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SANTA CRUZ La ciudad que respira migración

Abdel Padilla Vargas

La Prensa.com.bo

    En el departamento cruceño, al menos cinco de diez personas son camba-collas, es decir que tienen orígenes en tierras altas. El Plan Tres Mil es el referente de la resistencia contra el Comité Cívico y los grupos de choque de la Unión Juvenil Cruceñista, también se lo reconoce como el bastión político del MAS. Su gente está organizada y desconoce a los gobiernos prefectural y municipal

Un año después, René Vargas guarda celosamente un CD con imágenes descolgadas de internet que todavía dan la vuelta al mundo. Con este video, el ex minero de Catavi y ahora guardia de seguridad de 57 años espera algún día convencer a un juez sobre la injusticia cometida contra él la tarde de ese lunes 10 de diciembre de 2007, cuando un grupo de jóvenes en Santa Cruz de la Sierra, supuestamente miembros de la Unión Juvenil Cruceñista, lo golpearon innumerables veces en el centro de esa ciudad enfrente de los transeúntes y de las cámaras y periodistas de algunos canales de televisión.

Y es que, un año después, Vargas aún no ha logrado, “por falta de plata”, iniciar por cuenta propia un proceso judicial en contra de quienes lo golpearon y consumaron uno de los hechos que quedará registrado en la historia reciente del país como un vivo ejemplo de intolerancia y racismo, sentimientos exacerbados durante los últimos años.

A pesar del tiempo, don René rememora la golpiza como si apenas hubiera sucedido; quizás se lo recuerdan las secuelas que aún dice tener: “Aunque mi cuerpo siempre fue duro, todavía me sale sangre cuando entro al baño”. A él, que esa tarde vestía una camisa azul, se lo acusó de masista y de tomar fotografías a los huelguistas autonomistas en la plaza central, lo que sus agresores no pudieron demostrar ni antes ni después de golpearlo.

A pesar de la afrenta y haber sido aludida su condición de colla y tez morena, Vargas cuenta que no está resentido con sus “hermanos cambas”, la gente que lo acogió hace algo más de 20 años, cuando decidió emigrar de Catavi, en Oruro, luego de haber perdido su trabajo por efecto del despido masivo de mineros durante el llamado proceso de relocalización a mediados de la década de 1980.

De sus manos, como de otras tantas familias mineras, cayó la semilla de la que germinó el popular Barrio Minero, en la ciudadela del Plan Tres Mil (al sureste de la ciudad), donde hoy vive en una de las más de 300 viviendas, la mayoría aún pobladas por inmigrantes del occidente. No es gratuito, por tanto, que las calles y avenidas de esta zona reciban nombres como Juan Lechín Oquendo, Siglo XX o Copacabana.

Pero don René no fue un minero más. Asumió la dirigencia en varias oportunidades, hizo huelgas de hambre “a conciencia” —”sólo a plan de coca, cigarro y agua, lo que ya no se ve”— en compañía del ex líder minero Filemón Escóbar. Ambos —afirma— lideraron la histórica “Marcha por la vida” de 1985, que cerró un ciclo en la lucha sindical minera.

    “Actualmente muchos acá, en Santa Cruz, dicen ser defensores de la democracia. Creo que en el fondo no saben qué es eso, tendrían que haber aprendido de gente como la compañera Domitila Chungara y de nosotros mismos que luchamos por salarios justos cuando ganábamos dos bolivianos con 80 centavos por día. Nadie puede negar que fuimos la vanguardia de las luchas mineras contra los regímenes dictatoriales”.

Tres años después, en 1988, a sugerencia de otros de sus camaradas, Vargas se instaló en Santa Cruz, donde comenzó una nueva vida. Los primeros meses no fueron nada fáciles. A las elevadas temperaturas, a las que le costó acostumbrarse, se sumaron las condiciones precarias de las viviendas de la zona, construidas por medio de un proyecto del Fondo Nacional de Vivienda Social (Fonvis). “No faltó la gene mala”, recuerda en alusión a la oposición de algunos de sus nuevos vecinos. “Tuvimos problemas con dos logias, una de ellas Los Toborochis, que nos discriminaron tratándonos de piojosos”.

