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Ecuador: Alianza País o la reinvención de la derecha

Pablo Dávalos*

Alai-Amlatina

Alianza País aparece con un discurso de izquierda, y, al mismo tiempo, con prácticas gubernamentales que ratifican la hipótesis de que en realidad se trata de una continuidad del neoliberalismo

En estos últimos años, desde su conformación como movimiento político a fines de 2005, hasta su contundente triunfo electoral para la Asamblea Nacional Constituyente en septiembre de 2007, y luego de los procesos de la Asamblea Constituyente y su referéndum validatorio, y su importante posicionamiento electoral en las elecciones generales de 2009, el partido político Alianza País, y su líder Rafael Correa, se han constituido en uno de los fenómenos políticos más importantes, complejos y paradójicos de la historia política contemporánea del Ecuador.

En este tiempo este movimiento liquidó, al parecer de manera definitiva, al sistema político creado en la transición a la democracia de 1979; definió e impuso una agenda política, por vez primera desde 1982, aparentemente alejada de las coordenadas del neoliberalismo en su versión más clásica del ajuste macrofiscal y las prioridades de los mercados y el sector privado como reguladores sociales; se inspiró en un discurso político que se había creído desgastado: aquel del socialismo, del estatismo y de la planificación pública, como palancas políticas para promocionarse y posicionarse con sorprendentes resultados electorales. En fin, Alianza País, aparece como un interesante fenómeno político al cual es fundamental diseccionar analíticamente para comprender las posibilidades que asumiría la política en los escenarios del pos neoliberalismo.

La llegada de Alianza País al gobierno no significa solamente un recambio en el poder, sino una importante transformación del sistema político que implica prácticamente la desaparición de los partidos políticos con los cuales el Ecuador retornó a la democracia en 1979. Partidos políticos como el Partido Social Cristiano (PSC), Izquierda Democrática (ID), Democracia Popular-Democracia Cristiana (DP), Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE), que se alternaron en el poder durante el periodo democrático contemporáneo, ahora casi han desparecido del escenario político.

Por consiguiente, cabe preguntarse: ¿en virtud de qué artilugio Alianza País pudo cambiar las coordenadas políticas de manera tan radical? Sin embargo, es una pregunta capciosa porque le otorga a Alianza País, poderes taumatúrgicos de los que carece. Si Alianza País pudo liquidar los vestigios del sistema político, fue porque las circunstancias lo permitieron. El mérito de este movimiento político es haber comprendido de manera correcta ese momento político y actuar en consonancia con ello.

En un ambiente político en el que se había cerrado el horizonte de crítica social al neoliberalismo, Alianza País aparece con un discurso de izquierda, y, al mismo tiempo, con prácticas gubernamentales que ratifican la hipótesis de que en realidad se trata de una continuidad del neoliberalismo pero bajo otras formas, lo que abre aun más interrogantes sobre su práctica política y sobre los contenidos de su discurso. De hecho, sus principales cuadros políticos no tienen coherencias programáticas con el discurso de izquierda o el socialismo, en cualquiera de sus vertientes. Mientras algunos de ellos hablaron en algún momento de un proyecto político hecho para “propietarios y productores”, al interior de una matriz que recuerda a la intervención para el desarrollo hecha en los tiempos neoliberales, otros provienen directamente de aquello que Alianza País ha denominado como “partidocracia”, y se inscriben abiertamente en tesis de la derecha como: descentralización, autonomías, competitividad, privatización, etc.

No es, entonces, un movimiento homogéneo; en otras palabras, no es un partido ideológico. Quizá esa sea su virtud o su defecto, pero en todo caso no radican allí las razones por las cuales Alianza País ha podido convertirse en un fenómeno político tan importante que ha suscitado enormes adhesiones sociales a nivel electoral, y gracias a ellas ha podido liquidar los vestigios del sistema político.

