacarte de ella.

III

Las horas cuando las estrellas extravían su ruta en los ojos del insomne

son tiempo de vía láctea abovedada

en el calor del trópico.

Saben a despedida y a ron amargo en las encías

IV

Se prepara a la lluvia la tarde

el viento sacude las ventanas

la hamaca mece el aire que borbotea enojado a lo lejos.

En especial el cocotero la espera con ansiedad amante.

PUEDE SER QUE TÚ VUELVAS A MÍ

Puede ser que tú vuelvas a mí

como quien se fue sin llevarse nada más que el asombro de todos

arropada en una sábana blanca

pobre de deudas y deberes.

O que regreses hecha el fantasma

de las mil cosas que no hubo tiempo decir

y reclames mi llanto

el ataque de pánico

la noche que envuelve mi ir siguiendo el tuyo.

Entonces, hermana, haré lo que sea para hablarte

mojarme en las lluvias de marzo

empujar montaña arriba el carrito de tus juguetes

reír tan fuerte que el respiro ahogado parezca llanto.

Daré por supuesto que sepas lo que no sé

pues la muerte otorga la madurez que no alcanzaste.

Me dirás los secretos de familia

-que todos, no sólo yo, contamos mentiras-

explicarás por qué de infinitas obsesiones

me quedó la que hacía de las letras redondas un mensaje

por qué la política me enamoró más que el amor

por qué todavía lloro sin motivos.

Tal vez vuelvas a mí convertida en un perro roñoso

cuando se habrán ido los estudiantes cuya piel huele a reflejo de mi entusiasmo juvenil.

O nunca vuelvas

y yo te recree, hermanita de bucles claros,

como el anhelo de perfección que no fue.

Lo cierto es que ahora evoco una tarde de finales de verano:

el heno quemado por el sol en mí conjuraba

un revolcón con el más bello de los segadores de trigo

mientras en ti desataba un ataque de asma.

CONDENAS

I

Habíase una vez una niña

una cola

uno de esos países del norte donde el otro es ruido y no se ve.

La nieve como una página en blanco.

El tiempo largo y lento.

El suéter de mamá derrotaba el frío.

Dolor y placer eran aún equivalentes desconocidos

no así el tedio y la vergüenza.

La niña

precisamente ahí

y en ese tiempo

adquirió el hábito pernicioso de su existencia.

Imagina un drama grande para volverse personaje

un panorama

un ambiente.

Desde entonces no le importa

que traicionen las promesas

ni lavar platos.

Sólo el trabajo la salva

y, a veces, que se le concrete

la revolución

el amor

o la entrega

II

Besarás con tu alma

el sueño de otro inexistente.

La noche abrigará pánico y anhelo

todas las espinas se clavarán en tu aura

y el placer será absoluta síntesis

de los dolores que cuides como brotes de verde

III

No verás el amor sino por el grito

esperarás que crezcan los huesos del futuro bajo tierra

semilla tiempo edades

presencia de montañas como almohadas donde apoyar la cabeza.

Serás según el poema tome forma

IV

Fama

Ama

Cama

Rama

Lama

CONJURO

4 de abril de 2008

Usé al dolor como instrumento

falsa jugada de falsos sentimientos que creció a la fuerza

con voluntad de elefante.

Hoy renuncio a la ilusión de controlar

la corrección de la palabra

la métrica

toda sensibilidad para disponer el ánimo a la letra.

Renuncio y reconozco

a la amiga

la hija

la amante

y aun a ese hombre que se cuela por la concreción de eternidad en un segundo.

Limpio al sol mi vida de niña

digo adiós a la jovencita arrojada.

Herramientas fueron las guerras

el sufrir de otros, ajeno y pregonado:

heroicidad inventada para dar cuerpo a cuentos verdaderos

deseo de ser personaje de mí misma.

Hoy miro al mundo que se acaba

la lluvia sucia del atardecer

y sueño con iniciar.

Nuevamente.

La casa del abuelo ha sido dividida

entre cinco voraces herederos.

El viejo quiso vivieran juntos.

¿Habrá sueño de otro

que pueda heredarse?

DIEZ CIUDADES

Alargamos el tiempo del avistamiento; los ojos navegan sobre el agua transparente que las olas apenas remueven; cada instante es el preámbulo de la visión de las sólidas columnas de Al Mina, sus blancas murallas derrumbadas. Ahí está Tiro la bella. Tiro que Alejandro Magno arrastró a tierra firme. De todos los puertos el que más asemeja la caricia del amante, palma abierta que recorre a escondidas el cuerpo que jamás será suyo.

