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BOLIVAR: PENSAMIENTO ANTICOLONIALISTA DEL CONTINENTE CRIOLLO

Diego Tagarelli

Nos parece justo advertir, en el actual contexto de crisis internacional y hundimiento del Imperio norteamericano, los orígenes de la hegemonía yanqui en América Latina a través del pensamiento de Bolívar, cuyas rivalidades en la lucha por la Independencia e integración de Sudamérica hacia Estados Unidos y Europa se presentan como uno de los grandes dilemas no resueltos de nuestras revoluciones regionales: la necesidad de oponer una fuerza conjunta de los países de América Latina al poder opresor de los países centrales.

Ante la decadencia de la civilización burguesa e imperialista de occidente que en nuestros días acelera su desplome global, no está demás indagar en la historia de nuestros pueblos los intentos de emancipación que iniciaron algunos de nuestros líderes populares en cuanto las estructuras coloniales del imperialismo arremeten contra sus aspiraciones de unificación regional. Claro que en el contexto reinante del imperialismo los países de América Latina no tropiezan con una potencia que procura conquistar nuevos y remotos espacios de dependencia colonial para incrementar su dominación global bajo las consignas expansionistas que lo definen originariamente, sino más bien, nos hallamos en un contexto de derrumbe global del imperialismo monopolista en donde el capitalismo ensaya su supervivencia histórica a condición de salvaguardar sus intereses coloniales, cuestión que desnuda toda debilidad y toda incapacidad para sostener las áreas de dependencia y dichos intereses sin estimular determinados modelos de opresión general que llevan inevitablemente a su crisis terminal.

De manera que, aprisionado por los propios intereses hegemónicos y ofuscado por una crisis que embiste fuertemente contra las principales fuerzas monopólicas, los países de América Latina y del mundo periférico elevan sus proyectos de integración para bloquear las ofensivas económicas de Estados Unidos y, así, aligerar el ritmo de su decadencia imperialista. Por lo mismo, todos los intentos de resguardar los intereses nacionales de los países enfrentados al imperialismo desde las periferias, no puede consumarse de manera enérgica sin la unidad de intereses que identifican la Nación latinoamericana, frustrada por las sucesivas políticas de fragmentación regional y constantemente recomenzada por los pueblos y movimientos nacionales y regionales para definitivamente conseguir un desarrollo independiente. Ante esto, queremos reconocer la lucha de los grandes liberadores que lucharon por la unidad latinoamericana y, por consiguiente, se presenta imprescindible retornar hacia aquellos orígenes independentistas para, desde ahí, vislumbrar los nuevos procesos de cambios que vive la región.

El reconocimiento del bolivarianismo como ideología política en algunos países de la región, la búsqueda de identidad histórica en los pueblos sometidos de América Latina y el rescate popular de los procesos de liberación nacional abiertos contra las estructuras coloniales del imperialismo, nos obliga a pensar sobre los orígenes del pensamiento de Bolívar, San Martín, Artigas, etc., en tanto precursores del antiimperialismo e impulsores de la unidad latinoamericana. Quizás el rasgo más sobresaliente y original del pensamiento de Bolívar es el considerar, en todos sus escritos y proclamas, a “Hispanoamérica” en conjunto como objeto de análisis y lucha. Y aquí es donde encontramos desde el ideario bolivariano una problemática latinoamericana específica que hasta el día de hoy perdura en el esfuerzo político de la gran Nación: el esfuerzo por hallar la identidad común de los pueblos latinoamericanos y, complementariamente, el intento de encontrar la distinción necesaria a Europa y Estados Unidos. De todos modos queda claro que la derrota futura de Bolívar no es más que la derrota futura del pueblo Latinoamericano: somos parte de países porque no pudimos integrar una Nación y fuimos países porque fracasamos en ser latinoamericanos.