Sus primeros años en la gestión gubernamental estuvieron caracterizados por un ambiente de confrontación con los medios de comunicación, con los bancos, con los partidos políticos tradicionales, y con una agenda de políticas públicas populista y clientelar que se aleja mucho de las propuestas programáticas de un socialismo que requiere de una compleja articulación estratégica entre diferentes sectores sociales y productivos; de hecho, su agenda de planificación recuerda más las matrices de metas y objetivos de las agencias de cooperación al desarrollo, que un ejercicio de práctica gubernamental coherentemente estructurada, planificada y consensuada.

De todas las medidas de políticas públicas, su adhesión a las políticas extractivas, su pésima negociación en contratos petroleros o de telecomunicaciones, su gasto gubernamental sin incidencias reales en la estructura económica, su política clientelar y populista de focalización de subsidios, sus ambiguas y contradictorias declaraciones con respecto a la deuda externa, su posición de salvataje bancario con recursos de la seguridad social, su compromiso en desmantelar los derechos laborales, entre otras, dan cuenta de que al menos en lo que hace referencia al ejercicio real de gobierno, no existe nada en la política económica o social del régimen a la cual haya que adscribir una agenda mínimamente radical de izquierda.

Entonces, la práctica gubernamental no se ha caracterizado por ser “revolucionaria”, o radicalmente diferente a otras prácticas políticas, de tal modo que se convierta en un movilizador de masas. Hay que recordar que la utilización de las políticas públicas para neutralizar y metabolizar las resistencias sociales fue creada desde el mismo Banco Mundial, y que Alianza País una vez en el gobierno no ha roto con ellas, más bien las ha continuado y ampliado a través de diferentes programas gubernamentales. Por tanto, no es en el ejercicio de su práctica gubernamental en donde pueden encontrarse las razones que expliquen a Alianza País como un fenómeno político con características propias y determinantes a la hora de liquidar al sistema político y su tradicional régimen de partidos. La utilización estratégica del gasto público quizá puede consolidar sus posiciones electorales, pero no explican el alcance del momento político de transición que ha abierto esta agrupación.

Podría pensarse, desde una visión más weberiana y funcionalista, que el carisma de su principal líder constituye un argumento decisivo a la hora de comprender a Alianza País, pero hay que recordar que Ecuador ha tenido en estos últimos tiempos líderes bastante carismáticos, para los cuales ganar una elección no era un asunto muy complicado; por ejemplo, está el caso de Abdalá Bucaram, quizá uno de los liderazgos políticos más carismáticos de la era neoliberal. Pero ese carisma no es una garantía ni siquiera de estabilidad cuando las circunstancias políticas son adversas. Abdalá Bucaram, apenas estuvo siete meses en la Presidencia de la República. Entonces, con toda la importancia que puede tener el liderazgo carismático, no explica por sí solo el momento de profundos cambios políticos suscitados desde Alianza País. Si las circunstancias se vuelven adversas para Alianza País, es muy probable que el liderazgo carismático se revele impotente para conjurarlas.

Puede intentarse la explicación de que los errores de los demás determinan las virtudes propias, y que la derecha política al no querer asumir liderazgos y agendas nacionales, optó por recluirse en sus reductos locales, y dejó un importante espacio que fue aprovechado por Alianza País. Empero, esta explicación debe responder a la cuestión del porqué la derecha se refugió en sus cuarteles de invierno, y qué clase de derecha es la que terminó refugiándose en sus reductos.

Si Alianza País ha podido cambiar de forma tan radical al sistema político ecuatoriano, y refundar la política por vez primera desde el retorno a la democracia, es porque expresa un proceso de sedimentación política, económica, institucional, jurídica y social producida por el agotamiento de las políticas de ajuste macrofiscal y reforma estructural del FMI y del Banco Mundial, que se vivieron desde inicios de la década de los ochenta, y en el cual todos los entramados institucionales, jurídicos, políticos, sociales e incluso simbólicos que permitieron la validez y vigencia de aquello que puede denominarse como modelo neoliberal se han desgastado de manera importante, generando distancias insalvables con casi todos los sectores sociales que habrían podido otorgarle alguna viabilidad; vale decir, Alianza País es la apuesta de diversos sectores de la sociedad ecuatoriana por salir de alguna manera del modelo neoliberal.