Tiro huele a azahares y viste de púrpura a las mujeres importantes. El puerto sabe a tarde de sol que agota. Es bella como el movimiento de la amada, y se da tan pocas veces como las pasiones invencibles. Ansiada piedra ardiente de agostos asesinos.

Cuando el invierno finalmente cae sobre Tiro, es gris, mojado a medias, recuerda las bombas israelís sobre los hospitales. Su llovizna ensucia las calles, hace rechinar los autos que caen en los baches omnipresentes. Entonces las casas devastadas por siglos de guerras huelen a garbanzos y a pañales sucios.

Es cuando muy lejos de Tiro las marineras suspiran y por las callejuelas del barrio cristiano y del barrio musulmán sus habitantes deciden abandonarla.

Por Siracusa murió Arquímides, por sus playas robadas al puerto donde dibujar en la arena con un palo las fórmulas de sus cálculos ensimismados. Por Siracusa recobró la pasión Caravaggio, viajero impenitente de la culpa de abandonar el pincel por la espada, asesino de homicidas con licencia de santos.

Un montón de piedras blancas acostadas sobre el litoral. Nada más. Pero como a las diosas y las ninfas sedujo mi frente. Ciudad de tiranos, de palabras dadas, de espaldas que cuelgan sobre la cabeza de los amantes que aspiran al poder.

Es mi amada. Por ella me dejé poseer y abandonar. Han pasado los años, pero si cierro los ojos sobre la Marina Grande las historias emergen de la piel del tiempo.

Agua quieta, cielo que al atardecer enrojece transparente. De vez en cuando, el Etna la cubre con sus cenizos oscuros, la bañan los humos fétidos de la refinería de Priolo, Apolo llora sobre ella el rechazo de Aretusa a quien convirtió en la fuente que sacia la sed de todos. Tan estúpidos los dioses como los hombres.

Es mi amada, mi ciudad, la de los siete nombres, la que hiere a sus mujeres. Siracusa de plazas como salones, de escaleras que suben al remanso de quietud por el cual una y otra vez volvió Platón hasta ser vendido como esclavo y rescatado como amigo.

Es mi amada, la que me ha lanzado al mar, mi puerto perdido.

¿El Dorado? Yo he visto esa ciudad. Pero nadie debería haberlo hecho. Sus mismos habitantes se han ido porque el brillo de su belleza trae muerte. La iglesia se erigía sobre una colina de piedras preciosas y sus muros eran de cuentas de oro y lapislázuli. Cuando un rey llegaba a postrarse ante las figuras altivas del estrado, su pueblo había trabajado tanto para que el soberano pudiera ofrecer un regalo digno al altar que al poco tiempo caía rendido ante las enfermedades, el hambre o el enemigo.

Por las calles no aleteaban olores, ni buenos ni malos. Se oía, eso sí, el trino de un pájaro mecánico de pico de rubí, ojos de esmeraldas y plumas de filigrana entretejida de diamantes y zafiros. En tiempos muy lejanos, el emperador de China se lo había enviado por amistad o venganza al señor de El Dorado y éste se embelesó tanto con su canto que mandó llenar de oro fundido los mirlos, canarios, cenzontles y ruiseñores de la ciudad. Sus cadáveres resplandecen ahora como estatuas en abandono.

No, nadie debería ir a las puertas de El Dorado, ni cruzar sus puentes asfaltados con la plata de las minas del Potosí: cada pisada despierta el suspiro de un muchacho muerto en la flor de la edad. Tampoco debería beber de su agua transparente como el cristal de roca y como él sin sabor, sin algas y sin peces.

Yo fui porque era joven y mi padre me había ordenado buscar la fortuna en el matrimonio, pero no quise. Entonces eché a andar y no la encontré en Samarcanda destruida por Gengis Kan, ni en las cuevas de las colinas de Sajonia de donde han emigrado los dragones, ni en la resplandeciente Bagdad que Bush ha reducido a polvo. Tampoco la India tiene una ciudad de oro, ni todos esos pueblos donde a un dios de compasión se llevan monedas para recibir más de ellas. Fue al final de un desierto, después de cruzar por fortalezas quemadas, cuando ya no tenía yo voluntad ni convicciones que, al atardecer de un día de verano, vi a lo lejos el rayo del sol moribundo reflejarse en la fachada de su iglesia.