El pensamiento vivo de Bolívar descansa en la conciencia de los pueblos latinoamericanos que han decidido dar batalla a los intereses coloniales, desde la España colonizadora hasta las cadenas opresoras de Estados Unidos. Bolívar es, por ello (como lo fueron muchos de los liberadores nacionales y caudillos populares de América Latina a lo largo de nuestra historia), uno de los precursores más importantes del pensamiento latinoamericano e impulsor del antiimperialismo. Bolívar es un hombre que expresa las realidades de los sectores que han sido esclavizados por los sucesivos colonialismos, de aquellos pueblos y naciones que representan la esencia de la liberación latinoamericana. Hoy, después de 200 años se reivindica la misma lucha de Bolívar. En “nuestra América” sigue vigente el colonialismo: Las oligarquías criollas y las burguesías dependientes terminan traicionando los intereses nacionales y por paralizar las posibilidades de desarrollos políticos y económicos independientes, en defensa de los intereses foráneos, coloniales, imperialistas. A estos grupos dominantes se les enfrenta otra vez el fantasma del ideal bolivariano y el nacimiento de nuevos procesos de liberación nacional, el fantasma del socialismo que en el siglo XXI se trasladó a esta parte del mundo que, esta vez, encarna los fundamentos más originales del marxismo, el latinoamericanismo y el nacionalismo como parte de una sola identidad.

LAS DOS ESPAÑAS DE LA REVOLUCIÓN AMERICANA Y LA EMERGENCIA DEL PENSAMIENTO BOLIVARIANO.

Para conocer y repensar sobre el pensamiento de Simón Bolívar, es indispensable contextualizar sus ideas en el marco de la independencia hispanoamericana, no sólo con el objetivo de reflejar la importancia que tuvieron los grandes personajes libertadores en aquel proceso socio histórico determinante, sino también para comprender la intensidad y los cambios que se producen en el trascurso del pensamiento de Bolívar. Es imposible la búsqueda y el reconocimiento de un proceso teórico en el pensamiento latinoamericano sin remitirse a los orígenes sociales que permiten su emergencia y consolidación.

La sublevación del pueblo español el 2 de mayo de 1808 (episodio conocido como “Guerra de Independencia”), fue noticia que llegó a las capitales de la América española en fechas y bajo circunstancias diferentes. Al caer en crisis el poder metropolitano, caen también en crisis su prolongación política y geográfica: las colonias de América. Más concretamente, la clave de la decadencia de España debe buscarse en la debilidad orgánica de su burguesía industrial incapaz de desarrollar un capitalismo nacional como el resto de Europa, donde las burguesías conquistan el poder político y se encaminan hacia la superación del yugo feudal. En este sentido, la unión de la monarquía, la Iglesia y la nobleza fue fatal para el crecimiento económico de España. Al ingresar en el siglo XIX, España estaba gobernada por Carlos IV, un Borbón que había intentado contagiar a España del espíritu de modernidad que soplaba desde Francia revolucionaria. Este régimen de los Borbones será conocido como el régimen del “despotismo ilustrado”, que respondía en cierto modo a la peculiar situación española: las ideas más avanzadas del siglo, que eran las liberales, cundían por todas partes, pero en España el predominio social de los nobles y la Iglesia constituían poderosos obstáculos. Como el país exigía la adopción de una política burguesa (desarrollo de una industria, educación común, etc.) la burocracia borbónica se hizo intérprete de esa necesidad. Pero el despotismo ilustrado pretendía aburguesar el país desde arriba, sin producir transformaciones profundas y estructurales desde las bases sociales emergentes.

Vemos encarnadas en España las dos Españas: el liberalismo borbónico y la reacción feudal. A nuestra América habían transmigrado ambas. El levantamiento revolucionario en toda América no fue sino la prolongación en el Nuevo Mundo de la conmoción nacional de España. Bolívar asumirá la representación americana de la corriente más avanzada de la Europa revolucionaria. Pero contradictoriamente, Bolívar es un hijo robusto del continente criollo y por tanto, mucho más radical que sus maestros liberales. Por eso, es importante diferenciar entre el Bolívar revolucionario y criollo, y aquel “mantuano” y liberal europeo. Si bien gran parte de nuestra literatura y, particularmente, los sectores intelectuales ideológicamente dominantes, han pretendido mostrar al Bolívar mantuano y silenciar al Bolívar revolucionario, nuestra historia vuelve a develar los rasgos más trascendentes del libertador: al que legisló sobre los derechos de los indios, el derecho a la educación popular, el derecho a la explotación del subsuelo por el Estado, etc. Bolívar representaba el latinoamericanismo revolucionario, es decir, la idea de la Nación en armas contra la reacción absolutista española y las maquinaciones y pretensiones de expansión hegemónica de Estados Unidos.