Si la sociedad ecuatoriana sostiene y apoya a Alianza País es porque este partido, aparentemente, fue coherente con esa necesidad de cambio de modelo económico y social. Aquello que le da sustento, coherencia, racionalidad y proyección a Alianza País, no es su estructura, su discurso o su plan de acción, sino su supuesto compromiso por salir de una variante del modelo neoliberal. De hecho, hay que recordar que diversos sectores de la sociedad ecuatoriana apostaron ya al discurso antisistema, antipolítico y antineoliberal de Lucio Gutiérrez, y que éste una vez en el poder traicionó a sus aliados y cambió drásticamente de discurso suscribiendo de manera incondicional las prescripciones del neoliberalismo, lo que a la postre determinó su caída del gobierno.

Una serie de coincidencias históricas hacen que los sectores más variopintos converjan hacia la necesidad del cambio del modelo neoliberal, al menos en las versiones en las que fue aplicado efectivamente en el Ecuador durante las últimas dos décadas. Están las clases medias, que fueron en un momento los operadores socialmente validados de la reforma neoliberal pero que ahora resienten de él, están también los movimientos indígenas, los trabajadores, los campesinos, las elites emergentes, como por ejemplo los floricultores, los receptores de las remesas de los migrantes, los desempleados, los jubilados, los jóvenes, etc. Una coincidencia tan amplia de sectores llama la atención sobre las características del proceso, pero un análisis más pormenorizado da cuenta de que, efectivamente, el modelo neoliberal, al menos en su formato más tradicional de ajuste macrofiscal y reforma estructural, tiene, con la excepción de las oligarquías tradicionales, varios medios de comunicación y el capital financiero, escasas adhesiones sociales y políticas en el Ecuador.

El mérito y la fuerza de convocatoria y movilización de Alianza País, está en su capacidad de lectura del momento histórico. Está en su mimetización con ese afán de la sociedad que busca una puerta o una ventana en la larga noche neoliberal. Mientras Alianza País sintonice con esa necesidad, independientemente de las divergencias de sus cuadros políticos, de las incoherencias de la política gubernamental, de los abusos del liderazgo carismático de su líder, tendrá el apoyo de estos sectores. Se le perdonará todo, menos que traicione esa necesidad de cambio.

Ahora bien, entre las intenciones y los discursos media la realidad. Alianza País y su líder podrán criticar todo lo que quieran al neoliberalismo y a la derecha, pero luego de algún tiempo transcurrido en el gobierno, es lícito esbozar una hipótesis que trate de comprender a esta fuerza política, y que busque su interpretación no desde su interior, ni desde sus prácticas ni sus discursos legitimantes, sino fuera de ellos: vale decir, en lo que la teoría política denomina lucha de clases y en las variantes que asume la acumulación del capital en esta hora del capitalismo tardío. En ese sentido, y contrariamente a lo que se cree y se da por hecho, Alianza País en realidad no representa una salida al neoliberalismo, sino todo lo contrario: la puesta a punto de una renovación del modelo neoliberal, que se traduce en la necesidad de reprimarizar la economía llevándola hacia un modelo extractivista y productivista, metabolizando en la práctica institucional del Estado la energía de los movimientos sociales y criminalizando y persiguiendo aquellos que resistan esta metabolización. Alianza País es la forma por la cual la nueva derecha se reinventa a sí misma en un escenario de crisis y nuevos desafíos. Esta definición se trata casi de una evidencia y un tópico, al extremo que la misma CONAIE en su declaración del 2 de abril de 2009, ha manifestado que Alianza País nació en la derecha y forma parte de la derecha política del Ecuador.