No, se lo digo de verdad, nadie debería buscar El Dorado, es muy peligroso encontrarla.

El Usumacinta fluye lento entre el follaje del B’akaal cuando las lluvias escampan y el Chixoy, el Ixcán y el Xalalá menguan la intensidad de su entrega. Llegan los saraguatos entonces a sus orillas y aúllan la historia trágica de Lakam Ha, que una vez abandonada fue Otolum, y terminó teniendo el nombre de Palenque. Los viajeros sin embargo no entienden el lenguaje de los monos del río, se encogen de hombros, o reman con más prisa.

Lakam Ha fue la hermosa ciudad donde K’inich Janaab Pakal hace mil años sacrificó su amor a la ceiba de la sabiduría y ésta lo castigó otorgándole dos dones: más poder que a cualquier hombre en las Tierras de las Casas Fuertes y la seguridad que sus nietos lo perderían.

La fértil Lakam Ha inundaba de mazorcas y cantos todo el B’akaal, de las Montañas de Agua a los pantanos del mar salado. Crecía feliz, la belleza la obsesionaba y en sus ceremonias los dioses bajaban a bailar con campesinas y sacerdotes. Fue rica de pronto, y la riqueza le trajo guerras desconocidas y con ellas catástrofes y alianzas. El reino de la Serpiente derrotó a los que veneraban al Quetzal Jaguar.

Perdida está la divina señora, perdido está el rey, lloraban los artistas del B’akaal cuando los guerreros de Calakmul destronaron a la bella y fuerte Yol Iknal, hija y madre de muchas generaciones de ajaw.

Vinieron luego años de lluvias tristes, trabajo y soledad hasta que la señora Sak K’uk devolvió el esplendor al B’akaal. Tuvo un hijo del río. Lo llamó Pakal, lo hizo grande, oyó que lo nombraban K’inich, el Gran Sol, y tuvo miedo. Supo de los monos que traducían los suspiros de su marido que sería un hombre de sabiduría, el mejor de los señores y los artistas de su reino eclipsarían las bellezas de la gran Tikal, pero –y el peligro era desordenar el equilibrio que rige a la tierra en sus trece movimientos- tendría que escoger lo que el corazón del pueblo necesita para crecer.

Sak K’uk supo que entre el sol y la vida está la blanca ceiba de la elección. A ella envió a su hijo: Ve, porque bajo tu mando crecerá el maíz como tu fama y la sabiduría como tu fuerza, pero no deberás equivocarte o de derrota en derrota llegaremos a olvidar a los dioses y a servir monos claros.

Pakal tenía 12 años, era bello como el sol a la sombra de un alto caobo. Amaba a Yax Ki, pero se casó con la princesa Oktán creyendo en el poder de su padre para proteger sus tierras. Durante un siglo, él y sus dos hijos fueron los más grandes de los grandes en B’akaal. Cuando las tropas de Toniná llegaron sin trompetas y los dioses no avisaron a los sacerdotes de la máscara del jaguar del otro Mundo, el viejísimo nieto de Yax Ki recordó que las lágrimas de su abuela habían despertado la furia del río Tulijá que decidió vengar su afrenta tras darle el hijo de la muerte por esposo. Cincuenta y dos katunes deberían transcurrir antes que la Diosa de Piedra que el río labra con su caricia aguada se apiadara de los hijos de los hijos de los cantores de la grandeza de Pakal.

En los muros de Toniná los jeroglíficos registran las derrotas de Palenque, en los libros de Madrid se cuenta el fin de Toniná.

El cinturón de oro que reventó su chancro sifilítico, Rimbaud lo consiguió en Tombuctú.

Llegó porque, le dijeron, la voz de dios sólo se escucha en los cuentos de Tombuctú.

Se agazapó tras la sombra de África, marchó su desierto de soledad sin nubes, cruzó los ríos de oro, mas no levantó el velo de la morena que lo arañó de un vistazo. ¿Podía acaso un relato contener más imágenes que el color de las vocales?

Luego, perdió el alma. En los últimos años de su vida, para conseguir dinero no desdeñaba vender personas y la aventura del viaje se le convirtió en un anhelante deseo de mostrar la superación de todos los límites.

Tenía poco más de treinta años. Una edad divina. No declamaba ya versos, ni bebía el abscencio de los labios de un adulto dispuesto a todo por su insultante belleza. Era un vendedor de esclavos, un hombre cualquiera.

