(Home page)

LA CONTRARREVOLUCIÓN CONSERVADORA EN AMÉRICA LATINA

Por Diego Tagarelli

Las fuerzas neoliberales en América Latina han podido finalmente reagruparse. Después del ocaso del neoliberalismo en la región, las cenizas del pasado más oscuro de nuestros países esperan encender nuevamente la opresión sobre los pueblos. No obstante, estas fuerzas contrarrevolucionarias se enfrentan ahora a su propio sepulturero: las mayorías populares de Sudamérica.

Una nueva orientación económica, política e ideológica dentro de las fronteras de América Latina viene asomando gradualmente que, asimismo, encuentra su correlato en las condiciones de transformación mundial del capitalismo. Trasformación que no sólo obedece a la declinación de las formas de dominación global consumadas por el imperialismo, sino que conduce a una esforzada tendencia por cambiar firmemente las complejas relaciones de sumisión extranjera que yacen en los pueblos sometidos. Claro que sería absolutamente absurdo considerar que estos cambios no encontrarían la debida resistencia en los actores del poder económico y en los agentes del conservadurismo político. Cuestión esta que, por cierto, vuelve a desnudar la dinámica del capitalismo para regenerarse cuando sus estructuras dominantes parecieran agotarse. Pero que, al descargar las fuerzas de restauración sobre los giros populares, terminan por reanimar y reforzar los procesos transformadores de manera aún más radical, haciendo del socialismo y la revolución un hecho irrevocable.

Así como nuevos procesos nacionales, populares o revolucionarios consiguieron irrumpir progresivamente desde que la crisis del neoliberalismo arrasara las estructuras económicas y políticas dominantes desde finales de siglo XX y principios del XXI, la recomposición de una "nueva derecha contrarrevolucionaria" representa una tendencia creciente en América Latina, que logra esclarecer además los rumbos que podrían asumir las economías periféricas, la política global y las condiciones mundiales del capitalismo de triunfar estas tendencias. Al fin y al cabo, las características políticas más reveladoras de esta derecha en América Latina tienen que ver no sólo con la defensa de sus intereses históricos ligados a las economías dependientes, sino también con aquellos intereses políticos que se esfuerzan por preservar las formas globales del capitalismo, bloqueando las alternativas de construcción en América Latina y dando lugar a una nueva fase mundial de sometimiento regional y mundial.

La "nueva derecha" en América Latina, si bien encuentra su correlato en las nuevas condiciones mundiales del capitalismo, refleja la vieja alianza entre los negocios coloniales del imperialismo y las oligarquías exportadoras, como así también las burguesías asociadas al capital y a la ideología extranjera y los modernos medios de comunicación que, cada vez más ferozmente, asumen la vanguardia ideológica-política de las restauraciones conservadoras. Pues bien, esta derecha dio hace unos meses dos grandes golpes: uno inconstitucional y, el otro, legitimado por la democracia. A las estrategias contrarrevolucionarias más reaccionarias, autoritarias e inconstitucionales, como los intentos separatistas desatados en países como Bolivia y Ecuador, los modelos renovados de terrorismo estatal en Colombia y Perú frente a los sectores populares, indígenas, campesinos y líderes sociales, o el golpe de Estado cívico-militar en Honduras, se le agregan maniobras económicas y políticas no menos desestabilizadoras, pero quizás más tardías y con mayores márgenes de parálisis política. La superioridad electoral de Sebastián Piñera en Chile frente a un gobierno que no forjó ningún proceso nacional como la historia chilena demandara, las oscilaciones políticas de Tabaré Vázquez en Uruguay o la victoria de la clase política neoliberal en las elecciones legislativas sobrevenidas en Argentina el 28 de Junio, reflejan esta segunda tendencia de la derecha a consumar un severo golpe a las conquistas democráticas, populares y nacionales por la vías de la legalidad institucional.

PARA UNA COMPRENSIÓN GLOBAL DE LA DERECHA: LAS DETERMINACIONES ESTRUCTURALES DE LA DERECHA LATINOAMERICANA

Las explicaciones de los procesos políticos son siempre complejas y sería insostenible explicar este avance de la derecha a través de la simplificación de los factores económicos o políticos. Por ello, vamos a proponer una interpretación que procure tomar en cuenta los factores socioeconómicos, políticos e ideológicos. Y para ello, vamos a centrarnos en este doble movimiento contrarrevolucionario que los sectores neoconservadores del imperialismo junto a los actores dominantes de la región han impulsando recientemente en América Latina. Es decir, por un lado, nos proponemos tratar de explicar el avance inconstitucional de la derecha en América Latina que, por medios golpistas y agresivos, procura reinstaurar la hegemonía de los Estados Unidos ante los avances de algunos gobiernos populares que han decidido desprenderse del viejo colonialismo imperialista. Por otro lado, intentaremos entender el ascenso de la influencia de la derecha dentro de los marcos constitucionales que, por las vías democráticas, ha conseguido colocar en una posición favorable los proyectos y aspiraciones de los intereses neoliberales, justamente, en países que han resuelto reconstruir el rol del Estado débilmente bajo la preeminencia e inclinación de un capitalismo nacional.

Antes de introducirnos más específicamente en las características que presentan ambas estrategias en sus niveles económicos, políticos y sociales, veamos a grandes rasgos el significado político y social que posee la existencia de las tendencias conservadoras o de la derecha política en América Latina.