Alianza País es la apuesta de las nuevas facciones de la burguesía, sobre todo aquellas vinculadas a la globalización del capital, por reformular los contenidos de la acumulación capitalista en el Ecuador hacia los polos de la minería en gran escala, la privatización territorial, los megaproyectos y los ejes multimodales (como aquellos de los megaproyectos IIRSA), la producción de agrocombustibles, la privatización de la renta petrolera, la mercantilización de la naturaleza por la vía de los servicios ambientales, la producción de transgénicos, entre otros. Un modelo que se sustenta en la privatización de los territorios, y en la cooptación política, la represión y la criminalización. Un modelo que se basa, en contrapunto con los tiempos iniciales del neoliberalismo, en un fortalecimiento del Estado. Un modelo que puede ser adscrito a las categorías de la acumulación por desposesión.

Empero, hay que matizar esta hipótesis inscribiéndola en su trama de conflictividades políticas. El fenómeno de Alianza País no se produce en el vacío sino en un contexto político en el que las coordenadas de la resistencia, la movilización y las propuestas emancipatorias se habían trasladado desde los obreros como sujetos históricos, hacia los denominados “nuevos movimientos sociales” y entre éstos, el movimiento indígena. La política ecuatoriana se había articulado de tal manera que desde la década de los noventa se inscribía, de una u otra forma, en una dialéctica de lucha de clases en las que en el un polo se había situado el movimiento indígena y su discurso emancipatorio del Estado Plurinacional. Gracias a esa capacidad de resistencia y movilización, y gracias también a la fuerza de su propuesta de plurinacionalidad del Estado que implicaba situar la lucha política en el horizonte de la descolonización de la política, el movimiento indígena se había convertido en el interlocutor más importante al interior del sistema político, y en la traba más significativa para el modelo neoliberal.

Ahora bien, y de acuerdo con la hipótesis propuesta que ve en Alianza País una reinvención de una nueva derecha que permite una transición hacia un modelo pos-neoliberal sustentado en la privatización territorial y de acumulación por desposesión, ésta sería difícil de implantarse mientras el movimiento indígena, y el conjunto de movimientos sociales, mantengan su poder de convocatoria y su capacidad de veto. Por ello es fundamental, entonces, deconstruir y desmantelar políticamente esas capacidades de resistencia de los movimientos sociales.

La explicación sobre Alianza País debe complementarse, por tanto, en el sentido de que Alianza País, y su proyecto político que se llama a sí mismo como “Revolución Ciudadana”, no solamente es la puesta a punto de una nueva modalidad del modelo pos-neoliberal, sino que representaría también un proceso político de carácter contrarrevolucionario cuyo objetivo político fundamental será aquel de cerrar el espacio de posibles históricos que se habían abierto gracias al movimiento indígena ecuatoriano. Como proceso contrarrevolucionario y pos-neoliberal, cierra los espacios políticos de la emancipación social y reduce los contenidos de la política a un liberalismo decimonónico retrotrayendo la historia política ecuatoriana en varias décadas. Esta contrarrevolución es fundamental para llevar adelante el proceso de acumulación capitalista por desposesión y forma parte de las nuevas derivas del sistema-mundo capitalista.

Sin embargo, hay un punto de fuga en esta interpretación del fenómeno político de Alianza País, cuya comprensión es fundamental, y hace referencia al enorme apoyo de los electores, de varios partidos de izquierda, de varios movimientos sociales, entre ellos una parte del movimiento indígena, de varios intelectuales vinculados con la izquierda ecuatoriana, y la percepción que se tiene en el ámbito internacional con respecto a Alianza País como una opción de izquierda y de cambio radical con respecto al modelo neoliberal, y que ven en este movimiento político una salida real y efectiva al neoliberalismo, al punto que lo ponen en la línea más radical de la recomposición política en América Latina.

Esto se complementa con la reacción de las élites del Ecuador que han hecho causa común en contra de Alianza País y de su líder, y en donde es evidente el rol que cumplen los medios de comunicación manejados por poderosos conglomerados empresariales y que se inscriben directamente en las coordenadas ideológicas de la derecha. Si la derecha ecuatoriana, casi al unísono, está en contra del proyecto de Alianza País, es lógico suponer que esta organización política de alguna manera representa una ruptura de los intereses de la derecha ecuatoriana situándose, por tanto, al otro extremo del abanico político, vale decir, en la izquierda.