A Tombuctú llegó deslumbrado por siete cuentos, siete promesas escuchadas en Marraquech y que interpretaba a medias. No encontró la ciudad de oro ni la fuente de Gilgamesh. Cuatro palmeras y, en la orilla más al sur, una mezquita de desierto. Su color jugaba a las escondidas con la arena mojada de un río que aparecía y desaparecía a su antojo. Bereberes, camellos, nigerianos, mujeres y hombres bellos como sólo dios sabe imaginarlos.

Y de él nadie sabía nada. Era un vendedor de esclavos. Ya deambulaba muerto el poeta que vio amarilla la a de la historia que se origina en la tierra sin límite de las fantasías de Tombuctú.

A los cinco años dejó de tocar el suelo con sus pies. Era la Kumari.

Escogida entre las familias que descienden de Siddhartha Gautama, el príncipe de los Sakia de Kapilavatthu, el que dio cinco pasos al nacer a orillas del estanque, ella es perfecta. No tiene marca en su piel ni mancha de miedo en el alma. Su sonrisa sobrepasa las pruebas de los sacerdotes, los dioses acompañan los gestos de su pausada condescendencia. ¿Sabe ella el precio de ser diosa en tierra?

Las mejores cocineras brahmanes cocinarán sus alimentos con las ofrendas de los devotos. Para que sus pies jamás hollen el suelo del segundo piso del palacio que la recluirá, cuatro cargadores la llevarán en hombros. Si así lo desea, podrá mostrar su rostro, su joven figura y los oros de las esposas del dios, para apaciguar los ruegos de los fieles durante un minuto.

Cada década en Katmandú una niña es diosa desde hace dos mil años. Una niña en todo Katmandú. Una niña que es Kumari, la perfecta, la todo poderosa, la sin gravamen. Su mano bendice la voluntad de un capricho.

Luego un día su sangre baja por la entrepierna. Una mujer de repente toma el lugar de la diosa. Una mujer nada más.

¿Qué hombre se casaría con una mujer que es diosa hasta el día que sus adoradores la dejan caer?

La esposa del dios, no tiene marido en Katmandú.

Roma es la más bella de las tarjetas postales. Pero no hay amor por sus calles, ni nadie que cante una canción. Para sentirse bien en Roma hay que ser un turista con dinero en un hotel del centro, caminar hacia el café de Sant’Eustacchio sobre adoquines mojados por la lluvia soleada de abril y tener la suerte de ver a una muchacha triste deslizarse por las callejas de una ciudad de prohibiciones, recatos y paranoias posmodernas.

Yo no amo Roma. En sus cielos no se mueven las nubes, su río no corre, sólo octubre se llena de colores con las hojas de los plataneros que caen. Pero la amé. Era la primavera de mi vida, la primavera de la vida entera. Roma tenía entonces lecherías con mesas de mármol donde se bebía el café en vasitos de vidrio grueso. También la suciedad necesaria para reconocerla viva. Por sus calles iba descubriendo el amor en besos robados a monaguillos, manos sudadas de estudiantes que pasaban las noches discutiendo sobre la revolución permanente, nalgas firmes de caminantes que recorrían las subidas y bajadas de sus siete colinas.

Luego, una noche cualquiera, cuando creía que el mundo era perfecto, detrás de la iglesia de una de las mil santísimas trinidades, vi a tres muchachos guapos apearse de sus motos. Se acercaron a la escalinata donde dormía un indigente. Lo rociaron de gasolina y le prendieron fuego. Yo estaba detrás de un portón alto de madera con uno de esos amantes que se escogen para probar la delicia de ser joven contra otra piel joven. Me abroché la camisa y grité desesperada ¡Socorro, socorro!, en el silencio cómplice de la oscuridad estrellada. Esa noche la policía llegó tarde, mi amante se esfumó, nadie le prestó atención a tres motos sin placa. Roma no se inmutó. Dicen que con ese aire de princesa en decadencia cruza los siglos.

No, yo no amo Roma y no me duele que se la devoren los turistas.