Cuando en 1807 Bolívar regresa a Caracas, ya es una ciudad que ha perdido el ambiente apacible de su etapa colonial. Ahora está bajo el alerta oficial debido a los inconformes “revoltosos” que cuestionan el régimen establecido. Bolívar es uno de esos revoltosos que cuestiona la legitimidad del poder real para ejercer en Venezuela una autoridad que no tienen en la Metrópoli. Este contexto de convulsión que cristaliza los intereses sociales divergentes, manifiesta un complejo campo de contradicciones en torno a la problemática del poder de la época y, más aún, en torno al campo de las ideas: los españoles nacidos en la península quedan enfrentados a los criollos; los comerciantes burgueses a los terratenientes oligarcas. Todos, a su vez, se dividían en reaccionarios y progresistas: para los primeros, la soberanía era una manifestación del derecho divino, encarnado en los reyes. Para los segundos, la soberanía emanaba la voluntad de los pueblos. En fin, los “revoltosos” frente a los “moderados”. Los revoltosos procuraban la independencia por medios revolucionarios. Los otros, por medio de la evolución y el entendimiento con la Corona.

Todo este conjunto de contradicciones predeterminaron, en el terreno económico y social, la intensidad de la lucha de clases, y en el terreno ideológico, la inestabilidad política y la manifestación de la lucha de clases en el campo de las ideas. Bolívar no siempre tiene los ojos puestos en Grecia o en Roma como los imitadores de ese tiempo, tampoco pretende perseguir el destino de la estabilidad norteamericana o acercarse a Gran Bretaña con lo hicieron muchos de los progresistas que pretendían romper con la Corona Española, sino que observa la realidad latinoamericana sin las antiparras ideológicas liberales de Europa y sin los engaños morales de los países centrales. Su observación de América es profunda y directa, y su pensamiento va transitando diferentes etapas. En una reflexión determinante de su visión sobre América Latina nos dice: “Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo ni el americano del Norte; más bien es un compuesto de África y América que una emanación de Europa…” (Bolívar: Congreso de Angostura, 1819). O como afirmara en su Carta de Jamaica, en 1817: “Nosotros somos un pequeño género humano… No somos indios ni europeos, sino una especie intermedia entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores”.

Entre 1809 y 1811 las Juntas Revolucionarias proclamaron la separación de las colonias hispanoamericanas de su Metrópoli. Ante la reacción de España, la independencia tuvo que ser defendida en los campos de batalla hasta 1824 con la victoria de Ayacucho. Pues bien, durante todo ese tiempo, las repúblicas ya constituidas pretendieron establecer relaciones con Estados Unidos. La respuesta que dio el país del Norte estuvo expresa en la Resolución que aprobó el Congreso: “Se mira con amistoso interés el establecimiento de soberanías independientes por las provincias hispánicas de América … y que cuando esas provincias hayas logrado la condición de Naciones , el Senado y la Cámara de representantes se unirán al Ejecutivo para establecer con ellas, aquellas relaciones amistosas y comerciales”. O sea, los revolucionarios de Hispanoamérica enfrentarían solos el poderío español y cuando hubieran alcanzado la independencia, los Estados Unidos concurrirían entonces a exigirles lo que debía corresponderles. La “neutralidad”, el “reconocimiento” y la “cláusula de Nación más favorecida” fueron instrumentos de la política exterior de Estados Unidos para presionar a las Naciones de Hispanoamérica. Durante 1819 y 1820 Estados Unidos no reconoce el Gobierno revolucionario de Venezuela a pesar de ya haber presentado un proyecto de constitución.