Abundan en este sentido, las declaraciones y adscripciones hechas al discurso del socialismo por parte del Presidente de la República [1], la política pública pensada en otorgar mayor capacidad de acción al Estado y mayor control y regulación al sector privado, y una posición de recuperar la soberanía sobre todo ante los Estados Unidos, y que se ha expresado por la negativa recurrente a suscribir acuerdos de libre comercio con este país, y a la decisión de dar por terminado el convenio con EEUU para la operación de un puesto militar (FOL por sus siglas en inglés) en la Base de Manta, amén de la posición expresada ante la guerra civil de Colombia y que se ratifica en la negativa del gobierno ecuatoriano de declarar a las fuerzas irregulares de Colombia como terroristas.

Todas estas señales, aparentemente, invalidarían los supuestos de la interpretación propuesta porque muestran a un gobierno que efectivamente se mueve en el espacio político de la izquierda, que apela a la retórica de la izquierda y el socialismo, y cuyos actos de gobierno obedecen al pragmatismo que impone la política y por la cual no se puede sacrificar lo posible en función del purismo ideológico. Alianza País, según esta visión, se mueve dentro de los escasos márgenes que deja la real politik pero con una brújula cuyo norte miraría siempre hacia la izquierda. De ahí que sus errores sean perdonables como accidentes en el camino, un camino que, de una u otra manera, estaría alejándose del neoliberalismo e inscribiéndose en las coordenadas de la soberanía nacional, la participación social y la recuperación de un rol más activo del Estado.

Por ello, es importante indicar que Alianza País, conforme lo demostró en las primeras elecciones cuando ganó la Presidencia de la República, y acorde a su práctica gubernamental del garrote y la zanahoria, confiscó el discurso antisistema, antipolítico y antineoliberal, sobre todo en sus variantes más radicales y producidas por la izquierda y los movimientos sociales, para convertirlo en un dispositivo político que le permite disociar su práctica gubernamental de su propia ideología, de tal manera que le permita absorber, metabolizar y fagocitar, si caben estas expresiones, las resistencias sociales al interior de la institucionalidad del Estado, manejado casi en su totalidad por Alianza País. Esta metabolización de la energía política de los movimientos sociales es correlativa a su necesidad de criminalizar a aquellos que opongan resistencia a su práctica política en virtud de su discurso ideológico de que “quienes no están con nosotros están en contra nuestra”.

Alianza País convierte, de esta manera, al discurso político en un recurso estratégico de posicionamiento electoral que le permite avanzar en su proyecto, neutralizando la capacidad de reacción tanto de la propia derecha política tradicional cuanto de las organizaciones sociales. Por ello siempre está un paso delante de sus opositores. En virtud de que sabe de la inconformidad con el pasado (la larga noche neoliberal), puede remitir en un juego de significados, toda crítica a su propia acción, como tentativas de retorno al pasado y con ello legitimar su estrategia de poder: o con nosotros o contra nosotros.

Tal es la frontera que ha trazado esta agrupación política y que la pone a tono con el discurso político de la globalización, pero desde un aparente matiz de izquierda. Esta adscripción al discurso de la izquierda, y la referencias a la soberanía y a la recuperación del rol del Estado en la economía, que prima facie harían pensar en una salida del modelo neoliberal, sirven de recurso ideológico que encubre intencionalidades políticas más profundas. Mientras el discurso político de Alianza País se remita a sus contenidos ideológicos más superficiales no podrán ser visualizados y referencializados aspectos más profundos de su práctica política como la criminalización de la protesta social, y en donde Dayuma es uno de los tantos eventos de criminalización y represión [2], tampoco se podrá visualizar las prácticas de corrupción, privatización, y la política de concesiones territoriales a las grandes corporaciones. La apelación a la ideología es fundamental para Alianza País porque gracias a ella puede reducir los espacios de la crítica a sus propias necesidades políticas y encubrir su rol en el momento pos-neoliberal.