Afrasiab la construyó Sogdiana, un sátrapa rechoncho y simpático. No tenía ganas de inmortalizarse, pero era necesario darle abrigo a esos cientos que le regalaban comida, caballos y el botín de sus saqueos. Cuando Alejandro el Macedonio intentó invadirla puede que ya se llamara Maracanda. Resistió como una bella a la embestida de un héroe. Seducción y capitulación no estaban en los planes de su ciudadela. Quería, podía, reinar sola. Ese engreído de mi colega Arriano, un imbécil que dejé en la gloria en Nicomedia, pero que ahora se pudre en las arenas del tiempo como todos los que han visto a Samarcanda resistir, ser golpeada, renacer, dijo que se opuso tenazmente a ser sometida.

Yo soy inmortal mientras Samarcanda viva. Nací el día en que Sogdiana se emborrachó al punto de no querer irse más de ese oasis por donde cruzaban los camellos de los han y los de los persas. Me cobijaron sus esposas en la lana de sus mejores ovejas. Bebí la leche de las diosas de la tierra. Y la espada de los aqueménides desgarró mis hombros, experimenté los instrumentos para arrancar la piel de los pies del antipático Quinto Curcio Rufo, quien a falta de las palabras para describirla –era un pésimo historiador- dijo que era fácil, florecí con los persas de rasgos gentiles, fabriqué papel para los abasidas que le dieron literatura a un imperio de caballeros de rizos negros, sonreí cual puta que se entrega al descanso con los turcos qarajanidas, selyúcidas, karakitay y khoresmidas.

El sufrimiento vino con las pirámides de cabezas cortadas, con las cenizas esparcidas, con mis amigas degolladas y las fábricas derruidas por ese loco mongol que viajaba en una tienda jalada por cuatro toros peludos. Genghis Khan de decían los suyos, el rey Océano.

Pocos sobrevivimos. Yo porque muchos siglos antes bebí el agua destinada a Enkidu y no pude estar el día del pacto en que los dignatarios de Gilgamesh renunciaron a la inmortalidad. En esos tiempos, a causa de mi pasión por los viajes, había llegado a ser la puta sagrada de Babilonia; por ello logré de Inana una promesa de liberación. Fue una diosa por supuesto, los dioses no conocen la compasión. Y yo sólo viviré mientras mi ciudad viva.

Creí morir bajo las patas de los caballitos de esas bestias vestidas de seda, pero me rebelé contra los mongoles hasta que Tamerlán el cojo, Tamerlán el sabio me rescató, peinó y perfumó, haciéndome la favorita del reino de Transoxiana. Fui yo quien lo previno de las intenciones de Ruy González de Clavijo. Él sentía un amor que me devoraba de celos por ese embajador de Enrique III. En su honor llamó Madrid al barrio más rico de Samarcanda.

Mi príncipe, la luna creciente de Asia, el general que sonreía como poeta, murió sin volver a mis brazos, apenas el tal Clavijo se marchó. Me queda el consuelo de reconocer que el español tenía la mejor pluma que un occidental tuvo jamás, la Embajada a Tamorlán realmente canta la dulzura de las huertas que rodean mi ciudad.

Los uzbecos y los rusos, luego, no me gustaron. Duros y faltos de la menor cortesía. También es cierto que estoy poniéndome vieja y no me enamoro fácilmente. Cuando se conoce el mundo, sus bellezas y sus horrores, que no son ni lo mismo ni necesarios, entonces la falta de poesía enfada. Mi ciudad se hizo triste y sus bellezas se cubrieron de polvo.

Hoy no sé que quiero. Los médicos llaman depresión a mi enfermedad, yo le digo historia. Envidié la muerte del genial Omar cuando por cantarle al vino y al amor enojó a los sacerdotes y se hizo santo. Quise no ver tantas cosas, pero las vi. Ahora quiero morir y no quiero. La amo y la odio. ¿Cómo desear que ella desaparezca?

babilonia
BELIZE AGAIN

AGAIN again

La vida es un perro que nada
¿Un perro qué?

Nada

Nada, nada

Asir la mañana como el regalo de una diosa en descuido

sin entender siquiera la totalidad de su importancia

y gozarla hasta el fin

-la noche, el siguiente día, el aire que se acaba-

en la dureza del camino la brazada en el agua de mar.

Asir la mañana dormir la noche

la piel húmeda como hoja al rocío

el remo en la mano al enfrentar la ola.

Ninguna nostalgia solo el presente

no vaya a ser que en el recuerdo se cuele

la consabida previsión del futuro

Amarte fue un intenso regalo

Lo rechazaste

El olvido es ahora una tarea

que enfrento en compañía

Como todo trabajo

el fin de semana se suspende

suspiro en la hamaca

recuerdo tu boca con olor a mañana

Tú de mi sólo quieres sexo.