La formación de los Estados Nacionales en América Latina, la constitución histórica de sus nacionalidades y la manera en que sus economías periféricas fueron edificadas para el sostenimiento de las relaciones internacionales, presentan rasgos políticos absolutamente opuestos al desarrollo de las tendencias conservadoras y reaccionarias de los países centrales que, en el marco de su hegemonía global e imperialista, revelan un propósito político particular. Precisemos brevemente algunas de estas diferencias:

  • La existencia de la "derecha" en los países centrales ha sido compatible al proceso de instauración hegemónica del capitalismo imperialista

    . Las condiciones del capitalismo a nivel global instituye una alianza entre los países dominantes y el capital monopólico para el despojo de los recursos arrancados de los países dominados. Esta alianza transforma a los países desarrollados en países receptores de recursos y materias primas para el sustento del capitalismo central, induciendo el atraso de los países periféricos y convirtiéndolos en países rezagados y dependientes. Como resultado, las fracciones de poder en los países centrales combaten por establecer la hegemonía de sus intereses sobre las distintas regiones del mundo, originando la fusión entre el capital concentrado de la economía global y los actores del poder político. Sucede que estos actores políticos, al defender los objetivos trazados por la división internacional del trabajo, asumen un comportamiento político imperialista, colonialista y agresivo para la impulso del capitalismo central, cuyos rasgos más sobresalientes son la protección de los intereses nacionales (intereses imperialistas), la afirmación de una burguesía monopolista y un Estado nacional activo, el crecimiento de la acumulación del capital financiero y el dominio de los recursos procedentes de los territorios sometidos. En este escenario, la realización de una política ajustada a los intereses del capitalismo imperialista debe necesariamente recurrir a los procedimientos políticos más reaccionarios y conservadores, que garanticen el proceso de desarrollo desigual y permita proclamar el triunfo del capitalismo dentro de las fronteras del primer mundo.

    En cambio, la presencia de las tendencias conservadoras y reaccionarias en América Latina está subordinada al predominio extranjero y ha sido compatible al proceso de subdesarrollo del capitalismo dependiente. Esto significa que las fracciones de poder dominante no tienen como objetivo defender los intereses nacionales de un capitalismo autocentrado, desarrollado o autónomo, sino, por el contrario, acentuar las condiciones de dominación imperialista que garanticen los intereses de una clase terrateniente, semifeudal, dominante hacia adentro y dominada desde afuera. Este sector social "distinguido" de las economías dependientes forma una suerte de burguesía señorial al servicio del capital extranjero, una minoría parasitaria que pone a disposición del mercado internacional la provisión de los recursos naturales, haciendo de los países de América Latina un territorio codiciado para el sustento del mundo desarrollado a condición, claro está, de mantener el empobrecimiento de las mayorías dentro de las fronteras nacionales. Aplicando las recetas económicas de los centros financieros y profundizando el subdesarrollo, esta clase social logra mantener el control de las tierras, de las rentas extraordinarias que otorgan las exportaciones de los bienes primarios y de los apartaos de reproducción político-ideológico, gracias a su alianza mantenida con la burguesía extranjera y a la ausencia de un Estado Nacional y un mercado interno que interfiera sobre las leyes del mercado. Como consecuencia, la representación política de semejantes intereses adquiere características singulares: la existencia de una clase política conservadora que se propone prevalecer en el poder del Estado para impedir los cambios de las relaciones dependientes de producción, confrontando todo intento de industrialización, de desarrollo económico autónomo, de soberanía e independencia nacional y, fundamentalmente, custodiando y obstruyendo las posibilidades de cambio que conduzcan los movimientos nacionales, es decir, los procesos de liberación de las mayorías populares.

  • El desarrollo político de la derecha está determinada por las condiciones generales que resultan de las clases sociales

    . Los comportamientos de clase se hallan dispuestos en función de las estructuras diferenciadas que impone el capitalismo imperialista. Mientras que la derecha en los países desarrollados asume intereses de clase imperialistas, con el objeto de resguardar la movilidad del capital monopólico a nivel global y asegurar la cohesión social de los diferentes actores económicos y sociales nacionales bajo el predominio de un capitalismo próspero y extendido, la derecha en los países dependientes mantiene intereses de clase semicoloniales, con el propósito de afirmar las condiciones de dependencia extranjera y absorber para las fracciones dominantes de la burguesía terrateniente las rentas absolutas y diferenciales de los recursos que son conferidos al mercado mundial.

    Luego de la derrota del movimiento obrero en Europa y del triunfo de la hegemonía imperialista de Inglaterra y, posteriormente, de Estados Unidos, los países desarrollados consiguieron establecer en el interior de sus naciones el dominio de las burguesías y obtener el "consenso" condicional del proletariado industrial y de los sectores sociales consagrados al sector terciario de la economía, gracias al crecimiento y estabilidad económica que brindaban los mecanismos de despojo y expropiación de los recursos pertenecientes a las regiones periféricas, colonias y semicolonias. Si hacemos un repaso histórico de los procesos nacionales en los países desarrollados, revelaremos que el fascismo, por ejemplo, fue un fenómeno político social originado en la particular coyuntura europea, postcrack del 29. Fue el fascismo una respuesta de sus fuerzas productivas a esa crisis capitalista, que fue global. Si bien el fascismo, sin el apoyo de la clase obrera, se solventó con la pendular ideología de la clase media pauperizada y de algunos industriales poderosos, lo cual impulsó un modelo político autoritario en tanto debió enfrentar a las masas obreras, la derecha propendía a un mercado interno fuertemente proteccionista, lo cual implicaba su expansión imperialista sobre las colonias y el control de los recursos en el mundo. Esto determinó la derrota del movimiento obrero en Europa y el enfrentamiento de las potencias mundiales en una guerra imperialista que consumó su gesta histórica: el dominio de los recursos en las periferias para organizar prósperamente los sectores económicos de los países desarrollados, entre los cuales se encontraban los sectores de trabajadores industriales. En América Latina, la historia fue otra. Los movimientos nacionales fueron y son una particular respuesta hacia la desigualdad del sistema capitalista mundial, que ha procurado romper con los negocios imperialistas y oligárquicos, para hacer frente a las elites de poder que disponen de los recursos económicos de la región. Esto traduce, a diferencia de las naciones centrales e imperialistas, un antagonismo irreconciliable entre las fracciones reaccionarias de las clases dominantes y las masas populares, pues un crecimiento prospero de las clases trabajadoras y de la economía nacional implica una lucha contra las elites conservadoras.