Es por esto que las voces disidentes son escasas, por cuanto la crítica y la disidencia, incluso de sectores de izquierda que no han sido seducidos por el discurso oficial, Alianza País los hace aparecer como recursos que favorecerían más a la derecha. La única crítica que acepta Alianza País es aquella que proviene de la derecha tradicional, porque a la larga ello le permite legitimarse y posicionarse como una opción única de la izquierda en el abanico de la política. Su adscripción a la izquierda, entonces, es pura ideología, es solamente un recurso de marketing, un factor de estrategia electoral.

El uso de la ideología es un factor fundamental del poder, de ahí que ésta sea una de las dimensiones fundamentales del proyecto político de Alianza País y de ahí también su capacidad de fagocitación que tiene este movimiento político con respecto a sus críticos, disidentes y opositores. Todos ellos conformarían una expresión de la “partidocracia” a la que hay que vencer porque representarían el pasado. No habría espacios para censurar las posiciones políticas oficiales porque el hacerlo implicaría vulnerar la capacidad política de cambios que plantea el gobierno de Alianza País, y también reducirían los escasos márgenes de acción de este gobierno, con el peligro de convertirlo en un rehén de la derecha.

Como puede apreciarse, la utilización estratégica de los discursos por más radicales que éstos sean, permite cerrar fisuras y convertir a este movimiento político en un monolito insensible a sus propias decisiones. Alianza País no solo que cierra el espacio de posibles históricos a través de su contrarrevolución política, sino también los clausura a nivel ideológico convirtiéndose en un partido único. Una dinámica que recuerda a aquellas del fascismo italiano en sus primeros días.

Si la explicación es correcta, entonces, para comprender a Alianza País, y, por tanto, para comprender la ruta política por la cual caminará el Ecuador del pos-neoliberalismo, hay que comprender las dinámicas del neoliberalismo y de la globalización desde su primer momento como un proceso de disciplinamiento político de la sociedad y del Estado, cuyas coordenadas teóricas fundamentales fueron establecidas por el Consenso de Washington [3]; hasta aquellos momentos en los que el discurso de la globalización enmascara un vasto y violento proceso de acumulación por desposesión sustentado en la privatización territorial y de transferencia de la soberanía política de los Estados hacia las corporaciones. En el primer momento, el neoliberalismo deconstruye al Estado oponiéndolo al mercado como locus de significación política. En el segundo momento, el neoliberalismo reconstruye al Estado sobre nuevas bases políticas que ponen en evidencia ese proceso de transferencia de soberanía política hacia las corporaciones, el formato político del Estado en tiempos neoliberales es aquel del Estado social de derecho.

Es por ello, que Alianza País puede, en el ámbito discursivo, darse un lujo que años atrás habría parecido impensable: reconstituir al Estado. Para las nuevas modalidades que asume la acumulación del capital por desposesión, el Estado es imprescindible. Un Estado debilitado no puede llevar adelante las tareas de la privatización territorial y la acumulación por desposesión. Los neoliberales más recalcitrantes no discuten ahora la relación Estado-mercado, sino cuánto Estado es deseable y permisible. El discurso de la estabilización macroeconómica ha cedido el paso al discurso del institucionalismo, y el mismo Banco Mundial lo reconoce [4]. Ante la magnitud que alcanza la acumulación del capital en el sistema-mundo, un Estado fuerte con una institucionalidad legitimada y con sistemas democráticos en pleno funcionamiento, aparece como una necesidad fundamental.

Alianza País en Ecuador, como el PT en Brasil, o el socialismo de la Concertación en Chile, representan esos momentos ambiguos y paradójicos de la historia, en los que los simulacros mienten a la propia realidad y generan sus propias sombras. El discurso de la izquierda, que siempre apostó por el humanismo, la justicia, la nueva sociedad, ahora se ha convertido en un dispositivo político que encubre, legitima y justifica una deriva neoliberal más agresiva que las anterioresSi las circunstancias agotan a Alianza País, es probable que en la dialéctica de la acumulación de capital y la lucha de clases, otros sectores de la burguesía, con otros nombres, quizá con los mismos rostros, y con otros membretes, y otras banderas, tratarán de continuar las tareas que dejó pendientes Alianza País.