“La ciudad de Santa Cruz entonces apenas llegaba al segundo anillo. Me creerá que las menudencias de las vacas y las patas no se consumían. Fue gracias a nosotros que llegaron a conocer el caldo y la gelatina de pata. A los únicos que esos años vi trabajando fue a los japoneses y a los collas, claro que unos con máquinas y otros con arado”.

Al conformarse el barrio, el entonces presidente de la nación, Víctor Paz Estenssoro, obligó a los dirigentes vecinales a incluir en las planimetrías a una familia cruceña por cada manzano. “Les dimos a los cambas todo el manzano 25 y con eso solucionamos el problema, hoy son tan amigos nuestros como cualquier otro vecino”. A pesar de ser un barrio más de la ciudad, el ex dirigente minero lamenta haber sido echado al olvido por el gobierno municipal. “No tenemos obras ni proyectos. Fuimos nosotros quienes construimos el tanque de agua al igual que la escuela”.

Posteriormente, muchos de los vecinos, la mayoría ex mineros, se dedicaron al comercio informal, otros a la agricultura y algunos emigraron a España. “Nuestros hijos ahora son dirigentes vecinales, pero ya no hablan quechua, no tocan ningún instrumento y ya no les gusta la cueca; hay lamentablemente una ruptura”, dice Vargas, quien en su estadía perdió a tres de sus ocho hijos.

Actualmente, el ex minero trabaja en una organización no gubernamental, en la población de Yapacaní, donde desde hace 14 años desempeña funciones en el área de seguridad. De los viejos tiempos sólo guarda buenos recuerdos plasmados en unas fotos que exhibe a cuanto paisano se asoma por casa. Al futuro se refiere con un aire de optimismo. A los cruceños —a la mayoría— les tiene estima, respeto y agradecimiento, menos a los que rechazan su origen y odian a los collas o hasta los mismos camba-collas.

Los unos y los otros

Historias como las de René Vargas se multiplican por miles en Santa Cruz. Las hay en los barrios alejados como en el propio centro cruceño y en las ciudades cercanas, como Montero y Warnes. Historias de inmigrantes —paceños, cochabambinos, potosinos…—, sin los cuales, empero, no es posible entender el caminar contemporáneo de la región.

Según datos del Censo de Población y Vivienda del año 2001, alrededor del 15 por ciento de la población boliviana, comparable en ese entonces a 1,2 millones de personas, cambió de residencia. Fue Santa Cruz el departamento que recibió la mayor cantidad de emigrantes, con un 40 por ciento. Sobre la base de estos cálculos, 250.000 inmigrantes andinos se asentaron en la ciudad que para ese año bordeaba los 1,1 millones de habitantes. Actualmente se estima que sólo los residentes paceños suman 200.000.

Son muchas las razones por las que miles de bolivianos han decido asentarse de manera temporal o definitiva en estas tierras. El principal, sin duda, es el económico. No por nada la región concentra el 30 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) nacional, con uno de los crecimientos poblacionales más acelerados del país, al grado de sumar el 30 por ciento de la población urbana nacional, según destaca el estudio Desafiar el mito camba-colla, interculturalidad, poder y resistencia en el oriente boliviano, de las investigadoras Claudia Peña y Alejandra Boschetti, editado por la fundación Unir Bolivia.

Pero esta realidad, que se invisibiliza en la dimensión macroeconómica, palpita con fuerza en las calles y hasta se puede ver desde el cielo y el mismo espacio, como lo atestigua el propio alcalde Percy Fernández: “He mirado unas fotos satelitales que muestran un mapa de la construcción de casitas en el lado sur de la ciudad”, comentó en declaraciones al periodista de El Deber Roberto Navia. “Quizá sin proponérselo, los que llegaron de otras tierras pasaron a alimentar la lógica universal de que la periferia debe estar parqueada en el sur”, concluye por su parte Navia.

Y es que los inmigrantes de estas tierras han sido asociados y hasta estigmatizados, como por otro lado sucede en las grandes capitales del mundo, con lo periférico, la pobreza y el comercio informal.