    El triunfo del neoliberalismo en el mundo tradujo aquella necesidad histórica de los países desarrollados de reproducir ampliamente los niveles de desigualdad internacional. Las clases dominantes de los países centrales se trasformaron en verdaderas elites de poder trasnacional, afianzando el control monopólico de las grandes empresas multinacionales y reforzando las políticas imperialistas sobre el mundo. Las clases antagónicas, el proletariado del primer mundo y las fracciones medias de la sociedad, no sólo fueron beneficiadas, protegidas y sostenidas como consecuencia de la explotación imperialista, sino que además permanecieron indiferentes a los procesos de resistencia que impulsaban los movimientos nacionales de las regiones dominadas. De manera que, en cierto sentido, no debe sorprender que las fracciones conservadoras y reaccionarias conserven hasta nuestros días un elevado consenso social en las sociedades desarrolladas.

    Por otro lado, en las regiones históricamente periféricas o dominadas como los países de América Latina, los bloques de clase presentan otras particularidades: de un lado, los obreros industriales, la exigua peonada rural, las clases urbanas empobrecidas, indígenas, pequeña burguesía industrial, que constituyen el núcleo explotado de la sociedad. Del otro lado, el bloque latifundista e improductivo y el sistema ligado a la estructura agro-minera-petrolera exportadora que se esfuerza por mantener el viejo esquema de la división internacional del trabajo, indiferente a la industria y sin una política nacional posible. Esto quiere decir que las expresiones políticas conservadoras y reaccionarias personificadas en los intereses de clase dominante de América Latina, no pueden desprenderse de una burguesía nacional, con la adhesión pasiva de las clases trabajadoras y bajo los patrones de acumulación capitalista. Por el contrario, la existencia política de la derecha se halla agazapada en las sombras del poder oligárquico dominante, en los subterráneos ocultos de la política nacional. A pesar de ser una minoría distinguida de los países dependientes no posee una aceptación social amplia como sucede en los países centrales, en cuanto se opone a la construcción de un proceso que incluya a las burguesías industriales y nacionalmente autónomas, que resuelva sostener los espacios laborales de las mayorías populares y que adopte una política centrada en la necesidad de un Estado fuerte. Por todo esto, la derecha en América Latina yace incompatible al desarrollo de la democracia, del Estado y de los mecanismos de dominación ejercidos por una clase dominante capitalista. Más bien, esta derecha posee un fuerte arraigo a una clase oligárquica rentista, a una burguesía terrateniente absolutamente antagónica a todo tipo de interés nacional.

    En síntesis, la acumulación de capital extraído de las colonias africanas, asiáticas y americanas, permite mantener cierto nivel de vida en las metrópolis, desarrollar la técnica, investigar la ciencia, mantener grandes flotas, construir enormes fábricas y echar las bases de la democracia europea. En cambio, para sostener la democracia en las metrópolis, se requiere mantener el terror y el despotismo militar en las colonias. Democracia y dictadura son indisociables en la historia de las potencias europeas.

  • Los lugares estratégicos ocupados por las fracciones dominantes en el seno del Estado determinan los intereses y la dinámica política de los sectores reaccionarios. En los países imperialistas el desarrollo del Estado Nacional es un instrumento efectivo para el sostenimiento de las relaciones económicas, en tanto que en los países dependientes el desarrollo del Estado Nacional se presenta para la derecha como un obstáculo del que hay que prescindir y librarse cuando sus aparatos definen una política nacional

    . Históricamente, los Estados centrales capitalistas e imperialistas han procurado asfixiar, reprimir y minimizar la soberanía de los Estados nacionales en los países periféricos, en nuestro caso, de América Latina. En cierto sentido, podríamos afirmar que, en la actualidad, más bien asistimos a la emergencia de una extrema derecha atípica, que abandonó el culto del Estado por el ultraliberalismo, el corporativismo por el juego del mercado y a veces incluso el marco del Estado-Nación por los particularismos regionales o meramente locales, pero no hay duda que la mundialización institucionaliza, ni más ni menos, que una relación de fuerzas interestatal que consolida la soberanía estatal de los centros mundiales y restringe la autonomía del resto. Las "fracciones" políticas de las clases dominantes en los países centrales que han consolidado su preeminencia en el Estado representan los intereses del capital financiero a nivel global. Pero el Estado, garante de esos intereses a nivel mundial, no perece ante la autoridad del capital privado, sino que consigue fundir en un solo y mismo movimiento los intereses del capital con los intereses de los Estados centrales o hegemónicos ante un escenario mundial desigual. No sólo el Estado no desaparece, sino que sirve para consolidar en los países desarrollados e imperialistas la hegemonía y soberanía que hoy conservan. En cuanto a los Estados nacionales de América Latina, la cuestión nacional, más que una necesidad propia de las relaciones de producción capitalistas por desarrollar sus instrumentos de cohesión geopolítica dominante, se vincula íntimamente a la cuestión colonial y a la lucha contra el imperialismo mundial. El Estado en los países de América Latina no es más que un Estado que involucra una lucha histórica entre las clases sociales por edificarse como un "Estado dependiente, semicolonial, balcanizado" o un "Estado Nacional, independiente, autónomo" e integrado en un bloque mayor. De manera que, mientras que en los países centrales o dominantes, el Estado Nacional autónomo es un instrumento efectivo para las garantizar los intereses de las fracciones de la derecha política, en América Latina el modelo de poder estatal adecuado para afianzar los intereses de la derecha latinoamericana se asienta sobre la existencia de un Estado dependiente y semicolonial, es decir, un Estado ausente de sus funciones esenciales.