Bolívar vislumbra así el imperialismo norteamericano. Tiene conciencia clara de que la unidad de Hispanoamérica cerraba el camino a la hegemonía de los Estados Unidos y que la desintegración le favorecía. Desde época bien temprana los Estados Unidos obstaculizaron el proyecto integrador e independentista que alimentaba Bolívar. En este sentido, fue Bolívar el primero en comprender que el desarrollo de los Estados Unidos los conduciría a expandirse por todo el continente y, por lo tanto, era indispensable crear una fuerza que contrarrestara esa expansión “unir en un haz de pueblos libres a aquellos cuyos intereses históricos, sociales y económicos fueran verdaderamente comunes”. Pero una Hispanoamérica parcelada en un grupo de Estados que lucharon entre sí (balcanización) era el marco perfecto para los expansionistas yanquis que se proponían suplantar a España. A esos propósitos se sumaron los mantuanos de Venezuela, los pelucones de Chile, los plutócratas de Nueva Granada, los mercaderes de Buenos Aires, etc. Es aquí, donde chocaban los intereses que defendía Bolívar y los intereses que defendían las clases criollas económicamente dominantes. Evidentemente que el imperialismo no podía sobrevivir a su expansión sin el consentimiento de las oligarquías locales de Latinoamérica y sin esa comunidad de intereses que forman estos sectores dominantes y retrógrados.

Como mejor podemos comprender los esfuerzos del Libertador por forjar esa gran Nación que se libraba de los peligros del imperialismo es leyendo y estudiando el pensamiento de Bolívar, a través de algunas ejemplificaciones sobre los variados sentidos que daría a América, muy especialmente, en esos momentos de inmediata diferenciación: independencia de España y resistencia hacia la política expansionista de Estados Unidos. Desde 1815 (carta de Jamaica) hasta 1830 (año de su muerte) Bolívar no deja de formular severas críticas a los Estados Unidos por su política de simples espectadores, de fingida neutralidad frente al esfuerzos que llevan a cabo los pueblos de Hispanoamérica en su afán por liberarse del yugo español. Los califica de “egoístas”, “los peores”, “capaces de vender a Colombia por un real”.

Bolívar fue por lo tanto, el precursor del pensamiento antiimperialista hispanoamericano, porque el preimperialismo fue el germen del actual imperialismo de la era monopolista. Pero no sólo en cuanto a su visión y sus reflexión propia plasmada en sus escritos, proclamas y discursos, sino también, y fundamentalmente, en su liberación y en su lucha por la independencia y la integración de Latinoamérica. A modo de ejemplo podemos tomar dos casos concretos, claves en el futuro de América Latina:

1)- “El 29 de junio de 1817 un grupo de 150 patriotas Venezolanos desembarcaron y ocuparon la Isla Amelia perteneciente al dominio de la Corona, situada en la costa atlántica de los Estados Unidos. Allí, proclamaron la instauración de la “República de Florida” y “Fernandina como su puerto principal. A los cinco días de quedar instaurada la república de Florida, una flota venezolana capturó a una flota norteamericana contratada por el gobierno español que llevaba municiones para las fuerzas españolas. En 1817 por orden del presidente Monroe, tropas de los Estados Unidos desembarcaron y se produjo la expulsión de los patriotas venezolanos que en palabras de un ministro no era más que la expulsión de un grupo de contrabandistas, aventureros y saqueadores”.

Claro que las causas reales tenían que ver con la necesidad de los Estados Unidos de expandir sus fronteras y establecerse como el heredero de las joyas que fueran desprendiéndose de la Corona. No eran más que los objetivos concretos de la política imperialista de Estados Unidos: Cuba, México, Centro América, el resto de las Antillas y Canadá. En fin, “América para los (norte)americanos”.

2) – El 7 de octubre de 1824, dos días antes de la batalla de Ayacucho, Bolívar cursó una “Invitación a los gobiernos de Colombia, México, Río de La Plata, Chile y Guatemala” a formar el “Congreso de Panamá”. Para repeler la amenaza extranjera, afirmaba que era indispensable formar un cuerpo, al que comienza a llamar “anfictiónico”, que diera impulso a la defensa de los intereses comunes de los Estados que antes habían sido colonias españolas. El departamento de Estado de los Estado Unidos envió sendas instrucciones a sus agentes diplomáticos en Hispanoamérica para que impidieran la constitución del cuerpo anfictiónico.

Corresponde a Bolívar pues, la gloria de haber sido un luchador consecuente contra esa falta de unidad y la gloria de haber llevado esa lucha hasta la concreción en el Congreso Anfictiónico de Panamá, donde las tendencias expansionistas y hegemónicas de Estados Unidos se manifiestan claramente, que boicotearon ese tremendo intento de Bolívar de constituir la unidad de los pueblos y gobiernos latinoamericanos. Fracaso que recién en nuestros días ha podido ser contrarrestado ante la ausencia de Estados Unidos en muchas de las cumbres de América del Sur y el Caribe.