En el caso de Santa Cruz, ciudad donde la incidencia de pobreza alcanza a un 24 por ciento de la población, los datos confirman esta percepción: la urbe crece, aunque no siempre de manera equitativa, menos si se trata de la distribución de bienes y servicios, por otro lado seis de los 12 distritos ubicados en las zonas Este y Sur de la ciudad tienen niveles de pobreza superiores al 50 por ciento, se concluye en el estudio Pobreza urbana, de la Fundación Participación Ciudadana y Alivio a la Pobreza, citado por Navia.

    “A pesar de que la ciudad de Santa Cruz ostenta el mayor índice de desarrollo humano de Bolivia y es el municipio donde se aglutinan capitales e inversiones, elevando las tasas de migración, presenta también un alto nivel de concentración de los ingresos… Este fenómeno nos lleva a considerar la presencia en Santa Cruz de una ‘burguesía chola’. Si bien los acuerdos comerciales entre empresarios de oriente y occidente se dan desde tiempo atrás, el contexto histórico ha propiciado un mayor desarrollo de los mismos”, mencionan Peña y Boschetti.

Los unos con los otros

“¿Un cholo burgués en Santa Cruz?, será pues un camba-colla rico”, deduce Carlos “a secas”, comerciante callejero de la popular feria Barrio Lindo, en el barrio del mismo nombre. Él es cochabambino y radica en Santa Cruz 25 de sus 45 años. Ahora se dedica a la venta de lencería, que —según dice— es uno de los productos que “por aquí salen (se venden) muy bien”.

Don Carlos es uno de los tantos vecinos inmigrantes agradecidos por las oportunidades brindadas. En estas tierras ha extendido sus raíces: se ha casado con una cruceña, tiene una casa camino a Montero y dos hijos varones nacidos en Santa Cruz, “uno más blanquito que el otro”, aclara, para explicar que si bien “esta tierra es muy noble y la gente buena y acogedora”, no es lo mismo ser camba y colla, como tampoco es lo mismo ser camba que camba-colla.

En términos simples, el camba-colla es el hijo de inmigrante o inmigrantes occidentales nacido en Santa Cruz. Como es un término compuesto, para entenderlo hay que fragmentarlo. Lo colla no es complicado de entender: es el inmigrante occidental. Lo camba, en cambio, es más complejo, ya que como refieren Peña y Boschetti el término ha sido “resemantizado”, es decir, ha recibido muchas significaciones en el transcurso de los tiempos.

Si bien, como dicen Peña y Boschetti, “hoy los cruceños se llaman a sí mismos ‘cambas’”, anteriormente se empleaba la expresión como sinónimo de “amigo”, “negro” o “campesino”.

“Actualmente la palabra camba designa en general a los habitantes del Oriente boliviano para diferenciarlos del colla, aunque se sigue discutiendo quién es camba y quién no: si son los descendientes de los conquistadores y colonizadores de la región oriental que conservan las características raciales blancas; si los mestizos nacidos en Santa Cruz o si se incluye como cambas a los inmigrantes (internos y externos) que adopten las costumbres orientales. De todos modos, en términos generales, camba y colla son términos geográficos y culturales aplicados a las personas provenientes del Oriente (camba) y del Occidente (colla, habitante del Collasuyo o del Collao, señorío aymara preincaico ubicado a orillas del lago Titicaca) de Bolivia…”.

Como fuere, como aclaran Peña y Boschetti, lo camba-colla siempre tuvo “una connotación despectiva y de indudable contenido clasista”, lo que todavía, aunque con mucho menos fuerza, persiste.

Y persiste porque simplemente en Santa Cruz al menos cinco de diez personas son camba-collas. Uno de los primeros estudios que destapó esta realidad data de la década de 1980, cuando el sociólogo y analista José Mirtembaun determinó, en un trabajo para el Instituto Nacional de Estadística (INE), que entre el 60 y 65 por ciento de los cruceños tenía sus orígenes en tierras altas.

Desde luego, el flujo migratorio a esta parte del país no es reciente. Es un largo proceso que tiene su propia historia y ciclos. Tuvo un fuerte impulso en la década de 1950 del siglo pasado y se profundizó luego del colapso del precio del estaño, a mediados de la década de 1980, y el consiguiente autoexilio de centenares de trabajadores, especialmente mineros, desde el altiplano a los valles y llanos, recuerda el sociólogo.