    Por otro lado, los movimientos políticos nacionales en los países centrales se organizan en partidos clásicos del sistema liberal democrático, mientras que los movimientos nacionales en América Latina se constituyen a partir de movimientos políticos policlasistas, representativos de los sectores obreros y populares, así como de los sectores productivos conocidos como la pequeña y mediana empresa. Es ese carácter policlasista, justamente, el que destierra toda vinculación a la derecha.

  • La función de la ideología neoconservadora es funcional al orden internacional: mientras que la derecha en los países centrales se vale de la ideología para justificar y presentar naturalmente las desigualdades estructurales del mundo, la derecha en los países dependientes recurre al terreno ideológico para ocultar las desigualdades reales que existen en las regiones periféricas

    . Dejando de lado las propiedades ideológicas comunes que reúnen a las clases dominantes a nivel internacional, es necesario marcar sus inevitables diferencias. La ideología dominante no actúa uniformemente. Las clases dominantes han producido históricamente un espacio de representación ideológica para imponer una concepción deformada sobre una realidad global ampliamente desigual. Decimos que la derecha en los países centrales o dominantes emplea la ideología para justificar y presentar naturalmente las desigualdades estructurales del mundo, porque aspira a preservar los modelos de acumulación capitalista en los países desarrollados a costa de la explotación y el subdesarrollo de los países periféricos del sistema. En este sentido, no sólo la derecha resuelve exportar las ideas de sujeción colonial e infundir dentro de sus propias sociedades una conciencia de progresismo y conformismo individual que autorice la conducta capitalista en el mundo, sino que el progreso y el ascenso en la jerarquía social como fruto del esfuerzo individual son desde siempre valores importantes para la derecha en los países del primer mundo, lo cual explica que la derecha acepte las diferencias sociales dentro y fuera de sus fronteras y exalte el rol del mercado sobre las economías nacionales, el Estado y la sociedad.

    Respecto a América Latina, en cambio, señalamos que la derecha atribuye al terreno ideológico un sentido encubridor de las condiciones de dependencia que existen en los países latinoamericanos respecto a los países centrales, en tanto su función es esconder las desigualdades estructurales determinadas por las realidades monoproductivas, presentando desde el campo ideológico una sociedad sujeta a los cambios lineales del progreso histórico y divulgando un comportamiento extranjerizante. Las oligarquías en América Latina fueron construyendo un comportamiento económico parasitario, que no sólo se tradujo en aquél carácter extranjerizante de la ideología, sino que inspiró un estilo político antinacional arraigado a las prácticas de poder más retrogradas. Una ideología sostenida en las estrategias económicas y políticas separatistas, golpistas y salvajes es, quizás, el fundamento político esencial de la derecha en América Latina.

  • Las crisis orgánicas del capitalismo condicionan las acciones políticas de las clases dominantes: la derecha en los países centrales adopta medidas de supervivencia coherentes a la orientación imperialista. La derecha en los países dependientes adopta prácticas de asistencia al capital extranjero, lo cual reviste un carácter intensamente antinacional.

    Tal como lo concibiera Gramsci, en situaciones de crisis los instrumentos de "consenso" y "contención" ayudan a conservar el orden existente, sin embargo, son los mecanismos de dominación más directos o represivos lo que ejercen una mayor presencia a través de la coerción. Gramsci lo dice así: "Si la clase dominante ha perdido el consentimiento, o sea, ya no es «dirigente», sino sólo «dominante», detentadora de la mera fuerza coactiva, ello significa que las grandes masas se han desprendido de las ideologías tradicionales, no creen ya en aquello en lo cual antes creían, etc. La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo, y en ese interregno ocurren los más diversos fenómenos morbosos". En los países desarrollados o centrales del capitalismo, la crisis modifica las acciones políticas de las fracciones dominantes, cuyas prácticas consisten en acrecentar los instrumentos de opresión imperialista. En este marco, las únicas fracciones dominantes capaces de sostener las estructuras colonialistas y verse respaldadas por los actores económicos nacionales e internacionales, son aquellas que detentan el poder coercitivo de manera predominante e influyente, es decir, las fracciones más reaccionarias y organizadas en torno a los aparatos de dominación económicos, militares y políticos imperialistas. Por otro lado y correlativamente, en condiciones de crisis los países periféricos o dependientes tienden a separarse de las pautas de conexión imperialista, estimulando la adhesión de los actores económicos a la búsqueda de una mayor autonomía nacional y prescindiendo de las burguesías terratenientes volcadas al mercado internacional. Ante la debilidad de las oligarquías nacionales en América Latina para sostener sus alianzas de clase y defender los modelos de subdesarrollo económico en base a las reglas del mercado internacional, la derecha se acoge, al igual que los países centrales, en las formas de dominación coercitivas más reaccionarias. No obstante, la derecha en América Latina, en tanto estas formas de dominación coercitivas son aplicadas dentro de las fronteras nacionales (a diferencia de las potencias imperialistas que, si bien emplean diversas formas de coacción al interior de sus propias sociedades, las estrategias de subsistencia imperialista estriban, fundamentalmente, en el uso de métodos de coerción violenta sobre las regiones periféricas), requiere del apoyo imperialista para conseguir consumar sus mecanismos de opresión.