LA UNIDAD Y LA REVOLUCIÓN LATINOAMERICANA DESDE LA LUCHA Y EL PENSAMIENTO DE BOLIVAR.

Bolívar instaura la Segunda República, apoyado en las bayonetas y en las charreteras mantuanas. Sólo 16 meses logró mantener esta Segunda República, surgida como resultado de la lucha armada y no de una Constitución como la Primera República. Para Bolívar, en este contexto (diferente por cierto al de la primera República), la guerra revolucionaria era justa por cuanto era el único instrumento de que disponía el pueblo para emanciparse: “Cerremos para siempre la puerta de la conciliación y la armonía: que ya no se oiga otra voz que la de la indignación” (Simón Bolívar, 2 de noviembre de 1812). La unidad latinoamericana le resultaba indispensable para desatar la guerra revolucionaria, y ésta le resultaba imprescindible para alcanzar la independencia. A la unidad no se podía llegar por acuerdos o disposiciones previas, sino como producto de la lucha armada y a través de ella. Por eso comprendió que su recién instaurada Segunda República estaba cubierta por las tendencias conciliatorias y vacilantes de los mantuanos, que corrieron como aves de rapiña a ocupar posiciones abandonadas por los españoles.

A pesar de su concepción de clase, la Segunda República se le evidenciaba tan lejos del pueblo como la Primera. Bolívar había triunfado como conductor de tropas pero no había podido unificar al pueblo para desencadenar la guerra revolucionaria. Comprende que el ideal independentista no ha calado en las masas populares. Por esto afirma: “Vuestros hermanos y no los españoles han desgarrado vuestro seno, derramado vuestra sangre”. Es entonces cuando, desde el destierro, se produce esa transformación del terrateniente “revoltoso” al revolucionario consciente; del oficial mantuano al guerrillero intrépido; del admirador de las instituciones foráneas al reafirmador de la revolución autóctona de América Latina. Las masas populares, por lo tanto, no continuarían fuera del proceso revolucionario y de su inspiración teórica. Por fin, el planteamiento, es profundo, humano, arraigado a las materialidades especificas de transformación: el desarrollo económico resultaba indispensable para el sostenimiento de las fuerzas revolucionarias. Es así como en el año 1817 comienza la organización revolucionaria en lo militar, en lo político, en lo civil, en lo económico de la Tercera república. Como contrapartida a la causa económica, decreta el derecho a la confiscación de los bienes de los españoles y criollos económicamente dominantes. Dijo Bolívar: “Los americanos, en el sistema español que está en vigor,… no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más, el de simples consumidores”. Por ello, este sistema, dice: “impone restricciones chocantes: restricciones del cultivo de frutos de Europa, el estancamiento de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad, las trabas entre provincias americanas, en fin: ¿quiere usted saber cuál es nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, el café, la caña, el cacao y el algodón, las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazar las bestias, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta”.

Pero esto no basta. Bolívar comprende la necesidad de luchar junto a los guerrilleros del oriente venezolano, tiene que convivir con la tropa, de día y de noche, en el triunfo y en la adversidad. Y así lo hace, soportando el hambre y la sed, hasta constituirse en el Bolívar guerrillero. En la oración inaugural del Congreso de Angostura, Bolívar expone sus ideas políticas, democráticas y republicanas. El Discurso de Angostura (así conocido) encierra una síntesis del ideario bolivariano: Unidad para la lucha. La educación, la libertad, la soberanía no escapan a la apreciación bolivariana. Decía por ejemplo: “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”. Y en otra ocasión dice: “Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América, por obtener el sistema de garantías que, en paz y en guerra, sea el escudo de nuestro nuevo destino, es tiempo ya de que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas tengan una base fundamental que eternice la duración de estos gobiernos y su pueblo”.