Producto de la primera ola migratoria, atraída entre otras cosas por el crecimiento de la ciudad y la frontera agrícola de la región, las décadas de 1960 y 1970 fue el momento en que más inmigrantes recibió Santa Cruz, afirman Peña y Boschetti, y añaden: “Otra coyuntura favorable a la inmigración se dio en los años 90, cuando se expandió por tercera vez la frontera agrícola, gracias al auge de la producción de oleaginosas”.

Fue en este periodo, un poco antes en realidad, cuando llegaron a estas tierras centenares de inmigrantes collas para trabajar las tierras cruceñas con superficies pequeñas para los productores locales pero inmensas para los ojos occidentales.

“Si viviéramos en el altiplano, seríamos latifundistas”, afirma Demetrio Pérez, agricultor cruceño nacido en Potosí y actual vicepresidente de la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (Anapo), quien en sus más de 350 hectáreas produce soya, trigo, maíz y recientemente chía, un grano bastante nutritivo aunque aún poco conocido en el medio.

Don Demetrio no es lo que se llame un lunar en el oriente, al contrario, gran parte de los pequeños y medianos productores son inmigrantes y, en algunos casos, se han convertido en la llamada “burguesía chola camba”, aportando al desarrollo de estas tierras tanto o más que los productores oriundos.

La misma historia comparten Faustino Castillo, productor zafrero nacido en el cantón Lanza, provincia Inquisivi de La Paz, quien emigró a sus 21 años. Francisco Dorado, oriundo de la provincia potosina de Nor Chichas, actualmente tiene a su cargo a 12 zafreros. Y Germán Montaño, cruceño pero hijo de una segunda generación de gente inmigrante de Cochabamba. “Nosotros ya no nos consideramos indígenas ni campesinos, pero veo que ellos ahora tienen más beneficios. Nosotros ya somos mestizos, hemos mejorado…”, sentencia el joven empresario zafrero en declaraciones al diario La Razón.

Todos ellos, productores, inmigrantes, collas y a la vez tan identificados con lo camba. Ejemplo vivo de la actual sociedad cruceña: madre y hogar de cambas, collas y cambas-collas.

El Plan Tres Mil, la “ciudad de los paisanos”

Si no fuera por los más de 30 grados centígrados que aprietan el cuerpo, el visitante que deambula por primera vez por las venas del Plan Tres Mil, en Santa Cruz, creería estar en alguna ciudad del occidente del país. Polleras y aguayos revoloteando por los mercados y rostros con rasgos andinos de personas arrastrando a su paso la S son una constante en cada recoveco de esta zona cruceña.

En los años recientes, el Plan Tres Mil, oficialmente llamado ciudadela Andrés Ibáñez, se ha consolidado como el refugio de los inmigrantes de escasos recursos que llegan a la capital oriental en busca de mejores días.

En menos de 20 años, esta ciudadela, considerada como el bastión del Movimiento Al Socialismo (MAS) dentro de Santa Cruz de la Sierra, pasó de tener tres mil habitantes a contar ahora con más de 250.000. Ya el Censo de 2001 adelantaba la existencia de 148.704 habitantes, la mayoría inmigrantes de Potosí, La Paz, Oruro y Cochabamba que se habían establecido allí con sus familias o que conformaron en estas tierras un núcleo familiar.

El crecimiento exponencial de la ciudadela y la falta de atención del gobierno municipal han movilizado a sus líderes a gestionar ante el Gobierno para que el Distrito 8 se consolide como un municipio, es decir, la quinta sección municipal de la provincia Andrés Ibáñez. “Actualmente tenemos 104 barrios, pero cada semana aparece un nuevo asentamiento ilegal. Éste es un coloso que crece y crece de la mano de la gente migrante, aunque lamentablemente ese crecimiento no está acompañado de una planificación edil, es ciertamente desordenado”, lamenta el comunicador social y abogado Rosendo Melgar Justiniano, dirigente de esta populosa zona.