    Pues bien, con esto hemos querido exponer algunas de las diferencias esenciales que manifiestan las tendencias políticas neoconservadoras o ultrareaccionarias entre los países centrales, desarrollados o imperialistas y los países periféricos, dependientes o subdesarrollados. En América Latina, estas tendencias revelan un modo particular en función de su inserción específica en el capitalismo mundial. Es imposible establecer una similitud objetiva del comportamiento político de la derecha en el mundo sin considerar las condiciones concretas en las que se desenvuelve el desarrollo desigual del capitalismo. La existencia de la derecha en América Latina se conforma a partir de la existencia del imperialismo y de la derecha en las potencias mundiales, en las metrópolis del capitalismo central. Por lo mismo, las fracciones reaccionarias de América Latina no sólo persisten como segmentos políticos subordinados a las decisiones de la derecha extranjera, sino que además la derecha latinoamericana asume intereses antinacionales y, por consiguiente, determina una relación social histórica irreconciliable con las masas populares.

    Esto significa, nada más y nada menos, que la imposibilidad de la derecha en América Latina de obtener un "consenso social permanente" con los actores nacionales, es decir, un acuerdo definitivo e inmutable en base al desarrollo de un proyecto nacional que contenga los intereses de la Nación, por lo que debe recurrir, indefectiblemente, a conservar el poder mediante los medios represivos, golpistas y desestabilizadores y, por otro lado, a obtener un "consenso transitorio" con las mayorías nacionales mediante los medios de coaptación o colonización ideológicos. En verdad, bajo este consenso, esta nueva derecha aparece como la heredera de las dictaduras militares y de las élites de poder oligárquicas que pretenden asegurar el esquema de poder semicolonial bajo formas democráticas, instrumentalizando la democracia burguesa para exaltar el culto por el mercado, la dependencia extranjera y la militarización de la política.

    Una de las características salientes de estos tiempos en la región es que se ha transparentado la disputa por el poder, con la inevitable centralidad que adquiere esta pelea en el terreno económico: la articulación del poder económico y político, la apropiación de las rentas y la distribución del excedente. Y como no podía ser de otra manera, esta disputa de poder se da en el marco de la declinación del imperialismo norteamericano y del agotamiento de los lazos que unen a los países periféricos con las potencias capitalistas. La historia enseña que los Imperios, antes de caer, muestran sus rostros más oscuros y salvajes. La crisis actual no es meramente económica o financiera, sino que evidencia un cambio de época y da cuenta de una decisiva reformulación en el equilibrio del poder internacional. De ahí que esta declinación de Estados Unidos como primera potencia y el diseño de un esquema multipolar en el cual emergen nuevos polos como India y China, permitan que las áreas de repliegue de Estados Unidos sean África y América Latina, fundamentalmente, ante una hipotética derrota en Irak y Afganistán. Sin embargo, muchos países de América Latina cuentan hoy con gobiernos de fuerte base popular que han conseguido desplazar las influencias de poder imperialista, lo cual significa la apertura de una nueva estrategia contrarrevolucionaria de la derecha para hacer frente a los movimientos de liberación nacional en toda la región.

    La reacción neoconservadora de la derecha ha unificado sus intereses restauradores en toda América Latina. Las fuerzas de la oligarquía y la burguesía antinacional han lanzado una nueva estrategia política regional para detener y descomponer el avance de los movimientos nacionales y populares. Una de esas estrategias es, como bien señalamos más arriba, la reconquista del poder mediante los medios represivos y golpistas, cuya expresión más clara ha sido la alianza cívico-militar de la derecha ultra reaccionaria para derrocar a los gobiernos de Latinoamérica que intentan cambios o reformas estructurales. Los casos están a la vista: Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras. Una segunda estrategia a considerar es la concerniente a la producción del "consenso transitorio" necesario que se requiere con las mayorías nacionales mediante la articulación de los intereses ideológicos. Argentina, Chile, Uruguay, son los más claros ejemplos

    Veamos la primera estrategia que persiguen.

    La Estrategia golpista y la ruptura del consenso social

    El golpe de Estado en Honduras y la instalación de bases norteamericanas en territorio colombiano son luces de alarma que deben advertir sobre las posibilidades abiertas de un nuevo proceso autoritario en toda la región. El desenlace del golpe en Honduras no solo sienta un precedente para los gobiernos que aspiran a profundizar sus proyectos políticos, sino que es un golpe contra los avances democráticos y revolucionarios de América Latina sucedido en uno de los eslabones más débiles de la cadena de naciones que construyen el proyecto de liberación regional. Es un golpe que, de funcionar, podría extenderse a otros países o intervenir sobre los cambios en la región. De alguna manera, el golpe en Honduras sirve de lección para intimidar a otros países centroamericanos y del Caribe que se han salido de la órbita de Estados Unidos y se han unido a los programas de integración económica impulsados por los gobiernos bolivarianos. Con el golpe se pretende, además, asentar un duro revés a la unidad e integración de América Latina a través de Honduras (el eslabón más débil del ALBA).