Se desprende pues que ya es hora de sentar las bases fundamentales de las relaciones que unan a los países de la América. Es decir, concluida la independencia, hay que marchar hacia la unión para respaldar “nuestro nuevo destino”. Una autoridad supranacional que tuviera las siguientes facultades: 1ro. Dirigir la política de los gobiernos hispanoamericanos. 2do. Mantener, por influjo, la uniformidad de principios. 3ero, Evitar los desordenes. Lo de supranacional no es más que una autoridad federal en grande y no una reunión de pequeños Estados llenos de contradicciones.

El colonialismo español parceló la América para dominarla mejor. Bolívar la unificaba para evitar su dominación. Sin embargo, los acontecimientos posteriores determinaron la injerencia imperialista de Gran Bretaña y Estados Unidos, desgarrando la unidad latinoamericana y manipulando el proceso de Independencia para dividir a la gran Nación en Estados soberanos que produzcan en el marco de una nueva división internacional del trabajo.

BOLIVAR, MARX Y EL IMPERIALISMO

Ante una crisis que destruye parte de las estructuras dominantes del imperialismo en América Latina, donde la explotación de los países centrales y de los sucesivos imperialismos sobre los países latinoamericanos han procurado quebrantar la unidad de los nuevos proyectos políticos, la ideología política de los grandes libertadores de la independencia vuelve a surgir desde lo profundo de nuestra historia, entre ellos, Bolívar. El pensamiento práctico de uno de los más grandes independentistas de nuestros pueblos, no es más que la expresión de nuestra América criolla para generar movimientos nacionales y latinoamericanos propios. El pensamiento y la acción práctica de Bolívar tiene sus particularidades que no pueden ser calificadas como meras prolongaciones de la convulsionada Europa. Es decir, tiene sus originalidades propias de un luchador inserto en un proceso revolucionario distinto a los ocurridos en el viejo continente, pues, la América meridional encarna formas de liberación que obedecen a su sometimiento como región subordinada a los intereses del imperialismo.

No es Bolívar entonces un hombre de la Europa moderna, ni un intelectual práctico de la nueva institucionalidad americana. Es más bien un “revoltoso” luchador que se proyecta en los sectores populares para liberar a América de todo colonialismo. Por ello, es imprescindible conocer y estudiar las diferentes etapas en que va madurando el pensamiento de Bolívar hasta su muerte. Su proyección central es: “la unidad latinoamericana” y el nacimiento de la “patria anticolonialista”. Hoy, la necesidad por una segunda independencia latinoamericana se traduce en la unidad latinoamericana y en el desarrollo soberano de los países oprimidos de América, algo que desde la ideología bolivariana se desprende claramente.

La América Criolla, desprendida de España en las guerras de la Independencia, fue “balcanizada” por las potencias anglosajonas. Aparece en la historia del último siglo y medio como un mosaico incoherente de 20 Estados supuestamente soberanos, adornados de todas las baratijas jurídicas, filatélicas, arancelarias y rituales de “naciones” verdaderas. Pero en realidad se trata de provincias, de repúblicas simbólicas, perpetuamente conmovidas por pronunciamientos militares, la sujeción cultural hacia los Estados Unidos o Europa, sumidas en los cultivos de exportación y con las clases ilustradas hechizadas por las civilizaciones clásicas, la democracia formal inmovilista o los marxistas importados. También el pensamiento político de los hijos de la América Criolla es sometido a la “balcanización”. Cada latinoamericano supone pertenecer a una nación. Pero en realidad se trata de naciones no viables. El imperialismo triunfará en la cabeza de los latinoamericanos, sean de derecha o de izquierda, en tanto los latinoamericanos conciban todas las fórmulas de redención, aún las mas atrevidas, excepto unirse en Nación o Confederación de Estados como aspiraba Bolívar.

Toda tarea que persiga forjar desde el “socialismo” o desde las enseñanzas del marxismo en tanto ciencia histórica y revolucionaria, no puede ignorar la tradición de Bolívar ni los caudillos populares de los movimientos nacionales. De la misma manera, todo intento bolivariano sólo podrá desenvolverse bajo las banderas del socialismo. Pero ese socialismo posee ya una inflexión propia, una especificidad latinoamericana. En otras palabras, se impone reunir a Marx con Bolívar, Bolívar con Marx. Es preciso asumir plenamente nuestro glorioso pasado de lucha. Es necesario redescubrir a nuestros héroes propios y elaborar desde aquí una perspectiva revolucionaria para los todos los latinoamericanos.