*Pablo Dávalos es ecuatoriano, economista y profesor universitario.

Notas

[1] Sobre la retórica “socialista” que sirve de cobertura ideológica, puede observarse el tenor de la siguiente declaración hecha por Rafael Correa, entonces Presidente del Ecuador y principal líder de Alianza País: “Estamos en la región más desigual del mundo, más inequitativa del mundo. América Latina es la clase media mundial, no es la clase más pobre del mundo, esa es África, pero sí la más desigual. Aquí pueden encontrar gente tan pobre como en África y más próspera que en Suiza. Y dentro de esta región que es la más desigual del mundo, la región andina es la más desigual de todas las regiones de América latina… Y eso, obviamente también, el Socialismo del Siglo XXI es coincidente con el socialismo clásico … Bueno, el socialismo de la vertiente cristiana no cree en el materialismo dialéctico, la lucha de clases y los cambios violentos, etc. En términos generales, creo que es insostenible en el siglo XXI … Pero hablar en el siglo XXI de la estatización de todos los medios de producción y la eliminación de la propiedad privada, sencillamente sería una locura … El Socialismo del siglo XXI debe ser pro vida, pro bienestar, pro justicia … Y como una medida de ese antimperialismo, en vez de hablar de antimperialismo busquemos la integración latinoamericana para ser más fuertes y poder enfrentar factores externos que tratan de someternos y de aprovecharse.” Correa, Rafael: Por fin América Latina se atreve a generar pensamiento propio: El Socialismo del siglo XXI. En: VVAA: Ecuador y América Latina. Socialismo del Siglo XXI. Ed. ENLACE- CT-EEQ, APDH, FENOCIN, CONBADE, Quito-Ecuador, Noviembre – 2007, pp. 29-30-31.

[2] Sobre la represión y la criminalización a las organizaciones sociales por parte del régimen de Alianza País, Cfr. Aguirre, Milagros: Dayuma, Nunca Más. CICAME, Quito, 2008. También puede verse: Dávalos, Pablo: Dayuma y la sonrisa de Cheshire, en revista electrónica ALAI: www.alainet.org; y Dávalos, Pablo: Dayuma en el corazón, en revista electrónica ALAI, www.alainet.org

[3] Las políticas que el discurso neoliberal consideraba casi obligatorias para todos los gobiernos, forman parte del denominado Consenso de Washington, que son diez recomendaciones en política económica, sobre las cuales convergen tanto las multilaterales de Bretton Woods, vale decir el FMI y el Banco Mundial, cuanto el Departamento del Tesoro, la Secretaría de Estado del gobierno americano, e incluso el Pentágono. Su sistematización fue realizada por John Williamson en 1989, quien etiquetó a estos acuerdos en política económica como “el consenso de Washington”. En esta agenda mínima constarían diez puntos básicos: (1) disciplina fiscal; (2) reorientación en la prioridades del gasto público; (3) reforma fiscal; (4) liberalización de las tasas de interés; (5) competitividad de los tipos de cambio; (6) liberalización y apertura comercial; (7) liberalización de los flujos de inversión extranjera directa, y de los flujos de capital; (8) privatización; (9) desregulación; y, (10) seguridad jurídica.

[4] En ese sentido, el mismo Banco Mundial lo declara de manera explícita: “La experiencia demuestra cuánto importan las instituciones, y qué tan difícil es trabajar en su ausencia o mejorar su calidad. Por encima de todo, la experiencia demostró que la discreción del gobierno no puede ser eludida. Se le requiere para una amplia gama de actividades que son esenciales para sostener el crecimiento, y que van desde la regulación de bienes públicos y la supervisión de bancos a la provisión de infraestructura y servicios sociales. Mejorar las instituciones que apoyan la implementación de políticas, y fortalecer los límites en el uso de la discreción, son principios guía mucho más prometedores que buscar la eliminación de la discreción del gobierno”. Banco Mundial: Crecimiento económico en los años noventa. Aprendiendo de una década de reformas. Mayol Ediciones. Colombia, 2006, pp.23.

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