    Por otro lado, es impensable que el golpe en Honduras se haya dado sin el apoyo de y Estados Unidos, con su aparato político, militar y de inteligencia. Es que esta nueva estrategia golpista en América Latina lleva la marca indeleble de la CIA y de la Escuela de las Américas. A través de su base militar en Honduras, Colombia y otros países de Centroamérica, los agentes de la inteligencia militar del Pentágono mantienen estrechos contactos con los países considerados enemigos. No hace falta ser un experto militar para comprobar que, con estas bases, América latina queda completamente rodeada, sometida al acoso permanente de las tropas del imperio. A ello habría que agregar el apoyo que aportan en esta ofensiva en contra de los países que apuestan al Socialismo del siglo XXI, las bases norteamericanas en Aruba, Curaçao y Guantánamo; la de Palmerolas, en Honduras; y la Cuarta Flota que dispone de suficientes recursos para patrullar efectivamente todo el litoral venezolano. Pero no sólo Venezuela está amenazada, también Ecuador y Bolivia quedan en la mira del Imperio si se tiene en cuenta que Alan García en Perú arde en deseos de ofrecer "una prueba de amor" al ocupante de la Casa Blanca otorgándole facilidades para sus tropas. En Paraguay, Estados Unidos se aseguró el control de la estratégica base de Mariscal Estigarribia –situada a menos de cien kilómetros de la frontera con Bolivia– y que cuenta con una de las pistas de aviación más extensas y resistentes de Sudamérica, apta para recibir los gigantescos aviones de transporte de tanques, aviones y armamento pesado de todo tipo que utiliza el Pentágono. También en ese país dispone de una enorme base en Pedro Juan Caballero, localizada a 200 metros de la frontera con Brasil, pero según Washington pertenece a la DEA y tiene como finalidad luchar contra el narcotráfico. La amenaza que representa esta expansión sin precedentes del poder militar norteamericano en Sudamérica no pasó desapercibida para Brasil, que sabe de las ambiciones que Estados Unidos guarda en relación a la Amazonía, región que "puertas adentro" los estrategas imperiales consideran como un territorio vacío, de libre acceso, y que será ocupado por quien tecnológicamente tenga la capacidad de hacerlo.

    Podemos entonces sostener, sin titubeos, que una nueva reorganización militar avanza en la región y tiene un objetivo muy resuelto: reinstalar la hegemonía imperialista a través de un proceso contrarrevolucionario en toda América Latina. Tal proceso, debe darse inevitablemente a partir de la fragmentación de la región, pues es insostenible consumarlo dentro de las fronteras nacionales de manera aislada. ¿Se trata, lo de Honduras o Colombia, de una experiencia particular, imposible de trasladar a otro país latinoamericano? ¿Es erróneo pensar en la idea "Laboratorio Honduras" o "Base Colombia" para hacer frente a las nuevas experiencias políticas de América Latina toda?

    Sería muy extenso remitirnos a las experiencias de las dictaduras en América Latina para demostrar que estas preguntas no estás lejos de la realidad actual. Por ahora diremos lo siguiente:

  • El golpe de Estado en América Latina -la usurpación de poder ilegal, violento y represivo por parte de los grupos militares y civiles- continua intacto como forma estratégica de los intereses de la ultraderecha latinoamericana y el imperialismo

    . Si bien los golpes de Estado en la región fueron una nota central de la política latinoamericana y del Tercer Mundo durante el siglo XX, con el fin de la Guerra Fría, la superficial ola democratizadora de los años noventa, el avance de la globalización y la creciente interdependencia mundial, la gradual reducción de las disputas fronterizas entre los países vecinos, etc., muchos intelectuales declararon que en el siglo XXI asistimos al ocaso del golpismo en la periferia. Sin embargo, el espectro golpista sigue indemne. Está claro que durante los últimos años se ha ido gestando un nuevo golpismo: a diferencia del golpe tradicional (quizás la diferencia más substancial), el nuevo golpismo está encabezado más abiertamente por civiles y cuenta con el apoyo táctico (pasivo) de las fuerzas armadas. Pero poco importa si los nuevos proceso golpistas asumen otras formas y representaciones, el fondo estratégico, el núcleo elemental de los golpes antidemocráticos sigue siendo el mismo: reducir las conquistas democráticas más esenciales de estos tiempos, imponer un comportamiento periférico frente a una interdependencia desigual del mundo, concederle un rol dominante a la globalización hegemónica y opresiva, generar disputas fronterizas entre los países vecinos de la región e impedir que los movimientos nacionales de liberación se consoliden y se tornen irreversibles. En este contexto de declinación del imperialismo norteamericano y crisis económica mundial, es impensable que las fracciones conservadoras no apelan crecientemente a los medios golpistas represivos: Desde el año 2000 a la fecha, se han llevado a cabo 24 golpes de Estado (exitosos y fallidos) en África, Asia y América Latina. Golpes de Estado que han significado una nueva etapa abierta de genocidio y represión violenta por parte de los grupos de poder. En cuanto a la región latinoamericana, el (hasta ahora) triunfante golpe de Estado en Honduras y la instalación de una nueva base militar norteamericana en Colombia (la séptima base estadounidense) son la avanzada de una agresión militar que puede no consumarse hay o mañana, pero que seguramente tendrá lugar cuando el imperialismo y las fracciones conservadora de la región lo considere conveniente.

  • La contrarrevolución de la derecha requiere, para continuar en el poder, la fragmentación de la Nación Latinoamericana, lo cual se revela esencial para el dominio imperialista

    . Tal requerimiento comprende una nueva alianza entre los actores de la fuerza militar (nacional y extranjera) y los sectores del poder semicolonial para asaltar el dominio en los países donde los costos políticos resultan menores porque los procesos sociales populares son más débiles, como es el caso de Honduras. Esto quiere decir que, en tanto y cuando prevalezcan las condiciones de sometimiento imperialista en América Latina, coexistirá en el seno del poder político y económico una lucha por la unificación y la disgregación regional. Lo cual conduce, por el lado de los intereses imperialistas, la oligarquía financiera y la burguesía comercial, a enfrentar un nuevo escenario de unidad latinoamericana que se vienen gestando en la región. La manera de hacer frente, pues, a este nuevo escenario, luego del fracaso golpista en Venezuela, Bolivia y Ecuador, es lanzando una nueva estrategia divisionista desde los países más débiles, con el fin no sólo de detener el avance de una posible unidad regional, sino más aún, con el objetivo de orientar una oposición entre bloques y países para arrastrarlos a una lucha feroz que desgaste a los procesos nacionales internos.