Recordemos que, incluso, para Marx y Engels el socialismo estaba a las puertas de Europa en tanto la revolución del proletariado se daría en los capitalismos desarrollados de Europa y que su triunfo conduciría naturalmente a la liberación de las colonias. Claro que no era el problema colonial, precisamente, el que ocupaba la atención de los socialistas europeos, después de la muerte de Marx inclusive. Habría que esperar hasta 1917 para percibir que el fantasma de la revolución reaparecería en otro escenario. Y es el propio Lenin quién desarrollaría sus tesis del eslabón más débil al señalar que el ingreso del capitalismo a su etapa superior sería la causa del crecimiento económico de los países centrales y la razón principal de la miseria creciente y de la agudización de los conflictos sociales en los países atrasados, cuyos procesos revolucionarios incidirían sobre el mundo desarrollado. Cuestión que nos lleva a reconocer los méritos de Bolívar fuera de las fronteras ideológicas socialistas europeas.

Pero ocurre, entonces, que cuando se producen estallidos sociales en diversos países de la periferia, con las masas de indios, criollos, campesinos o demócratas radicales, los partidos comunistas no lideran, ni siquiera acompañan, esos procesos al juzgarlos por la falta de coherencia ideológica dentro de los marcos estratégicos del socialismo europeo, tan bien representado en los países de América Latina luego del avance burocrático del socialismo en la Unión Soviética. A falta de vanguardia revolucionaria, esos movimientos se expresan a través de agitadores nacionalistas o jacobinos, dirigentes antiimperialistas como Nasser en Egipto o Gandhi y Nehru e la India, patriotas como Sandino, nacional-democráticos como Arévalo y Arbenz en Guatemala, jefes agrarios como Villa y Zapata en México, militares como Perón, Torrijos, abogados democráticos y antiimperialistas como Fidel Castro. El fantasma de la revolución, pues, lleva consigo los pasos de Bolívar, San Martín, Artigas, etc.

Sabemos que Emiliano Zapata no era marxista sino el mejor domador de jinetes del Estado que se hizo el más puro de los líderes de la revolución mexicana. Sabemos que gran cantidad de movimientos populares no se autoproclaman marxistas; que Artigas y Bolívar (grandes inspiradores de nuestro pensamiento latinoamericano) no eran marxistas ni que las importantes reivindicaciones sociales de Evita no fueron tales por ser marxista. También sabemos que la historia del comunismo en nuestro suelo cultivó la obra de Marx como limitación iluminada de un pequeño dios esperando en el paraíso la llegada de su cuento eterno.

Rescatar el pensamiento de Bolívar, como así también de otros grandes revolucionarios de la América Criolla, significa adoptar una ideología política propia que, sin desvincularla de los rasgos científicos del marxismo, pueda desafiar la decadencia del imperialismo norteamericano desde la identidad que nos reúne como Nación. Cuando Bolívar enfrentaba al Imperio español y vislumbraba el futuro imperialismo norteamericano y su poder hegemónico sobre América Latina, se establecieron los principios ideológicos y políticos de nuestra liberación y las características propias de nuestra realidad desde un pensamiento propio.

Es imposible romper con las ataduras hegemónicas del imperialismo norteamericano sin la formación de un bloque regional que exceda las utilidades económicas. Es necesario reformular y reacomodar los intentos de unificación latinoamericana que proyectaba Bolívar desde los tiempos de la independencia, en lo económico, en lo político, en lo social, en lo cultural, en lo ideológico.

LA UNIDAD LATINOAMERICANA: EN BUSCA DE LOS ORIGENES PERDIDOS.

La liberalización económica modificó la estructura económica y social con claros beneficiarios en la dominación del capital transnacional, hoy con dominio monopólico en el sector primario, secundario y terciario. De ahí que el relanzamiento de un proyecto de integración regional en América latina, especialmente en tiempos de crisis de la economía mundial, permita dificultar y fragmentar las políticas neoliberales hegemónicas del pasado. Orientar el decurso histórico de los países de la región bajo una perspectiva neodesarrollista, como la que pretenden ensayar Brasil y Argentina en el bloque hegemónico del MERCOSUR, o bajo el camino que propone la alianza cubana-venezolana en la integración que define la Alternativa Bolivariana para las Américas, ALBA, coinciden en la necesidad de aislarse de las estructuras imperialistas y sostener un modelo de acumulación propio que soporte las embestidas de la economía mundial en crisis, aunque desde diferentes perspectivas de desarrollo.