Las palabras de Melgar toman cuerpo al visitar la periferia de este coloso. Barrios como Villa El Paraíso —donde se encuentra el vertedero de la ciudad— o Cordillera han nacido bajo el impulso de los nuevos inmigrantes que se han instalado en los márgenes de la ciudadela. Allí se alzan casas fabricadas precariamente con venesta, hule, lata y otros materiales en desuso. El agua en estas áreas es un elemento de lujo que obliga a las personas a perforar pozos para extraer el líquido. En Villa El Paraíso los habitantes utilizan pozos ciegos como letrinas y sólo cuentan con una unidad escolar, donde cada maestro atiende a más de 60 niños.

La mayoría de los menores de edad que habitan el Plan Tres Mil nacieron en estas tierras, por lo que son llamados camba-collas. Su acento ha perdido la tradicional S de occidente, pero sus raíces andinas perviven en el seno del hogar y en sus innegables facciones.

Nacida de la desgracia

Con todo, la historia de la ciudadela Andrés Ibáñez siempre estuvo ligada a la migración. Ubicada en la periferia, fuera de los anillos de Santa Cruz y a unos 30 minutos del centro de la ciudad, su origen fue marcado por un trágico acontecimiento.

Corría el año 1981 y el desborde del río Piraí causó la inundación de la zona 1 de Noviembre. Allí habitaban familias inmigrantes, cuyas viviendas fueron destruidas por la riada. Entonces, el municipio cruceño lanzó el Plan Tres Mil, un ambicioso proyecto que reubicó a los aproximadamente tres millares de afectados por aquel desastre natural.

“Aún quedan algunas de las precarias casas que se construyeron entonces en un área de 50 hectáreas. Desde esa época el Plan no ha dejado de crecer. La razón de este crecimiento se asienta en que Santa Cruz ya no puede expandirse a ningún lado más que hacia el Plan Tres Mil. Al este, por ejemplo, está el río Piraí. Y al oeste se halla El Trompillo, donde ya no pueden levantarse nuevos asentamientos humanos”, explica David Salazar Vedia, presidente de la Unión de Juntas Vecinales de la ciudadela.

El dirigente vecinal, quien en un cabildo fue elegido el 24 de septiembre alcalde de la ciudadela, recuerda que la ciudadela Andrés Ibáñez anida la mano de obra que da vida a la pujante ciudad de Santa Cruz. “El Plan Tres Mil es, en realidad, un campamento-dormitorio. Sus habitantes sólo vienen a dormir ya que en el día trabajan en las fábricas, el parque industrial y en el comercio dentro de los anillos”. Entretanto, gran parte de las mujeres realiza labores domésticas en las viviendas de los condominios ubicados en la residencial avenida Banzer o la zona de Equipetrol.

De paisanos y anillos

La polarización política que vive el país ha afectado también la relación entre la administración municipal y prefectural cruceña y la dirigencia vecinal de la ciudadela.

Considerado como el bastión masista en Santa Cruz, el Plan Tres Mil, sus actuales dirigentes en realidad, está decidido a cortar los lazos con estas instituciones departamentales y a trabajar de forma directa con el gobierno del presidente Evo Morales.

El primer paso hacia el autogobierno será la consolidación del proyecto de creación del nuevo municipio Ciudadela Igualitaria Andrés Ibáñez. Los dirigentes aseguran que se materializará en 2009.

    “Ahora existe discriminación de parte de la Alcaldía y de la Prefectura (de Santa Cruz) hacia el Plan Tres Mil, porque la consideran el bastión del Movimiento Al Socialismo. Eso no es así. Aquí la gran mayoría apoya el proceso de cambio, no al MAS. Las autoridades no hacen obras aquí, no tenemos ni alcantarillado”, se queja David Salazar.

La tirante relación que existe entre la ciudadela y las autoridades municipales y prefecturales del departamento inició después de las elecciones generales en que fue elegido el presidente Morales.

Desde el Plan Tres Mil se impulsó la campaña departamental en contra del referéndum cruceño sobre el Estatuto Autonómico y la renovación del mandato del actual prefecto Rubén Costas.