    La Estrategia ideológica y el consenso circunstancial

    El siglo XXI ha exhibido abiertamente la mutación de la sociedad latinoamericana. Sería un error considerar el viraje político e ideológico de algunos países hacia la derecha sin tener en cuenta estas mutaciones o cambios estructurales. Por primera vez luego de la ruina y el fracaso del neoliberalismo nació en algunos países de la región una derecha capaz de penetrar políticamente en algunos sectores nacionales y populares sin necesidad de recurrir a los medios represivos habituales. Una suerte de consenso social que, curiosamente, se parece bastante al objetivo de cualquier fuerza política conservadora perseguido en los países desarrollados. Pero, pese a esta supuesta semejanza (que muchos intelectuales han dado por concluyente, por ejemplo, al momento de analizar los resultados electorales de muchos países) aquí entran en juego otras determinaciones económicas, políticas y sociales.

    No hay duda que la derecha ha logrado construir una relación directa con determinados sectores nacionales y afirmar una popularidad que aspira traspasar las fronteras de clase, lo que da forma a una especie de populismo de derecha al estilo europeo o norteamericano. No hay duda que el nuevo plan de la derecha es llegar a los sectores populares desde la derecha y no a la derecha de los sectores populares. No hay duda que esta estrategia política de cautivar a un sector importante de las clases populares explica el avance categórico de esta tendencia. La derecha de Argentina, Chile, Uruguay y Panamá, quizás sean los ejemplos más representativos. Y su muestra simbólica ha sido el acercamiento que vienen teniendo los pares ideológicos de la derecha en América Latina hace tiempo. Esta estrategia nos habla de una nueva derecha porque es una estrategia proyectada según las modelos de la democracia. Aunque la incitación de la desestabilización y el golpe están siempre presentes, sobre todo en los países institucionalmente más frágiles y económicamente más concentrados, el componente democrático tiene un sentido más profundo y estructural: es una derecha que defiende electoralmente los intereses (empresariales, económicos) y valores (estabilidad, orden en las calles, propiedad privada) que en el pasado se imponían por las armas. Esa es, quizás, la novedad.

    Sin embargo, este avance no deja de estar relacionado, por un lado, a la incapacidad de los gobiernos nacionales existentes (gobiernos nacidos de la ruina del neoliberalismo con un alto apoyo popular) de establecer una conexión afianzada con los sectores populares y, por otro lado, a la fuerza fluctuante que poseen históricamente los sectores medios en estas sociedades. Veamos el primer punto señalado, es decir, el avance de la derecha como consecuencia de la ausencia en algunos gobiernos nacionales del establecimiento de una conexión firme con las masas populares.

    1. "Las masas populares no siguen programas políticos por sus enunciados o por sus declaraciones explícitas (si fuese así, en un extremo argumental, las masas siempre deberían votar por el socialismo) sino que se pronuncian por formulaciones integrales. O sea, programas que contemplen en sus enunciados positivos una cierta articulación con lo que hemos llamado intereses ideológicos"

    . La vinculación ideológica de las masas populares con las tendencias conservadoras ha sido, en esta parte del continente, accidental y/o circunstancial y efímera. En pocas palabras, la identificación ideológica -que al fin y al cabo traduce una identificación política concreta- entre las clases populares y la derecha en América Latina es la resultante del proceso de disociación que se origina cuando los frentes políticos o movimientos nacionales dejan de contener y expresar a las masas populares, que hábilmente las fracciones de la derecha aprovechan políticamente para articular sus intereses de clase dominante con los intereses ideológicos de las clases populares. Esta articulación o unificación no obedece meramente al control de los aparatos ideológicos para la reproducción de las concepciones dominantes impuestas, sino que responde a las pronunciaciones políticas asociadas concretamente a los intereses populares. Pues bien, estos intereses no son más que los exclamados ideológicamente a través de las prácticas sociales concretas de las masas al nivel de la estructura y la superestructura. Las fracciones dominantes ocultan su pertenecía al poder real de la economía y se colocan como representantes del interés nacional a través de la articulación ideológica con estos intereses ideológicos populares, obteniendo la adhesión de las masas y distanciándose lo más posible de la lucha de clases por medio del Estado. Esta articulación hoy se da a través de una derecha mediática, afincada en los lenguajes universal-homogeneizantes de los medios de comunicación de masas, capaz de penetrar en lo profundo del sentido común de vastos sectores sociales y de modificar intensamente los imaginarios de época para fusionarlos con los objetivos del poder económico y de sus prácticas culturales.

    Ahora bien, esta capacidad por parte de la derecha sólo es posible en la medida que los gobiernos nacionales nacidos de la ruina del modelo neoliberal no introdujeron las modificaciones estructurales necesarias que la realidad imputaba. Los principales avances o retrocesos de estos gobiernos dependen del grado de desarrollo que presentan los movimientos nacionales para sostener e incluir las reivindicaciones de las masas más postergadas. Mientras que los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, etc., sostienen como columna vertebral de los movimientos o frentes nacionales a las clases populares, los gobiernos de Argentina, Chile, Uruguay, etc., no han constituido una relación de poder inmediata y concreta con las masas para sostener firmemente un movimiento nacional que proponga un modelo de acumulación distinto. Este distanciamiento, vuelve a tornar la lucha por el poder en una disputa que envuelve excepcionalmente a las fracciones de clase dominante, clausurando a las fuerzas populares del proceso de transformación en el seno del Estado y, por tanto, cediendo a los intereses de la derecha conservadora. De manera que, al desplazar del centro de la tormenta del poder a las masas populares, se asiste indefectiblemente a una puja de clases dominantes por resolver cual de sus fracciones conducirá o subordinará al conjunto. De aceptarse esta premisa, el resultado es un nuevo consenso de la clase dominante que recaerá sobre la responsabilidad política de las fracciones reaccionarias, pues etas fracciones aparecen, en este contexto, como las únicas capaces de enfrentar y frenar los cambios estructurales y de romper definitivamente las alianzas mantenidas con algunos sectores nacionales y populares.