Por lo tanto, lo que está en discusión es que ambas perspectivas regionales articulan el proyecto de integración latinoamericana e intentan, con diferente convicción, no quedar subordinados al diseño político dictado desde Washington, más allá de algunas expectativas que genera el recambio presidencial en EEUU.

El proyecto norteamericano para la construcción y fortalecimiento de un nuevo paradigma de dominación ante los evidentes cambios estructurales de la economía mundial, el ALCA, quedó bloqueado por la cantidad de países disidentes, algo que no pasaba desde hacía largo tiempo en América Latina cuando el gobierno de los Estados Unidos diseñaba sus políticas económicas en la región. El ALCA no es más un proyecto de dominación del imperialismo norteamericano iniciado en el siglo XIX. Claro que su fracaso no significó el derrumbe del programa hegemónico, pues los convenios bilaterales con los paraísos neoliberales de algunos países, permitió el impulso de una ofensiva del imperialismo que no sólo se traduciría en lo económico sino también en las alianzas políticas para el derrocamiento de gobiernos populares o, sencillamente, opuestos a la liberalización del mercado. Pero fundamentalmente, estos convenios bilaterales (convenios económicos, políticos, militares) y el financiamiento a sectores dominantes en el interior de los países antagonistas al gobierno de Estados Unidos y sus políticas hegemónicas, determinaría la estrategia histórica desplegada por el imperio del norte en América Latina: el bloqueo de la integración sudamericana, la balcanización entre los países hermanos como así también en el interior de los mismos en cuanto las estructuras económicas así lo impongan, y el crimen contra los gobiernos populares de la región, sin importar el método genocida que se practique. En definitiva, algo que padeció y combatió el propio Bolívar.

Claro que significa una ofensiva importante de Estados Unidos, es decir, una nueva práctica de dominación que atenta contra las soberanías nacionales, pero más aún expresa la dificultad que enfrenta el imperialismo en América Latina.

Pero el perfil de la integración regional no sólo está condicionado por las alianzas políticas o las opciones y cambios macroeconómicos a nivel mundial, sino también por el ritmo de las luchas sociales en algunos países. Cuestión esta que define las nuevas alianzas políticas en torno al MERCUSUR o el ALBA. La discusión sobre el ALCA, el MERCOSUR y el ALBA no es un debate referido exclusivamente a programas de integración, sino que incluye también propuestas diferentes de sociedad futura. La primera opción apunta a relanzar el neoliberalismo, la segunda pretende ensayar un esquema más regulado del capitalismo regional, y la tercera podría enlazarse con un proyecto socialista.

Si es verdad que América Latina, pese a sus grandes diferencias, está entrando en una nueva etapa independentista es necesario que sea bajo la unidad latinoamericana, en tanto única vía que tienen nuestros pueblos de defender sus emancipaciones nacionales frente al poder arrollador del imperialismo norteamericano. Para ello, existen en nuestros países una identidad común que expresa la necesidad de luchar contra el imperialismo para liberarse de las cadenas dependientes del capitalismo y poder ejercer un auténtico desarrollo conjunto en base a la integración de nuestros pueblos. Esa identidad común, esa integración de la unidad latinoamericana, esa búsqueda de independencia permanente, es imposible pues sin la recuperación de nuestro pasado histórico inscripta en los comienzos de nuestra independencia, es imposible sin la conjunción de la práctica bolivariana, los movimientos nacionales y el socialismo latinoamericano originados por los grandes luchadores de la Patria Grande, de los cuales Bolívar ofrece el argumento más acabado por la lucha latinoamericana, como el mismo lo dijera: “La Unidad de nuestros pueblos no es simple quimera de los hombres, sino el inexorable decreto del destino”.

Por Diego Tagarelli.

Argentina


BREVE BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA


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Simón Bolívar: “Discurso ante el Congreso de Angostura”

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Claudio Katz: El rediseño de América Latina”



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