La polarización entre los habitantes de la capital cruceña y del Plan Tres Mil se hace evidente en las calles cruceñas donde se conoce a la ciudadela Andrés Ibáñez como “la ciudad de los paisanos” (inmigrantes collas). Desde la periferia, entretanto, se marca la frontera con los habitantes de la capital cruceña a la que se llama “la ciudad de los anillos”.

La conflictividad política, según los dirigentes del Plan Tres Mil, repercutió en la falta de obras municipales y prefecturales en la ciudadela. “Por eso, desde hace tiempo que no trabajamos con el municipio, sino directamente con el Gobierno a través del programa ‘Bolivia cambia, Evo cumple’. Recién hemos inaugurado los trabajos de un coliseo, pero la Alcaldía paralizó la obra”, señaló Salazar. Así, con el financiamiento del Gobierno, se proyecta la construcción de hospitales, un módulo policial, viviendas sociales, una zona franca industrial y hasta un aeropuerto. En los hechos, el Plan Tres Mil se encuentra fuera de la “ciudad de los anillos”, al igual que otras zonas deprimidas, como Pampa de la Isla y la Villa primero de Mayo.

Defensores Igualitarios

El Plan Tres Mil se ha convertido en un símbolo tanto para los dirigentes cívicos cruceños como para los grupos orientales afines a la administración del presidente Morales. Durante las tomas de instituciones públicas en la capital oriental, impulsadas en septiembre del año pasado por los autonomistas, por ejemplo, los jóvenes de la Unión Juvenil Cruceñista (UJC) se pusieron como objetivo hollar el centro del Plan Tres Mil.

“Vamos a quemar el mercado, vamos a sacar a los collas y vamos a retomar nuestra tierra”, era el grito de los jovenzuelos, que en más de una oportunidad intentaron —cobijados por la noche y apoyados logísticamente por la dirigencia cívica cruceña con petardos y alimentación— irrumpir en la llamada rotonda, centro neurálgico de la ciudadela.

Ante ello, los grupos afines al MAS se organizaron en la ciudadela, se instalaron en la rotonda y resistieron la toma de las turbas autonomistas. Entonces la defensa del Plan Tres Mil estuvo en manos de grupos de adolescentes y jóvenes. Aunque lo niegan, se sabe que algunos de estos grupos cuentan con el apoyo de movimientos sociales del Movimiento Al Socialismo.

El grupo mejor organizado es el denominado Igualitarios, conformado por cerca de medio millar de miembros.

Armados de palos, hondas y piedras y protegidos por escudos elaborados con venesta, los “igualitarios” fueron protagonistas de las violentas jornadas que se vivieron en septiembre en Santa Cruz. Entre sus acciones dentro del Plan Tres Mil se hallan los violentos ataques a la Subalcaldía de la ciudadela, a una oficina de la empresa telefónica Cotas, al domicilio de un líder de la UJC y a las instalaciones de una radio.

La Juventud Igualitaria del Plan Tres Mil se fundó hace cinco años. Sus miembros, desde los 15 años, reciben instrucción militar por parte de los reservistas que forman parte de esta organización. Además cuentan con un sistema de inteligencia que vigila la ciudadela.

    “Nuestro objetivo es resguardar y defender a nuestros compañeros del Plan Tres Mil. Estamos presentes en todos los barrios, a través de nuestros representantes. Cuando estamos en lucha, llegan de todo lado. Muchos somos reservistas del cuartel y utilizamos esa instrucción con los jóvenes. No le digo el lugar, pero tenemos nuestro espacio de entrenamiento y de capacitación en áreas como la nueva Constitución”, explica Milton, actual vicepresidente de los “igualitarios”.

En Santa Cruz existen unas diez organizaciones como los “igualitarios”. Entre ellas están las denominadas Luis Espinal, Unión Juvenil Popular, Marcelo Quiroga, Cañoto y la Avanzada Che Guevarista.

Sus componentes son inmigrantes o hijos de inmigrantes, ciudadanos cruceños al fin y al cabo, que cargan sobre sus espaldas el estigma aún de ser el “otro”, aún rechazados pero cada vez más conscientes de ser igual que cualquiera forjadores de una misma tierra mestiza, de cambas, pero también de cambas-collas.



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