    2. Los países que cuentan con "formaciones sociales" donde históricamente existen clases medias expandidas, oscilan políticamente entre los procesos de trasformación nacional abiertos por gobiernos populares y los procesos contrarrevolucionarios inducidos por la derecha nacional.. A diferencia de las masas populares, los sectores medios no persiguen la alteración del orden según los intereses de las mayorías nacionales. Más bien, su articulación ideológica con la burguesía dominante y la oligarquía terrateniente yace compatible con las posiciones de clase ocupadas en la estructura social

    . Si pensamos, en términos generales, sobre la iniciativa política de la clase media en Latinoamérica, podemos distinguir entre dos prácticas operadas durante la última década. Por un lado, la inclinación de los sectores medios hacia los proyectos nacionales, populares y revolucionarios experimentados en la región luego del fracaso de neoliberalismo. Por otro lado, la tendencia de estos sectores a alinearse paulatinamente con las fracciones políticas reaccionarias y conservadoras una vez que esos proyectos de transformación nacional comenzaran a amenazar las estructuras dominantes del capitalismo dependiente y las vinculaciones de economía nacional con las formas desiguales del capitalismo mundial. Sobran los ejemplos, pero no vamos a detenernos en ello.

    A lo que queremos llegar es a lo siguiente: Las clases dominantes en América Latina han contado con el "consenso circunstancial" de las clases medias por el grado de colonización ideológica históricamente suscitado sobre estos sectores y el lugar excepcional ocupado en la estructura social. Tal consenso ha sufrido, es evidente, una ruptura luego de la crisis del modelo neoliberal en la región a fines de la década del noventa. Cuando germinan los proyectos nacionales en toda Latinoamérica con el objetivo de fracturar el orden neoliberal establecido, los sectores medios constituyen una de las fuerzas que se aglutinan en torno a los movimientos de liberación nacional. No obstante, dado su posicionamiento de clase y sus formas de sometimiento ideológico, la inserción de las fracciones medias en un gran frente nacional reside condicionadamente, limitada o, en el mejor de los casos, determinada por los alcances que procure consumar todo proceso nacional una vez que las masas más postergadas han definido el rumbo político y económico del movimiento. La clase media es escéptica y no se organiza oportunamente en torno a los cambios revolucionarios. Es una clase que cree en la democracia y sus valores, pero tiene serios reparos para identificar el futuro dentro de los cambios revolucionarios. De manera que, al optar por las modificaciones superficiales del modelo, es decir, por el mantenimiento estructural del sistema capitalista que le proporciona una posición jerárquica ventajosa en la sociedad, hacen a un "comportamiento suicida" de esta clase que culmina aliándose con la derecha. Por lo mismo, la derecha se sirve de estas limitaciones para cobijarla en sus hábitos ideológicos, procurándole una "seguridad" de clase y convirtiéndola en la base social de las reacciones contrarrevolucionarias.

    A lo largo del 2008, en Argentina cientos de miles de manifestantes de clase media y baja salieron a las calles bajo la dirección de las asociaciones de grandes terratenientes pro-estadounidenses para desestabilizar y voltear a un gobierno que, para ese tiempo, contaba con la aprobación de las mayorías populares. En Bolivia, cientos de miles de estudiantes de clase media, empresarios, propietarios y afiliados a ONG, tomaron Santa Cruz y otras cuatro provincias ricas para repudiar y asesinar a los campesinos e indígenas que son respaldados por el gobierno.. Similares manifestaciones masivas de las clases medias han tenido lugar en Venezuela, Honduras y Ecuador. Evidentemente, son sectores que, jamás han comprendido los fundamentos de clase en la política de masas y que, a pesar de ser parte de ese movimiento, terminan aliándose con la derecha antinacional.

    A MODO DE SÍNTESIS

    En síntesis, la apertura de un nuevo proceso contrarrevolucionario en América Latina intenta conservar el rumbo de los tiempos que las masas populares han invertido. Este rumbo, que germina desde las entrañas de la rebeldía latinoamericana y posee la fuerza de los tiempos, reaparece como el fantasma eterno que recorre las tierras desangradas por la tiranía de los poderosos. Poderosos que se esfuerzan por encarnar las formas más salvajes de opresión, las sombras de nuestro pasado y los oscuros acontecimientos de nuestra historia. Como todo nuevo proceso contrarrevolucionario que aspira derrotar los avances libertarios de América Latina, es necesario que un nuevo proceso revolucionario y auténtico asista o salga al cruce de la reacción conservadora.. Y como tal, es preciso, que sea bajo la exigencia de la unidad latinoamericana, como la única vía que tienen nuestros pueblos de defender sus emancipaciones nacionales frente al poder arrollador del imperialismo y la burguesía terrateniente. Esto significa no sólo que Latinoamérica encarna una sola Nación que debe reunirse luego de su trágica disociación para resolver su pasado colonialista, sino que le corresponde liberar su lucha contra 500 años de ocupación colonial y semicolonial que paralizan una verdadera independencia y liberación, una auténtica revolución socialista de nuestra América Latina, de nuestra América Criolla. Pero, además, significa que es insostenible la germinación de nuevos proyectos nacionales sin el apoyo dinámico de las masas populares, es decir, sin la necesaria transformación de las condiciones dependientes del capitalismo.

    Por Diego Tagarelli.

    (Volver a página inicial)