Iluso:

yo de ti lo quiero todo.

Y no va a ser suficiente

!Ah qué magnolia!

Como se le habrá ocurrido crecer en este trópico hacinado

al lado de una palmera

a la sombra de un mango

donde la madre cacao le limpia la tierra

y el helecho la cosquillea.

Pensar que fue seleccionada por un jardinero enjuto

comprada por un novio encorbatado.

Tan bien que se le veía.

Pero la princesa la raptó de su palacio

para llevarla a morir de sed en febrero

y de gozo todo el resto del año.

Mosquito

mosquito

mosquito:

¡Te voy a matar!

En este caso la ley de la selva

es la palma de mi mano

destripando tu cuerpo sobre la piel del muslo

con más remordimiento por el piquete que alcanzaste asestarme

que por tu efímera vida de chupasangre.

Todavía no medito lo suficiente

Por pañuelo una tela verde y naranja

naranja y verde

la tela de mi falda

el vestido

el chal y la camisa.

Un velo de tela verde con naranja

me cubre las tetas.

Ya no son como fueron

pero todavía aguantan

Me como las e

mastico el inglés

considérenme totalmente incapaz de concebir el sonido de las s

y con esta lengua sin embargo

puedo decir te amo

tengo hambre

voy a navegar en el reino del sol y las sombras

Mi querido Ulises he descubierto tu secreto

no eres un alma en busca de descanso

menos aún un héroe

nomás un marido

uno de esos sádicos que dice

amándote me voy

y consigue tanta gloria cuantos amigos pierde.

Luego un día vuelve a casa

porque está celoso de que su mujer goce

con tejer y destejer

el arte efímero de la vida.

Frente al mar, mi querido Ulises,

se diluyen los secretos de los navegantes

y cualquier hombre vuelve a ser

un coral que se desgasta en la arena

Por años pensé que siempre me equivocaba

luego que sólo los otros lo hacían.

Hoy empiezo a dudarlo:

quizá la cosa sea más salteadita

Que caiga como ancla la vida.

Mientras no encalle y rompa

frágiles equilibrios marinos

ni arrastre corales conchas y anemonas

que suba y baje mil veces

de las honduras a cubierta.

Tú, mi pequeña flor de mar, no le temas

síguele el juego.

Cinco deseos como cinco soles

del centro a los puntos cardenales

en desbocado afán de empujarse hasta llenarlo todo.

Cinco intentos

cinco placeres

cinco veces del magma al tedioso orden que antecede la muerte

buscando del este respuesta

del norte y el sur amores

del oeste la aventura de la nada conocida.

Cinco soles cinco vidas

cinco rumbos para el barco que se aleja.

Todo está permitido menos quedarse

Más de una ciudad ardería por ti

de no ser que un asalto se planea con tiempo y

yo soy dispersa.

La paz es también falta de obsesiones.

De ser yo una reina traicionada, no engendraría la Iliada:

qué fatiga y pérdida de tiempo!

Soltaría mi trenza frente al mar

en el placer de un verano silente y

(sé que al amor, ese engreído, esto no le va a gustar nada)

y

(que no se alebresten los amantes de la épica)

y

de ser que él pasara por ahí

de que yo tuviera los ojos abiertos

y nada más que hacer

pues

¡me conseguiría a otro Paris!

Para H.,

el amor que me acompaña

Selva es el aire que denso respiras

mientras atraviesas un amanecer

de guacamayas, 400 voces de cenzontle

un jaguar agazapado.

Y yo contigo.

El sabor a boca de las hojas caídas

la caoba y la ceiba

que sin lianas sostienen un mundo de insectos.

Antes de la carne y el caballo

mucho antes del cuchillo y los piratas

cuando el mar verde era neblina tras la lluvia

ya estaba el guajolote azul y la pantera

la trenza gruesa por donde se sostiene la cola del saraguato.

Ya estaba coralillo a la espera.

Selva son los senderos que bifurcan el destino de todas las vidas.

Su plumaje

revolotea la orquídea negra de un pino caliente

y la filigrana de una araña se cruza por tu cara.

Sudas la madrugada entre goterones y lodazales.

El viento se detiene

y un aullido persistente horada la ternura de tus pensamientos.

Y yo contigo.

Contigo yo.

Francesca Gargallo

UACM

filosofia.nuestroamericana@gmail.com



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